Estoy cansado, amor


No puedo más, amor...

Estoy cansado...

Mucho.

¡Me pesan tanto los zapatos!

¡Y los clavos...! ¡Los clavos!

Esos clavos

que introdujeron día a día

en mi cuerpo

en mis pies y mis manos

quebrándome los huesos

despacio, muy despacio,

a martillazos lentos

para que fuese mi grito

más agudo

y más hondo mi llanto.


No puedo más, amor...

No puede más...No puedo...

Al fin sólo soy el HOMBRE SOLO

un perro solitario

al que hasta abandonó su viejo amigo

Cristo, el Gran Crucificado,

dejándome indefenso

frente al millón de lobos

-hay quien les llama hombres-

que me acosan de cerca

esperando

que me tienda a morir bajo sus garras

que deje de luchar

que me abandone

a su asalto.

Y voy a hacerlo porque...

no puedo más, amor...

no puedo, estoy cansado...

Mucho.

¡Me pesan tanto los zapatos!

Contigo yo, perro


Te estás muriendo solo

perro

sin un mendrugo

perro

sin una esquina, compañero,

donde rendir tu cansancio

infinito

y tu nostalgia del hombre

del amo malo

perro...
 

Voy a acostarme a tu lado

también yo

perro

estoy infinitamente cansado.

Enfriaremos juntos, compañero,

sobre el cemento duro y frío

de la calle inhumana

tú sin tu hembra

y yo sin mi muchacha

perro...


Contigo yo, perro,

los dos solos

tendidos en el suelo

tan frío de la calle

seremos dos los muertos

y la muerte

aunque nadie nos mire

no será tan difícil

Porque es bueno

tener un compañero

que muera junto a uno

perro

un compañero para morir

perro...


Y seremos dos perros

dos muertos

dos amigos

fríos y silenciosos

sobre la helada y dura

inhumana calle

los dos solos

perro..

Buenas noches, tristeza


Buenas noches, tristeza.

Te saludo

sin ira y sin rencor

pues te comprendo.

Para decir que me amas

llegaste a mí gritando tu amargura

con el último viento de la tarde

en el haz de una carta.

Me besaste en los ojos

silenciosa

dulce y enamorada

y apoyaste en mi hombro

tu cabeza sin peso

como un viento vencido

que ha perdido las alas.

Yo acaricié tu pelo

con pena y con ternura

y abandoné mis besos

largamente

en tu cara.


Buenas noches, tristeza.

Al fin te he comprendido

y descubrí en mi lágrimas

con que fuerza tremenda

con que cariño inmenso

con que pasión sin límites

me amas.


Buenas noches, tristeza.

Iremos a acostarnos.

Abrazados

en la noche callada

dormiremos, ¿ o estaremos despiertos?

en una misma cama.


Mañana...

te diré que te quiero

que yo también te quiero.

Sí.

Mañana...

 
Buenas noches, tristeza.

¡No llores!

                ¡Duerme!

                               ¡Calla!

Ese rio que eres...


Ese río que eres...

-está escrito-

ahogará mi voz en los mil ecos

de la canción que inunda tu paisaje

cuando te llame desde la ribera

con las manos tendidas a tu agua

en la tarde sin pájaros que llegue

desde el fondo del tiempo a asesinarme.

 
Ese río que eres...

-lo presiento-

arrastrará también aguas abajo

hacia no sé que mar que tú conoces

mi último poema sin destino.

 
Insensible

a mi grito impotente

y a aquel gesto

de mis manos tendidas a tu agua

aún seguirá fluyendo

-¡¡tantos años!!-

ese río que eres...

Canción del caminante solitario


Para cantar lo que siento

no preciso de guitarra

pues me sobra con el eco

que despierta mi garganta

más allá del río, lejos,

donde empiezan las montañas

mientras voy a paso lento

tarareando mi cantata.

 
Para caminar mis sendas

no me hace falta caballo

ni perro ni compañera

pues sé encontrar los atajos

yo solito y las veredas

que yo solo voy buscando

y el que no sepa ¡qué aprenda!

ya que llevando, paisano,

coraje en la morraleta

aunque el camino sea largo

al andarlo se te entrega.

 
Para componer mis cantos

no quiero ayudas ajenas.

 Si canto sencillo canto

lo que me enseña la senda

y si canto solitario

es pa que no pongan riendas

a mi voz los hombres sabios,

basta que me oigan las piedras.

 
Canto cuando quiero y canto

unas veces con la pena

y otras veces voy cantando

alegrías por la senda

aunque me cueste trabajo

pa que los otros aprendan

que sólo se es hombre cuando

aunque te ahogue la tristeza

se es capaz de ir tarareando

solito por las veredas

Poema para ti


Tú eres esa muchacha

que cruza por mis versos

de puntillas

callada

para no despertarme de mis sueños

y pasas

tierna y sonriente

tenue sombra rápida

rozando la piel de mis poemas

-silenciosa-

con la caricia de tus manos tibias

y la página

en que voy escribiendo

con la dulzura de tus labios sin besos

para no despertarme

y que siga yo siendo todo alma

-solo alma-

a soñar sueños nuevos.

 
Tú estás en mi silencio

y en mi palabra,

en mi luz y en mi sombra

y vas

de poema en poema

frágil

mariposa

cruzando por mis versos

nube blanda

de algodón o de nieve

vago fantasma tierno

luna extraña

del cielo de mis noches de hombre solo,

cielo en ascuas.

 
Tú eres lo ideal, esa muchacha

-el misterio-

lo imposible posible

viento sin voz, un eco

gota de lo infinito

que resbala

por la mejilla derecha de mis versos

tan despacio, agridulce,

lenta como una lágrima,

reflejo de lo eterno

en mi carne clavada,

penumbra de mi cuerpo...
 
sombra de mí...

tú, esa muchacha.

Testamento en off


Voy a decirlo ahora que aún estoy a tiempo.

Aquí y ahora voy a decirlo antes

de que me lleven entre las cuatro tablas

-de pino y baratitas, por favor-

a sufrir el último bautismo ese

odiado negro bautismo de la tierra

que espera ávidamente –las fauces abiertas-

por mi carne de agua

y por estos mis huesos temblorosos

que tienen miedo de temer morir,

miedo de tener miedo y ser cobardes

en esa hora seria

ante AQUELLA que viene a liberarlos

de la innoble servidumbre de la carne

y de la maldad propia y ajena.

No tengo nada y nunca nada tuve

a no ser esos libros –a mi izquierda-

que fui comprando a plazos

y esos mis siete hijos que confieso

son mis siete pecados capitales.

Toda mi vida fui un fracaso ambulante

de manera

que nada quedará de mí tampoco

-no hay herencia muchachos-

y es mejor

porque así no disputarán acerbamente

los herederos de mi nada

ante mi cadáver impasible

que estoy seguro soportará tranquilo

-se carcajearía si pudiera-

su maldición por haberme muerto pobre

como todo buen gentleman imbécil.

Ya os lo he dicho y ahora os lo recuerdo

(entre paréntesis, queridos hijos míos):

Nada de cuentos chinos sobre mis pobres restos

de inmunda carne aguada.

Nada de altisonantes póstumos panegíricos

para que se luzca ante el populus populi

un cura que no los cree ni de broma

-serían gordas mentiras fabulosas

porque fui honrado a puro huevo

como todos.-

Nada de lágrimas de cocodrilo

para que los ajenos hablen bien de vosotros

diciendo: hay que ver que ver que ver

como le amaban –también sería mentira-.

Nada de caras largas ni disfraces

hipócritas hechos de tela negra

-no convirtáis mi muerte tan decente

en una puerca mascarada.-

Y nada de funeral de aniversario

cuando se cumpla- ¡ja, ja!

un año de mi tránsito.

Como tampoco llegué a tener ni cuatro amigos

mientras fui por ahí de fuego fatuo

supongo que no habrá tipos bastantes

para que pueda recorrer sobre ocho patas

de bípedos animales

los caminos que anduve tantas veces.

Por lo tanto

llevadme en carro o en camión

o arrastradme

como podáis con tal de gastar poco

-el ahorro es una virtud civilizada-

y que mis propios hijos (los varones)

alegremente me arrojen a la fosa

común propia de los paupérrimos

de los que ni perro tienen que les ladre

si tienen tiempo, ellos, para acompañarme

hasta el umbral de aquella última casa

mientras la chica les espera en el guateque

moviendo sensualmente las caderas

al ritmo duro de un disco de los Beatles.

Y como final, entre paréntesis,

queridos hijos míos os diré

que en un rincón del mundo no sé donde

quizás sentada, sola,

“del salón en un ángulo oscuro”

hay una muchacha que me quiso mucho

a la que amé yo también profundamente

de modo

que si un día regresa ante vosotros

y os pide todos o parte de mis libros

-mi otro gran amor hondo y sincero-

la saludaréis levantando el cráneo

valleinclanescamente unos instantes

-lo merece-

y sin rechistar se los daréis

so pena

de que os maldigan in saecula saeculorum

amén per vitam aeternam

desde Zeus hasta el último mono

de los dioses griegos y romanos

para amargaros tragicómicamente

las noches de verbena que aún os resten.

Este es mi testamento y es mi última

y firme voluntad expresada

con esta mi amarga

desesperanzada

escéptica voz

en off.

Me duelen en los ojos


Me duelen en los ojos

los ojos de ese niño

que preguntan tan abiertos

sin palabras

tan tristes y tan grandes

sin palabras

por qué no tiene madre.

Me duelen en los ojos

las manos de ese niño

que interrogan tan vacías

sin palabras

tan tiernas  y tan frágiles

sin palabras

por qué no tiene pan

y tiene hambre.

Me duelen en los ojos

el corazón, la sangre,

la carne de ese niño

el dolor de ese niño

la orfandad de ese niño

sin palabras

que va preguntando

sin palabras

por qué no tiene pan

ni tiene madre

pero sí tiene hambre

dos hambres.

Me duelen en los ojos

tanto, tanto,

las preguntas del niño

sin palabras

que tengo que cerrarlos

para ocultar mis lágrimas

y que él, el niño solitario

que no llora

no pueda verme a mí

el hombre solo

 llorando...

Me duelen en los ojos

los ojos insondables

de esa muchacha pensativa

que quisiera y no puede

para ese niño sin palabras

ser ese pan y esa madre

ese remedio

para las dos hambres

del niño que pregunta

sin palabras

por qué existen palabras

como NIÑO, SOLO, NADA, NADIE...

Un niño muere en mí todas las tardes


Ignoro en cual estrella

de que constelación

de que galaxia

estarás tú ahora, recordándome

madre,

y no sé si lo sabes

que cuando el sol se marcha

al caer de la tarde

y veo pasar a la muchacha

que se parece a ti

yo regreso a ser niño

y la persigo

gritando: ¡Madre, madre!...

Pero la muchacha no me oye

-quizás es sorda o mi grito mudo-

y sigue indiferente, sigue andando,

sin volverse a mirarme.

Entonces...

regreso de aquel tiempo

de la infancia

vuelvo a ser lo que soy, el hombre solo,

el huérfano y así

-vieja otra vez mi sangre-

un niño muere en mí

todas las tardes.

¡Qué pena me da, madre,

cuando todos los días

a la hora exacta en que el sol

se marcha

pasa aquella muchacha por la calle

y yo le grito creyendo que eres tú

pero ella sigue andando

sin mirarme

porque quizás es sorda o mi grito mudo

y no puede escucharme!

¡Qué pena siento, madre,

por no saber siquiera

en que estrella estás tú

para poder decirte, preguntarte

si sabes

que una muchacha se parece a ti

y un niño muere en mí

todas las tardes!

Poema para esa muchacha que va en mí


Cuando me puse pálido

para decir la palabra “renuncio”

 y bajé la cabeza avergonzado

de ver cuanta ignominia y cuanta

cobardía puede llevar un hombre en sí

ninguno de mis cabellos permaneció impasible

y los oficiales de todos los ejércitos

que estaban a aquella hora en posición de firmes

dieron la orden en voz alta

batallón por batallón

a los soldados expectantes:

“Rodilla en tierra” fue la orden

y todos ellos como yo

pudieron oír los gritos de protesta

que Dios lanzó sobre la noche

que cubría a las ciudades dormidas

y que rebotando de pared en pared

contra las casas en que escondían

su sueño inútil los vivientes

se perdieron en el vacío negro

que tembló asustado como el corazón de un pajarillo

que huye de los disparos del sañudo cazador

mientras se conmovían los cimientos del mundo.

Desde hoy –no hace falta que os lo jure-

no diré nunca jamás esa palabra

aunque volváis a invocar

la memoria de mis padres muertos

y os arrastréis delante de mí

pues llevo dentro a esa muchacha

que aceptaba ser madre de esos hijos míos

que no nacieron de su vientre

y como será ella la que abra

si otra vez osáis llamar a mi puerta

no dejará penetrar en esta casa que soy

ni vuestros gestos ni vuestras voces suplicantes

de plañideras hipócritas

que me obligaron a renunciar a su amor

sin pensar que por este pecado mío

el viento un día ha de soplar airado

sobre mi frente futura.

Ahora voy sin cantimplora y sin mochila

sin su pan y sin su agua

por los desiertos de mí mismo

rehuyendo todos los oasis

para poder morir de su hambre y de su sed

sobre la ardiente arena que ha de comer mi carne

bajo el sol implacable de la palabra cobarde.

Entonces la muchacha saldrá de dentro de mis huesos

para besar llorando mis cenizas

y todos los muertos de todos los siglos

se levantarán en sus tumbas gritando “Deo gratias”

porque entonces ya habré sido perdonado

por esa muchacha que va en mí.