Sí o no


¡Mañana te lo diré!

¡Ya te lo diré mañana!

¿Cuándo piensas decidirte

a darme tu sí, chavala?

 
Ya sabes que yo te quiero.

Que solo tuyo es mi amor.

Pero si tú no me quieres

dime de una vez que no.

 
Amor lo perdona todo

pero la duda es peor

que la muerte y que los celos.

Te lo juro por mi honor.

 
Yo soy hombre de palabra

y si me dices que sí

te prometo por mi sangre

quererte solita a ti.

 
Así que va siendo hora

de dar el sí de una vez

pues si te retrasas mucho

otras habrá que lo den.

 
No es por nada, bien lo sabes.

Yo no soy un cara dura.

Pero si dices que no ...

¡Amor con amor se cura!

Ayer lo vi, a Cristo


Ayer lo vi, a Cristo.

A las seis de la tarde

con su mochila a cuestas

era Él

aquel mendigo jadeante.

 
Viejo mendigo barbudo peregrino

hombre solo, Dios solo

por los caminos injustos de los hombres

doblado bajo el peso de su mochila llena

de mendrugos de pan endurecido

caídos de grandes mesas de torneados pies

cubiertas por manteles que lucían

-seguramente, no hay por qué dudarlo-

lindos dibujos bordados por señoritas

románticas de blancas manos delicadas

y finos flecos sedosos, tan artísticos,

y manchas informes de vinos añejos

de marca famosa, de esos caros vinos

de solera, compadre, de solera

que con sus calorías de sol embotellado

ayudan a los rebosantes estómagos

a hacer la digestión de los manjares

non plus ultra, compadre, ya lo ves.

 
Eran las seis de la tarde cuando lo vi

a Cristo sufriendo cuesta arriba

por la calle, sufriendo, tan cargado

bajo el peso tremendo de aquel saco

lleno de trozos de pan endurecido

o quizás lo que llevaba eran pecados

sin nombres ni apellidos, quizás eran

todos los pecados de los satisfechos

indiferentes al hambre de los miserables

y de ahí aquel sudor, aquella angustia,

aquel jadear violento, aquel gemido ronco

del viejo pordiosero barbudo peregrino

hombre solo, Dios solo

que no llevaba a cuestas una cruz

sino una mochila tan pesada parecía

como aquel madero de la Crucifixión

que Jesús arrastró hasta el Calvario.

 
Ayer lo vi, a Cristo.

Era Él

aquel mendigo jadeante

con su mochila a cuestas.

 
A las seis de la tarde.

Siempre serás un paria


Me das pena, hombre solo, me das pena

porque te conozco bien, porque te conozco

a fondo y sé como eres, sé lo que eres,

sé lo que llevas dentro porque he visto

reflejada en tu rostro la antigua maldición

esa marca indeleble que grabó profundamente

en tu carne, en tu piel y en tu alma

el caprichoso dios al que llaman Destino.

Me das pena, hombre solo, mucha pena

porque sé que esa huella te condena

a ser siempre, toda tu vida, un paria,

 
Sí. Siempre serás un paria, hombre solo.

Siempre serás un ser maldito, siempre

caminarás sin compañía, sin un amigo,

por los caminos amargos que nadie

ni siquiera las bestias quieren transitar

porque incluso ellos, los animales, saben

que hasta los dioses rehusan la amistad

de aquellos que, como tú, hombre solo,

prefieren la cruel y dolorosa soledad

a la compañía de los hipócritas,

de los cerdos, de los ladrones y de los que

soportan impasibles la injusticia y cambian

la humillación por un mendrugo de pan.

 
Sí, hombre solo, me das pena. Siempre serás un paria

porque llevas en ti la marca de los predestinados,

de los que gritan siempre la verdad

de los que no se doblan ante los poderosos

de aquellos a quienes nadie quiere mirar

porque da miedo ver en sus ojos puros

la clara acusación que hace temblar

porque horroriza ver escrita en su frente

desnuda la tremenda y sobrehumana señal

que separa a los limpios de los sucios.

 
Por eso, hombre solo, porque no te doblas,

porque no sabes ni quieres arquear la espalda

ante los ricos, porque vas altivo, orgulloso,

por los caminos de tu vida de solitario

empuñando tu bandera en la que van escritas

con tu sangre aquellas palabras que les duelen

en la carne y en los huesos a los otros,

aquellas tres palabras que ellos dicen

no ser más que palabras: VERDAD, SINCERIDAD; AMOR.

 
Por eso, hombre solo, por creer que esos

tres vocablos increíbles son algo más que palabras

estás condenado por el dios llamado Destino

a ser para siempre, toda tu vida, un paria.

Hiere más hondo


No tengas piedad, amor.

Hiere más hondo, más.

No duele.

Quiero decir que el dolor

es tan agudo ya

que rebasa

mi capacidad de gritar.

 
El grito está en mis ojos

y en mi sonrisa doblada

por la pena.

 
Hiere más hondo, anda.

Ensáñate como ayer

cuando tu menosprecio

me apartó a un lado

con el pie

como si fuera un perro

y yo no dije nada.

 
Sólo grité con los ojos

y con mi sonrisa arriada

por la pena.

 
Hiere más hondo, amor,

más y más hondo.

De tanto dolor no duele ya.

Bien dentro de la herida

remueve para agrandarla

tu puñal.

 
Gritaré sólo con los ojos

y con mi sonrisa arrodillada

por la pena.

 
Ensáñate en mí, amor.

Hiere profundo, hondo,

más hondo, más.

No duele.

Soy como un árbol-

Soy tu árbol

que sangra sin gritar.

 
El grito está en mis ojos

y en mi sonrisa atormentada

por la pena.


Hiere más hondo, amor,

hasta el instante

en que me veas doblarme,

hasta que veas

que inclino la cabeza

vencido por el peso

de ese dolor insoportable.

No caigas en la calle


Por Dios: No te derrumbes aún. No te derrumbes.

Resiste, si la tienes, hasta casa

o bien intenta alcanzar la puerta del amigo

que sabe tu nombre olvidado por todos

y la historia de tu vida de hombre solo

de perro repudiado por el amo-llamado Destino

pero, por Dios, no caigas en la calle,

no te derrumbes cobardemente sin un último esfuerzo

por llegar hasta la puerta que jamás se te cerró

de aquella muchacha que te ama porque un día

vió brillar aquella luz en la niña de tus ojos

y conoció la belleza del rostro del Señor.

Pero no te derrumbes en la calle

porque si caes allí nada podrá salvarte.


Resiste algo más. Un poco más. Ya estás cerca. ¡Anda!.

Otro paso. Otro. Un paso más hacia aquella puerta

del amigo que sabe tu nombre y conoce tu historia.

Suda. Sangra. Llora. Sufre todavía un poco más.

Pídele al músculo agotado el esfuerzo supremo.

Exígele al cansado corazón un último latido

hasta llegar a la puerta de aquella muchacha

pero, por Dios, no te derrumbes en la calle

porque si caes allí nadie querrá salvarte.

 
No caigas en la calle, hombre solo, no caigas

a ninguna hora del día  o de la noche

porque no habrá una mano amiga que te ayude

porque nadie, ni hombre ni mujer, volverá

hacia tu cuerpo yacente unos ojos apenados

y ni siquiera los niños se desviarán

de su incierto camino hacia ninguna parte

para acercarse a secar con su pañuelo

el sudor frío que mana de tu frente

o para tomarte el pulso.

Nadie querrá saber si eres hombre o perro

o si estás vivo o ya definitivamente muerto.

Para los transeúntes que pasan ensimismados

hundidos en sus pensamientos de monos lúbricos

serás únicamente un gran estorbo como

un viejo saco vacío, un papel sucio y usado

un montón de basura, un incongruente bulto

que deben retirar los barrenderos enseguida

para que ellos, inhumanos, puedan seguir

su ciego caminar apresurado que también

inexorablemente terminará otro día en el sepulcro.


No te derrumbes aún, por Dios. No caigas en la calle.

Camina. Resiste, hombre solo. Aguanta, hombre, ¡anda!

hasta llegar a la puerta de aquella muchacha

o a la del amigo que sabe tu historia y tu nombre.

Pero no caigas en la calle porque entonces

nada podrá ni nadie querrá salvarte.

Vidala de Uila Alua (1)


Aunque no soy argentino

ni sé tocar la guitarra

y a aunque no me digan poeta

los que poetas se proclaman

como hijo de Don Travieso (2)

he de salir a la raza

y por las mismas razones

que mi viejo un día cantara

ahí no más voy y me pongo

a encontrar esta vidala

en honor a mi pueblita

- esta que fue Uila Alua –

a la que hoy dicen, paisanos,

la grande y bella Villalba.

 
Yo pongo la voz y el verso

y si la suerte acompaña

no ha de faltar algún gaucho

para pulsar la encordada

pues guitarreando y cantando

es completa la vidala

y al canto y al musiqueo

acude la muchachada

como la abeja a la miel

pa reforzar la cantata

y ¡pucha! que los puebleros

gozarán al escucharla

día de San Ramón Grande

no más al romper el alba.

 
Tengo la tristeza alegre

y la alegría cansada

pues ya la tarde se añuda

en la tarde de mis canas.

Por eso soy como soy

así como la vidala,

copla de alegría y pena

copla de amor y nostalgia,

canción que va pa el recuerdo

y viene pa la esperanza

recalentando la sangre

con el ayer y el mañana.

Pero entonemos, canejo,

el cantar de Villa Blanca.

 
Aquí no más pego el grito

y grito: ¡Viva Villalba!,

pueblita de mis amores

lindita puebla de España

que siempre vienes y vas

de niña para muchacha,

ladrona y más que ladrona

de corazones y de almas

que van quedando prendidos

en el rosal de tu cara

pues ¡pucha! que tú eres linda

chinita de mis nostalgias

reina de mi corazón,

mi dulce amor, Villa Blanca.

 
No faltará algún chancleta

que diga que esta vidala

en honor a mi pueblita

es un tanto exagerada

pero les juro, compadres,

que si lo dice en mi cara

le enseñaré a rebencazos

a respetar a mi amada

porque he sido gallo y soy

de los que en su propia casa

no consienten a otro gallo

quiquiriar otra tonada.

 
Ya termino la canción.

Ya compuse la vidala

pa que la canten mis changos

y otros si quieren cantarla.

Ya me voy pasito a paso

rumbiando para mi estancia

pa escuchar el musiqueo

solo, desde mi ventana,

mientras la tarde se añuda

en la tarde de mis canas.

¡Pucha! que duele ser viejo

estando en fiestas Villalba.

Malhaya con mi suertita.

Con mi suertita ... ¡malhaya!

 

 

(1)- UILA ALUA corresponde a la primera noticia que se tiene, según Manuel Mato Vizoso, del nombre de Villalba y consta en documento del año 1.280 en el que se menciona a un notario de “Uila Alua”, llamado Pedro Novo. Debe pronunciarse Vila Alva.


(2)- Mi padre, en su HERALDO DE VILLALBA, llevaba una sección poética y polémica, titulada “AL SON DE LA VIHUELA”, que escribía en versos de un desenfado, gracia, sonoridad, cadencia y fluidez admirables Firmaba con el pseudónimo de Don Travieso. De ahí que yo, en alguna ocasión, le haya definido como un Martín Fierro villalbes. Y por tratar de imitarle ...

Esta muerte diaria...


Esta muerte diaria

de no verte...

Este decirme:

No eres hombre si lloras.

Este despertar cada mañana

con tu nombre en los labios

y en la mente.

 
Este sufrir sin gritos.

Este mi amor sin gestos.

Este mi llanto seco.

Esta agonía de pensarte lejos.

 
Este dolor, amor.

Esta maldita suerte.

Esta muerte diaria

de no verte...

 
¿Qué le haría yo a Él

para que me condene

a esta muerte diaria

de no verte?.

No hables...


No hables de mi soledad.

No, no. No hables.

No se lo digas

a nadie.

 
No hables de mi soledad.

Ya no estoy solo.

Iluminándome,

fiel compañero,

amigo,

alto y lejano,

está el sol de tus ojos.
 

No hables de mi dolor.

No, no. No hables.

No se lo digas

a nadie


Ya no estoy solo, no.

¡Tengo tu sol!

Niña Guadalupe


La niña Guadalupe

¿ Lo sabéis?

Es delgadita como la voz

del viento.

La niña Guadalupe

¿ Lo sabéis?

Tiene los ojos negros.

 
Y yo le canto.

¿ Lo sabéis?

Ojos, ojitos, ojazos,

de mi Guadalupe.

Y yo le canto

¿ Lo sabéis?

Ojos, ojitos, ojuelos,

de mi niña dulce.

 
La niña Guadalupe.

¿ Lo sabéis?

Tiene el cabello negro.

La niña Guadalupe.

¿ Lo sabéis?

Es un sueño en mi sueño.

 
Y yo le digo.

¿ Lo sabéis?

¡Lupe, Lupita, Lupana!

Y yo le digo.

¿ Lo sabéis?

Niña Guadalupe

es asturiana.

 
La niña Guadalupe.

¿ Lo sabéis?

Será morena clara.

La niña Guadalupe.

¿ Lo sabéis?

Será muy resalada.

 
Y yo le canto

¿ Lo sabéis?

Guadalupe linda,

Guadalupe guapa,

Guadalupe, Lupe,

Mi Guadalupana.

 
La niña Guadalupe.

¿ Lo sabéis?

Tiene el corazón de oro.

La niña Guadalupe

¿ Lo sabéis?

No tiene miedo al Coco

¿ Lo sabéis?

 
No tiene miedo al lobo.

La niña Guadalupe

es mi tesoro.

Vidrio


¿A mí que me decís?

¡Hipócritas! Yo no creo

en vuestras lágrimas de cocodrilo.

Queréis hacerme creer

¡Farsantes!

Que ignoráis que nuestras vidas

son de vidrio.

 
¿Por qué lloráis, entonces?

¿Por qué lloráis?

Ya sabéis que el cristal es frágil

Y que la muerte es una obligación

Y un paso que todos hemos de dar.

¿Por qué lloráis, entonces?

¡Alcahuetes de la vida!

Ya sabéis que nuestro corazón

es de cristal.

 
Vidrio. Vidrio. Vidrio.

Nuestro corazón no resiste un choque

fuerte.

Vidrio. Vidrio. Vidrio.

Nuestro corazón no soporta un golpe

débil

de martillo.

 
No lloréis, pues,

-proxenetas del vicio-

ante los cuerpos muertos

y podridos.

 
¡Rezad! ¡Rezad!

Pedid al Gran Soplador inmarcesible

que rompa vuestros vidrios defectuosos

y os fabrique un alma nueva

de cristal irrompible.

¡Rezad! ¡Rezad!

No esperéis la hora

del perdón imposible.

 
¡Rezad! ¡Rezad! ¡Malvados!

¡Hombres de corazón corrompido!

Pues nuestras vidas penden

de un hilo

tenue

frágil

¡de vidrio!