Hermosa historia triste


Es hermosa porque encierra fe, esperanza, caridad, amor. Es historia porque es cierta, verdadera. Y es triste, conmovedora, patética, porque nos habla de la muerte de un hombre con alma de niño, de un hombre que era obrero, y pobre, y sencillo, como lo fue Jesús.

La noticia fue publicada en los periódicos de Francia: “Un padre Noel de 35 años ha muerto, la otra noche, en Lilas –Seine- Saint Denis-al deslizarse sobre el tejado de su casa. Marcel Fournier, yesero de Saint-Gratien, no quería que los más jóvenes de los nueve niños a su cargo, pasasen la noche del 25 de diciembre sin oír andar al padre Noel sobre el tejado. Pero las tejas estaban resbaladizas. Marcel Fournier cayó desde la altura de tres pisos al patio del inmueble, calle de París, 127. Cuando la policía de Socorro llegó, él estaba muerto. En su mano derecha una muñeca...”

Trajeron la noticia los periódicos de Francia, Marcel Fournier quería celebrar la Navidad a pesar de ser un obrero parado desde hacía un mes, a pesar de la estrechez de la vivienda que sólo contaba con tres habitaciones para once personas, tres habitaciones de buhardilla repletas de camas, de sillas, de maletas. Pero Marcel Fournier quería celebrar la Navidad aún dentro de una vivienda marcada por la falta de confort y la miseria. Por los niños...

El mismo lo había preparado todo. Había buscado y adornado el tradicional abeto, el árbol de Navidad. Había comprado los juguetes para los pequeños: muñecas parlantes, fuertes, pistas de pequeños automóviles. Incluso había preparado la cena y puesto la mesa. Todo lo había dispuesto para celebrar la gran noche, la alegre noche navideña. Y cuando todo estaba a punto, decidió subir al tejado y hacer ruido con una escoba para hacer creer a los niños que había pasado el Padre Noel. Ignoraba que arriba, inmisericorde, acechaba la muerte para empujarle en el vacío. Pero él, Marcel  Fournier, pensaba sólo en la alegría y en la felicidad de los niños, de sus niños, que esperaban sonrientes los regalos que iban a venir del cielo.

-Creo que el padre Noel no va a tardar – les dijo-. Permaneced aquí todos. Voy a ver lo que pasa. Un poco antes había dicho al mayor de todos los hijos:

-Quiero que los pequeños oigan al padre Noel  por encima de ellos. Voy a dar unos escobazos sobre las tejas.

Cinco minutos más tarde, Marcel Fournier estaba muerto. Lo encontraron en el patio de la casa, roto, con una muñeca en la mano...Murió en silencio, sin un grito, para no asustar a los niños.

Hermosa historia y triste... ¡Qué pena, Señor! ¡Y que ejemplo para nuestro mundo infanticida! Sobran las palabras ante el hecho concreto, triste, doloroso. Un obrero pobre, un obrero parado, ha muerto la noche de Navidad cuando jugaba a ser padre Noel para llenar de alegría, de ilusión, de esperanza, el alma de sus hijos pequeños. ¡Qué dolor, Señor! ¡Y que lección para la civilización de la píldora! Sobran las palabras. Meditemos...

Y tú, Marcel Fournier, obrero pobre, que amabas a los niños porque creías en el supremo valor de la inocencia, ahora que estás con Jesús ruégale por nosotros, por los que no somos tan buenos, tan candorosos, tan humanos, tan infantiles como tú, para que no olvidemos ya jamás que el que no se haga como un niño no entrará en el reino de los cielos.

El "gran lengua" Premio Nobel


Hace pocos días, un amigo mío me hablaba, admirado y asombrado, de Miguel Ángel Asturias y, concretamente, de su libro EL SEÑOR PRESIDENTE. Corté su admiración, su asombro y su elogioso comentario, diciéndole que después de haber leído TIRANO BANDERAS, de Valle Inclán, no admito más historias sobre dictadores ni hay libro, en mi opinión, que trate el tema, capaz de superar al de ese maravilloso orfebre de las Letras que fue nuestro inconmensurable don Ramón. Mi amigo cerró el pico- yo también- y seguí paseando de punta a punta del bar sin darle más importancia a la cuestión. Ahora pienso que no estará mal el traducir para mis lectores la pequeña biografía que del reciente Premio Nobel de Literatura escribió  para L´AURORE de París, Philippe Bernet. Y pienso que no estará mal por tratarse de un hombre que, como Albert Camus, lleva sangre española en sus venas y también por ser lo mejor y más completo, no obstante su relativa brevedad, que he leído sobre ese “Gran Lengua”, Premio Nobel.

Veamos, sin más preámbulos, lo que nos dice al respecto Philippe Bernet.

“Una máscara hierática de estatua maya, ojos de cobre, opacos, por los que se filtra de cuando en cuando un resplandor de otro mundo, párpados pesados, un rostro impasible en el que ni un músculo se estremece. Es el nuevo Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, 68 años, embajador de Guatemala en París”.

Este premio –dijo él – se lo dedico a todo mi pueblo. Al pueblo indio…”

Pues por las venas de Asturias corre un poco de esa sangre maya que es su orgullo y que alimentó toda su obra, español por su padre, cuyos antepasados han emigrado  desde Asturias hacia el Nuevo Mundo, hace dos siglos, es indio por parte de madre. Confluencia de dos razas y de dos universos.

Un día, en París, Paúl Valéry le dijo: “Regrese a su país. Retorne a sus fuentes”. Asturias ha pasado su vida remontándose en el tiempo, tratando de reunirse con sus antepasados mayas que edificaron una de las más bellas civilizaciones del mundo, tres mil años antes de Jesucristo. Esta búsqueda obstinada explica todo el destino de Asturias.

Hijo de un comerciante acomodado de Guatemala, Asturias hace estudios de Derecho y se inscribe en el Colegio de Abogados de su ciudad natal. Su tesis doctoral la consagra, a los veintitrés años, al “problema social de los indios”.Ya está obsesionado por ese pueblo abrumado, desposeído, iletrado, y lo defiende con todas sus fuerzas. De ahí las primeras dificultades con las autoridades y los grandes terratenientes que reinan sobre el país. Primer exilio también.

Asturias llega a París en 1924, se instala en un hotelito para estudiantes, en la plaza de la Sorbona, y sigue los cursos de Georges Raynaud sobre las religiones y las culturas de América Central. Descifra y estudia los libros sagrados de los mayas el POPOHL VUH y el LIBRO DE CHILAM BALAM.

Todo un mundo sobrenatural lo invade. Los recuerdos remontan.

Vuelve a verse, niño, en la propiedad de sus padres. Por la tarde, en el fondo del gran corral, los muleros indios encendían sus hogueras, preparaban su comida.Llegada la noche, cantando dulcemente, referían al pequeño Asturias las viejas leyendas de su pueblo.

Ahora que se encuentra lejos de su país, esos cuentos invaden su memoria hasta la obsesión, como si exigiesen ser revelados.

“En las viejas civilizaciones indias –cuenta Asturias- existía un dignatario que se llamaba “el Gran Lengua”. El gran relator, o el gran testigo, encargado de referir la vida de la Tribu y de transmitir sus tradiciones a las generaciones futuras. Fue como si yo hubiese sido investido misteriosamente de una misión de ese género. Yo había devenido un “Gran Lengua”, que sentía la necesidad de contar los sufrimientos y las esperanzas del pueblo indio…”

Así nace su primer libro. “LEYENDAS DE GUATEMALA”, publicado en París en 1932, y que atrae sobre él la atención de Paúl Valery y del mundo literario francés, deslumbrados por esta extraordinaria cabalgata de divinidades de incesantes metamorfosis, dioses de los temblores de tierra, dioses de las tempestades del cielo “que arañan los volcanes y le mondan el cráter con sus uñas”.

En 1933, Asturias regresa a Guatemala con la intención bien determinada de batirse por la culpa de los indios. Lleva en su equipaje una novela. “EL SEÑOR PRESIDENTE”, historia feroz de una dictadura que siembra el terror, la miseria y el odio. El libro es prohibido. No aparecerá hasta 1946, en Francia, en donde recibirá el premio a la mejor novela extranjera, de1952.

Durante algunos años, Asturias abandona la literatura. En los alrededores de la ciudad de Guatemala dirige una explotación de madera. Luego retorna al periodismo y a la política, es elegido diputado en 1942, inicia su carrera de diplomático, bajo el Gobierno liberal de Juan José Arévalo, en 1946, y después sostiene con pasión el régimen progresista del coronel Arbenz. Es la época en que volvemos a encontrarle en París como ministro consejero de la embajada de Guatemala y a continuación es embajador de su país en San Salvador.

Sus opiniones políticas son claras. Sin ser comunista militante es un hombre muy izquierdista- “trés á gauche”, dice Bernet, y… ¡Tate!, digo yo, ¡ya se le vio el plumero! A él y a la Academia sueca. Arbenz –explica Asturias- es el primer que ha pensado en los indios. Ha distribuido tierras a las cien mil familias indígenas del país. Se ha opuesto al imperialismo económico de los Estados Unidos y de la “United Fruit”, la gran compañía platanera. Pero Arbenz es derribado en junio de 1954. Los indios son de nuevo desposeídos. Asturias reemprende el camino del exilio. Primero Argentina, después París. Su combate por la liberación de los indios lo prosigue en sus novelas. Cada libro es un grito de alarma y de cólera. En “HOMBRES DE MAIZ” cuenta la destrucción implacable por los blancos de la vieja selva india llena de tradiciones y leyendas. En su lugar se extenderán hasta perderse de vista inmensas plantaciones de maíz organizadas industrialmente.

EL PAPA VERDE es un Americano del Norte, Geo  Maker Thompson, filibustero ambicioso que organiza el imperio del plátano. Es, transportada, la historia de la “United Fruit Company”, poderosa firma U.S. que, si es preciso moviliza ejércitos de mercenarios para aplastar las resistencias.

Para los indios, rechazados, incapaces de integrarse en la civilización moderna, en el progreso, es como si se les destruyese por segunda vez. Después de la invasión española es, nos dice Asturias, la irrupción yanqui. Sin embargo, en sus novelas, los blancos no triunfan siempre. En “LA TORMENTA”, Asturias llama a lo sobrenatural en socorro de los oprimidos.

Allí se asiste a un ciclón que los técnicos no habían previsto y que durante tres días “cada vez más fuerte, cada vez más raso” aniquila la potencia de los financieros y de los capitanes de industria, destruyendo sus plantaciones de plátanos, matando hombres y bestias, abatiendo los poblados como castillos de naipes. Entonces, la vieja tierra india puede renacer. Para castigar a los yanquis, Asturias ha despertado a los viejos dioses mayas de su infancia.

Sin embargo, él enseña igualmente a los indios que no es necesario siempre acudir a las divinidades. En LOS OJOS DE LOS ENTERRADOS, los indios sublevados triunfan de sus opresores. Solamente entonces los ojos de los muertos consentirán en cerrarse. Pues el alba de la justicia se ha levantado para la raza perseguida.

Después de muchas vicisitudes políticas, Asturias ha podido reconciliarse con el Gobierno de su país hace dos años y en agosto de 1966 presentó sus cartas credenciales al general De Gaulle. Guatemala había hecho de ese temible panfletario su embajador en París. Este exiliado permanente – cuarenta años de su vida  pasados en el extranjero- volvía a ser un personaje oficial cargado de honores.

Dos premios, recibidos con un año de intervalo, muestran el carácter un tanto paradójico de su destino. En 1966 los rusos le han concedido el Premio Lenin de la Paz. Querían así rendir homenaje al adversario  feroz del capitalismo americano, el escritor que, más que ningún otro ha criticado la civilización U.S.

El premio Nobel, por el contrario, que él ha recibido el día de su 68 cumpleaños, no está destinado al revolucionario sino al hombre que, mejor que nadie, ha sabido defender la causa de los indios, sus hermanos. La grave Academia sueca ha escogido, a su manera, la entrada en la corriente histórica. Está América latina al orden del día, tiene desde ahora también su Premio Nobel.

¡Ben Bernert! ¡Muy bien, Philippe!-diré para terminar. Pero aún no sabemos si Asturias es un demagogo, un mesianista, un soñador o un aprovechado. Estos héroes en el exilio, estos rebeldes en el extranjero, estos valientes tras las fronteras de un país extraño que les asegura la inmunidad, “non van no meu carro á misa”. Ni con Premio Nobel ni sin él.

Òpera para un tirano


“El hombre es decididamente un extraño animal, como diría Moliére. El fin de Stalin ha fascinado al mundo entero. Y si las cartas de su hija Svetlana conocen actualmente semejante éxito, es porque ella ha sido testigo de sus últimos momentos y levanta un poco el velo sobre esta muerte que nadie, durante largo tiempo, quiso creer normal. Como la muerte de Hitler, la de Stalin parece puntuada por acordes wagnerianos. El  pretendido complot “des blouses blanches juives” que la precede, el misterio cuidadosamente guardado alrededor de los postreros instantes del dictador, la batalla de los sucesores, la brutal eliminación de Beria, la apertura de los campos de concentración, ese cadáver que primero se diviniza y luego se insulta, sí corresponde a la gran ópera.

Pero he aquí que el mismo tema –o casi- Henri Francois Rey lo lleva al teatro, del que hace realmente una ópera-lo que él llama un espectáculo total- con música concreta, lamentaciones populares, danza más o menos cosaca, salmodia, coros hablados, ¿qué se yo?, añadiendo a ello su estilo, su filosofía, su humor negro, y ya no somos fascinados del todo pues muy pronto, ¡ay!, bostezamos hasta desencajar la mandíbula.

¿Por qué? Porque todo a lo largo de su obra, Henri Francois Rey, ha sido muy inferior a la única relación de los hechos. Porque su pintura de los temblores acólitos del dictador no vale lo que las menores confidencias a este respecto de un Jruschef. Porque los caprichos de su tirano, su mórbida desconfianza, sus delirios, no se acercan a aquellos- bien reales- de Stalin. Nuestro autor no ha logrado sino parafrasear pesadamente, puerilmente, enfáticamente, a aquel que la historia ha inscrito con letras de fuego y espesos regueros de sangre. Mikoyan, Malenkov, Vorochilov, Beria, Jruschef, tienen distinta densidad trágica que los Arkany, los Gregor, los Bobo, o los Lázaro de Henri Francois Rey.

Acaso un Claudel con su lirismo y su enorme sentido de la farsa, o, sobre otro registro, un Sastre- lo ha probado en “Las manos sucias”- podrían quizás componer ese canto fúnebre, atroz e irrisorio. Henri Francois Rey no tiene inspiración ni medios para ello. Alineó palabras vacías. No anima más que a títeres. Títeres que interpretan lo mejor que pueden Bernard Nöel, Alain Mottet, François Maitre, Weber, Raimbourg y los otros, en la mecánica giratoria concebida por Barsacq. ¡Todavía una velada perdida!”.

Voici, digo, he aquí, lector, la traducción del comentario-crítica sin concesiones- que sobre la “OPERA POUR UN TYRAN” ha publicado en “L´AURORE”, de París,  Gilbert Guilleminault, un tipo bien conocido por todos aquellos que están al tanto de lo que ocurre en el mundo de las Letras aquende y allende nuestras fronteras. Pienso que a nuestro país no le vendrían mal una docena de críticos de tal calibre que pusieran en su lugar –el desván –a ciertas obras, ciertos autores, ciertas revistas y ciertas películas que hace ya largo tiempo se han ganado por deméritos propios el derecho a unos buenos, formidables trancazos que nadie se atreve, por lo visto, a propinarles. Y es que por estos pagos hispanos, al parecer, sobra azúcar “a darlle co pe” y no hay vinagre ni para un remedio. ¡Con la falta que nos está haciendo! No quiero imaginar lo que pensaría, diría y escribiría, si viera y leyera ciertas cosas que invaden el mercado nacional, el gigantesco Don Miguel. Yo me refiero a Cervantes, naturalmente, sino al imponderable, al sincero, al valiente y –con razón- inconformista Unamuno. Lo malo es que, todavía, los que viváis, “cosas verédes que non las creerédes”. La vida es “ansí”.

Recuerdo del Pepe alcalde y silueta del Pepe pintor


Aquí está, nuevamente, el DIA DOS PEPES villalbeses. Añeja ya con solera, como el buen vino, esta festividad. Notable y simpática, fraternal, ejemplar y emotiva, hondamente cristiana, entrañable, esta fiesta que los Pepes de Villalba organizan desde hace siete años en honor a su patrono San José. Misa vespertina y ofrenda al santo y luego, porque hay que dar al César lo que es del César después de haber dado a Dios lo que es de Dios, tiene lugar la cena de hermandad. Y a lo largo de la cena la amigable charla, las risas, los versos, las canciones, los discursos, las interpretaciones musicales, el chiste sano y limpio, la exaltación a la amistad. Al final, el regusto agridulce del “¡ay, Pepiño, adiós…!”  Y es que a la alegría del reencuentro sucede la amargura de la despedida. Pepes que restan felices y Pepes que parten llenos de “señardá” porque… “Terras onde eu nascín, gárdovos lei- Sondes do meu amor abellariza”—cantó Manuel María por nosotros.

He dado la noticia. Y ahora, como siempre en esta fecha para nosotros memorable, hablaré de algún Pepe distinguido. Hablaré seriamente, porque ha muerto, del Pepe  que fue alcalde y trazaré alegre, despreocupado, ya que vive, la silueta del Pepe pintor.

 

Mis recuerdos de don José Novo Cazón, el Pepe que fue alcalde, se remontan a mi niñez. Eran tiempos casi heroicos aquellos, bajo la Segunda República. Había que luchar con el pensamiento, con la palabra, con la acción. En mi casa, al anochecer, acostumbraban a reunirse con mi padre algunos amigos suyos entre los que recuerdo a don José, Andrés Carballal, Leoncio Enríquez, Luis Campos, a veces mi tío Víctor. Comentaban la situación política del país y yo, con mis nueve, diez, once años, escuchaba atentamente la conversación, a ratos discusión, en ocasiones polémica, de los mayores. Me eran familiares los nombres de Calvo Sotelo, José Antonio, Gil Robles, Azaña, Casares Quiroga, Alcalá Zamora, Portela Valladares, Chapapietra, Albornoz, Indalecio Prieto y tantos otros, así como revistas y periódicos: El Debate, ABC, Heraldo de Madrid, Informaciones, Ya, Tierra---que mi padre se negó a vender--, Mundo Gráfico, Nuevo Mundo, Blanco y Negro, Gracia y Justicia. Comprendía claramente que la política marchaba mal y aquellas reuniones fueron mi primera escuela política.

De aquellas tertulias, para mí, después de mi padre, el preferido era don José. Robusto, sin llegar  a ser corpulento, de mediana estatura, amplia frente, ojos grandes algo saltones, bien peinado siempre, elegante, exacto en el gesto y la palabra, bien timbrada voz, apasionado sin llegar a colérico, yo le definí, desde el primer día, como lo que era: un caballero. Y bondadoso, como tal.

Después vino la guerra y pasaron por la Alcaldía, de Villalba don Manuel Fraga Bello y Mercedes Ramudo. Sí, Mercedes Ramudo, una mujer que fue alcaldesa de la Villa del Amanecer mucho antes de que los periódicos y Televisión Española hiciesen el sensacional descubrimiento de esa señorita que dicen-sin fundamento- es el primer alcalde femenino de España. ¡Craso error! Luego, fue nombrado alcalde don José Novo Cazón, que rigió los destinos de la villa durante diez años, si no recuerdo mal, hasta la fecha de su muerte. Y fue desde allí, desde su sillón de la Alcaldía villalbesa, desde donde el Pepe alcalde, don José en el decir del pueblo, acabó de ganarse el afecto de todo el mundo. Era joven aun cuando repentina, inesperadamente, murió. El día de su entierro, la manifestación de duelo popular fue  multitudinario. Cientos y cientos, miles de personas abarrotaban las calles que había de cruzar el fúnebre cortejo. Jamás el dolor de un pueblo, que yo recuerde, se manifestó de forma más sincera y espontánea. Muchas personas lloraban. Sobre todo los pobres. Porque él, don José, nunca un favor había negado a los humildes. Sin duda, por razón de su cargo, el Pepe alcalde hubo de enfrentarse  a algunas personas y por ello, quizás, alguno no verá con buenos ojos estas líneas. Yo pienso que, en el DÍA DOS PEPES, es justo recordar a aquel de los nuestros que fue alcalde y –errores aparte, pues todos los tenemos- por encima de todo fue un hombre bondadoso, amable y cordial, caritativo y afable, sencillo y acogedor. Un gran Pepe.

 

A José Manuel López Guntín no es preciso presentarle. Este es el Pepe pintor, conocido en toda la región y aún fuera de ella. Lo mismo le encuentras en La Coruña que en Oviedo, en Ferrol que en Ponferrada. Y donde no está él están sus cuadros: óleos, acuarelas, carbones, retratos, bodegones, paisajes, marinas, dibujos, apuntes. Ya le conocéis: un infatigable trabajador, artista hasta la médula, simpático, idealista, sincero y expansivo, buen conversador, excelente catador de buenos vinos, inteligente, culto, sentimental, humano. Nunca dice que no a otro rato de charla, a otra copa o a otra canción. Bajo de estatura, en lo físico, alto en el arte, consciente de su propia valía, camina con la cabeza alta, como desafiando al mundo. Artista al fin, genio y figura. Su “Autorretrato” nos da la medida, casi inconmensurable, de su alma. Este es el Pepe que puede, con justicia, repetir la frase famosa: “También  yo soy pintor”. O aquello de Papini: “Perdido en un reposo de fantasía,-para la mirada no hay horizontes,- sobre la tierra vuelta mía -, toda encerrada en mi frente”. Porque, en efecto, nuestro Pepe pintor lleva escondido, tras su amplia frente de creador, un mágico universo de colores. Este es el Pepe que, cuando estás con el cara a cara, te mira de tal modo con sus grandes, analíticos, inquisitivos ojos azules, que te ves obligado a desviar la mirada para no ver tu retrato, tu verdadero retrato, ese que te duele mirar, hecho por un artista puro e invendible, por ese artista que hay dentro del otro, debajo del otro que pinta cuadros comerciales. Por ese artista incógnito que vive en el fondo del López Guntín conocido y que un día, ¡Dios lo quiera!, saldrá a la superficie, saltará de la sombra a la luz, en medio de una explosión deslumbrante de fantásticos colores nunca vistos ni tan siquiera presentidos.

¿Y que más, López Guntín, querido Pepe pintor? Nada. Se acaba la página blanca. Esto es una silueta nada más. Tu silueta, amicísimo. Únicamente me resta decirte que ya sé que cuando entremos en la fase de la exaltación a la amistad, me abrazarás fraternalmente y cantarás a mi oído: “Lloró… El poeta lloró…”Y yo, para corresponderte, entonaré: “Pintor nacido en mi tierra…”       

Donde digo digo, digo diego


No es extraño que los que escribimos, sobre todo cuando lo hacemos con cierta prisa, cometamos algún imprevisto y por ello perdonable, aunque lamentable, “lapsus”. Por eso este título, que parece una broma, no es tal chanza sino que presupone una rectificación que debo hacer, en honor a la precisión, al trabajo que últimamente publiqué bajo el titulo de “Mi escudo villalbés”. En efecto, donde escribí “el sol poniéndose tras el puente”, debiera haber escrito “ el sol naciendo tras el puente”, puesto que, de lo contrario, en vez de aludir, como yo pretendía, a la Villa del Amanecer, recordaría a una “villa del Atardecer”, que no conozco, aunque puestos a pensarlo podríamos también aplicar tal denominación a Villalba, sin mentir, pues tampoco es raro poder contemplar impresionantes, bellísimos, magníficos, gloriosos crepúsculos vespertinos, dignos de la pluma de un Chesterton, en la villa en la que el sol madruga, levantándose entre Goiriz y Lanzós, cuna esta parroquia de aquel Alonso famoso que “abrigaba en su cuerpo de hierro un corazón de acero”, para retirarse tarde, pesaroso como un niño forzado a irse a la cama antes de tiempo, del lado de Mourence, la tierra que guarda los restos de nuestro dulce poeta  Chao Ledo. ¡Y hay que ver que tonalidades de oro viejo cobra la antigua, noble y notable, majestuosa, incomparable torre villalbesa, al recibir sobre sus viejas piedras la caricia nueva de los postreros, suaves, tibios y lentos besos luminosos de ese gran sol poniente que inunda al pueblo de cambiantes, vivos, refulgentes destellos de plata y de cristal! pero dejándonos de lirismos he aquí –pues “no hay mal que por bien no venga”- que ese impensado “lapsus”- juro que no lo hice a propósito- me permite hacer un nuevo comentario, el último, sobre “mi escudo” villalbés.

Quisiera yo – y mis lectores ya lo saben- que en el escudo de Villalba, tal y como lo concibo, figurasen la torre y la estrella y el árbol y el puente y el agua y el sol. Y lo quisiera porque...

La vieja torre feudal, testigo del valor de los villalbeses que se alzaron contra Nuño Freire y Andrade en 1431, ya que “no lo podían soportar”: testigo de la sublevación de los heroicos Hermandiños y de las temibles galopadas de Alonso de Lanzós, que los acaudilló hasta que “ella”, la Casa de Andrade, “ella lo destruyó” – tal dijo Vasco de Aponte. Esa vieja torre feudal, reconstruida en su forma actual, hacia 1480, por aquel Diego de Andrade que dijo a los Reyes Católicos, orgullosamente, “que no quería ser Conde de lo suyo”, alojamiento del primer embajador inglés que vino a España, después de terminada la guerra entre la orgullosa Isabel y el tétrico Felipe II, esa vieja fortaleza, “la más espectacular torre del homenaje que se alza en gallegas tierras”- así la definió Trapero Pardo-,  encierra en sí demasiada historia, bien que no sea nuestra particular historia, para que podamos ignorarla, olvidar su altiva, arrogante presencia, arrojando así por la borda el recuerdo de las raíces profundas que nos unen a nuestros antepasados de otros siglos, la evocación de antiguas leyendas misteriosas, la lección viva que nos dan los pétreos restos seculares evocadores de gestas gloriosas no por pasados menos ejemplares.

Ahí está, y hasta el fin de los siglos en nuestro escudo debe perdurar, esa “maestra de geometría” que –dijo Cunqueiro- es la torre que los Andrade nos legaron.

Como alusión histórica a aquel Fernán Pérez de Andrade, O Boó, a quien Pedro I, el Cruel, en 1364, dio el castillo y el señorío de Villalba, privilegio que confirmó más tarde, en 1373, don Enrique de Trastámara, el de las Mercedes: como alusión, digo, a aquel Fernán Pérez que, dicen las crónicas, hizo levantar siete puentes, siete iglesias, siete hospitales y siete monasterios, el puente en el escudo de Villalba evocaría, por otra parte, las dos fuertes palancas gallegas y por ello villalbesas, las dos grandes fuerzas galaicas que son – dice Paz Andrade- la sangre y el agua, fuerzas a las que Villalba, pueblo gallego si los hay, debe todo cuanto es y deberá todo cuanto llegue a ser. Y luego –por algo definí un día a Villalba como la Mesopotamia de Galicia- aquí has de llegar y de aquí has de salir salvando un puente, sea cual sea el rumbo al que te diriges. Puentes entre los que se encuentra uno de los que Fernán Pérez hizo construir pues, según Fraga Iribarne, “uno  de estos hubo de ser el predecesor del que aún hoy se llama “Ponte dos Freires”, pues Freire fue uno de los nombres que usó la Casa de Andrade”.

La estrella, que era –nos dice Manuel Mato- emblema de doña María de las Mariñas, esposa de Diego de Andrade, el reconstructor de la torre, simboliza además el alto idealismo que es una de las más nobles cualidades que distinguen a los villalbeses, siempre conscientes de que la vida no vale la pena de ser vivida en el simple plano de lo material y por ello son amantes apasionados de cuanto puede servir para elevar al hombre en el orden espiritual, para acercarle el ángel que todos podemos ser y alejarle de la bestia que todos, por desgracia, llevamos inherente al ser.

Y el árbol, en fin, ese gigante, secular, frondoso árbol villalbés, que maravilla a cuantos le contemplan, símbolo vivo del vigor y de la fuerza, del cariño a la tierra y del ansia del cielo, tal como solamente un vegetal puede expresarlo, parece compendiar en sí el doloroso, profundo, apasionado amor que los villalbeses sentimos hacia el terruño que nos vio nacer y la nostalgia del cielo que nuestros dilatados horizontes pusieron en nosotros desde el día en que, por vez primera, perdidos los ojos en la lejanía, comprendimos cuanta grandeza y al mismo tiempo cuanta miseria se encierra en este pequeño ser llamado hombre.

Por eso y para que un día nuestro árbol querido sea algo más que una placa metálica en el suelo, cual pasó al famoso Carbayón ovetense, la “Pravia” villalbesa debe pasar al escudo de Villalba.

 

La torre y la estrella y el árbol y el puente y el sol. La sangre y el agua: ¡VILLALBA!

Mi escudo villalbés


Estuve en Villalba hace muy poco tiempo y fui a ver, naturalmente, el proyecto de lo que creo- por los síntomas, que son mortales –será escudo villalbés. Consta de dos franjas verticales en las que se encuadran, respectivamente, una torre y tres verracos. Al pie, ocupando la anchura del escudo, hay una especie de trebolar que trata de simbolizar la Tierra Llana. En la bordura figura la divisa “Ave María Gratia Plena”. Conforme con la divisa, debo decir que, en conjunto, tal proyecto me desagrada por dos motivos fundamentales: el primero y principal consiste en no ser en modo alguno representativo de la Villa del Amanecer el blasón que se intenta aprobar y el segundo – se admiten discrepancias -, por considerarlo antiestético. Razonaré el primer motivo y no el segundo porque ya se sabe, “para gustos se pintan colores”.
¿Se trata del escudo de Villalba o se trata del escudo de la Tierra Llana?
Estamos de acuerdo en que se trata del escudo de Villalba, por consiguiente, sin ánimo de ofender, afirmo que la Chaira no tiene nada que hacer aquí. Sobra el trebolar, o lo que sea, y sobran los tres verracos que simbolizan “la tradición cazadora de la comarca”. Lo mismo que el escudo de Bilbao pasó a formar parte del de Vizcaya en el que, por cierto, figura un árbol, así como en el de Bilbao un puente, cual ocurre con el de Pontevedra, el escudo de Villalba podrá pasar a formar parte del blasón de la Terra Chá, si esta tierra llega a tenerlo algún día, pero no debe asumir simbolismos que como a tal Villalba – yo me entiendo, y creo que el lector también – no le corresponden. La Tierra Llana es algo más, mucho más que un trebolar y tres verracos y Villalba debe estar simbolizada por otras cosas que una simple torre que- salta a la vista- en el dibujo o proyecto realizado, se parece muy poco a la existente en realidad. En fin, que el proyecto, a mi entender, deja mucho que desear y, en consecuencia, no puede satisfacer ni a tirios ni a troyanos.
En cuanto a lo que yo creo debe ser escudo villalbés, dejé expuesto mi criterio en el trabajo titulado “Un símbolo para un pueblo”, que los villalbeses ya conocen. No obstante, hoy presento un desmañado dibujo que, sin embargo, da una idea más exacta, gracias a la fuerza expresiva de las imágenes, de lo que es o podría ser “mi escudo” villalbés. Creo que este dibujo, si fuese realizado por un verdadero artista, encierra diez veces más belleza que el del proyecto propuesto y simboliza de un modo casi completo, tal y como lo expuse en mi citado trabajo, lo que Villalba es física y metafísicamente. Únicamente añado ahora – se me había olvidado- el sol poniéndose tras el puente, para aludir al sobrenombre de Villa del Amanecer que Villalba, con razón, puede ostentar.
Alguien objetará que “mi escudo” villalbés se aparta un tanto de las antiguas normas heráldicas – sobre todo por ese árbol que se sale de su cuartel-, pero no está escrito ni dicho que no puedan ni deban romperse moldes viejos de siglos. En todo caso yo me quedo con “mi escudo” villalbés y Villalba allá se las componga con el suyo, caso de que no quiera tener en cuenta mis razones. Y si alguno me acusa de inconformismo le responderé que dos poderosos motivos me justifican: mi nunca desmentido, apasionado, amor hacia Villalba y el hecho indiscutible de que mi corazón es mío.

Retablo sombrío para Navidad


               “Más ¿a quién compararé Yo esta raza de hombres? Es semejante a los muchachos sentados en la plaza, que dando voces a otros de sus compañeros, les dicen: Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres, y no habéis llorado”.

(Mateo 11, 16-17)

 

 
CIELO negro. Altas estrellas. Un viento roto y rastrero restalla, desgarrándose, como una melancólica bandera vencida, abandonada en su mástil por inútil. Misteriosa y oscura, envuelta en un gran manto de silencio, la noche escucha, callada, el latido acelerado del inmenso y antiguo corazón del mundo, Y la Tierra, expectante, presiente un angélico  canto esperanzado que anunciará la Buena Nueva del nacimiento de Cristo: “Gloria in excelsis Deo et in Terra  pax hominibus bonae voluntatis”.
Más ¿dónde están los hombres de buena voluntad en este tiempo fratricida? Los hay, sin duda, pero yo quiero presentar, un escorzo, la otra cara, la cara mala de mi tiempo, que es un monstruo bifronte.           
            Silueta vaga y medrosa, bulto difuso, oído atento, ojo avizor, nervioso y alerta, corazón taquicárdico, espía nocturno, guardián de los suyos, temeraria avanzadilla temblorosa, a diez pasos de la alambrada, el centinela vigila el sueño de las trincheras dormidas mientras la muerte hace su ronda tocando con su gran índice invisible el pecho de los predestinados que mañana han de morir. Es la guerra: cuatro tétricos jinetes galopantes, tenaces, incansables. Es el castigo de los siete pecados.
            Fueron dos héroes para dos tumbas perdidas, dos vidas para dos cruces de pino, altas como su juventud. Son dos pensamientos amargos como lágrimas.
            Figura enlutada, hierática máscara, sienes de plata, corazón de betún: de rodillas ante un  Niño Jesús de plástico, una madre dedica plegarias fervorosas al recuerdo de dos sonrisas de veinte años. Arriba, altas en el cielo, se encienden cuatro estrellas que la miran, brillantes como ojos de niño. Es la fe.
            Abandonada, personaje trágico, rostro serio, cabeza vencida, sonrisa olvidada, noches insomnes, días sin fulgor. La esposa del soldado besa los piececitos –blanco de nieve, tibieza del sol- del más pequeño de sus hijos. Desde una litografía colgada en la pared –luenga barba, largos cabellos- la mira, sonriente, un Jesús de treinta años. Ella, inconsciente, repite la súplica eterna: ¡Señor, que vuelva! Es la esperanza.
            Encarnación de la tristeza, gesto humilde, porvenir incierto, acobardado corazón, lobezno bípedo, hambriento vagabundo, figurilla desmedrada, ojos sin resplandor: el pobre huérfano tiende la mano al transeúnte. Ignora que acaso morirá, solitario, vencido por la miseria, sin saber que Él dejó dicho: “Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los Cielos”. Es la olvidada caridad.
            Extrañas figuras navideñas. Sombrío retablo, dramático cuadro, trágico tapiz. Sí, porque no tenemos derecho a creer que todo se arregla construyendo hermosos Nacimientos, si no cumplimos el mandamiento que el Niño vino a traernos: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Nada se arregla  si nos limitamos a colocar lindamente, estéticamente, simétricamente, pastorcitos de barro, ovejitas de caucho, bueyecitos de madera, burritos de cartón, ante un establo de corcho.
            La Navidad es, y debe serlo, una alegre fiesta; pero la alegría no debe escandalizar a los tristes, pues también está escrito: “El que tiene dos vestidos dé al que no tiene ninguno; y haga otro tanto el que tiene que comer”.
            Esto es un cuadro negro. Sí, porque no tenemos derecho a olvidar que Jesús nació en un establo verdadero, es decir, en una verdadera cuadra y que María “recostóle en un pesebre porque no hubo lugar para ellos en el mesón”. No tenemos derecho a ignorar que los hombres se odian y  que tales cosas pasan en el mundo y tales personas viven sobre la misma tierra que nosotros, quizás muy cerca, quizás al otro lado de la pared que les separa de nuestras vidas alegres. No tenemos derecho a desentendernos de los que sufren ni a desconocer que, lontano, ominosa silueta, se alza un Calvario que espera tres cruces. Hoy, como ayer, existen Anás, Caifás, Herodes y Poncio Pilatos. Hoy, como ayer, Barrabás  es preferido a Cristo porque Jesús nos dice la verdad y la verdad roe, como una rata, los corazones de los hombres.
            Pero, os diré, me falta una figura en el retablo. Me falta una figura del hombre feliz.
Por un abrupto sendero montañés, zurrón  ventrudo, pan y vino, barbudo y harapiento, alma tranquila, ojos de lucero, despreocupado, paso terne, ledo corazón, camina solitario, silbando blandas canciones navideñas, un valleinclanesco “pobre de pedir”. Y este es el hombre feliz porque sabe que el sermón de la Montaña empieza así: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el reino de Dios”.
          Leves hojas arrastradas por el viento voces de niños que ignoran el dolor, dan la vuelta al mundo cantando villancicos:


   Cargados camellos.

 Caminos de arena.

  Altos dromedarios.

 Luz de luna llena.

       Los magos de Oriente

   Siguen a la estrella.

¡Malditos villalveses!


        Si Curzio Malaparte escribió todo un libro bajo el título de “Malditos Toscanos”, no veo razón que me impida escribir un artículo titulado “Malditos Villalbeses” máxime teniendo en cuenta –modestia aparte, claro- que yo, puesto en idénticas circunstancias que aquel “maldito pratense”, aquel “enfant terrible” de la literatura y de la vida, aquel italiano cantaclaro, pude haber sido el Malaparte villalbés. Y aún no se sabe bien si eso fue una desgracia para mí y una suerte para Villalba o una desgracia para Villalba y una suerte para mí.
            Ya estoy viendo “in mente” a algunos villalbeses de pura cepa “regañando a moa” con rabia, al leer esto, y mascullando airados, rechinantes los dientes, mientras la risa les va por dentro sacudiéndoles la barriga: “Aquí está, otra vez, este pájaro pinto, este animal de bellota, este impertinente energúmeno, este maldito, petulante, insoportable Mato”. Pero no me importa nada porque les conozco, pues soy como ellos, y sé que todas esas palabrotas, ese airado gesticular, esa despreciativa actitud fanfarrona, esos escupitajos verbales, no son otra cosa que la manera brusca, desconcertante y áspera, que tienen los villalbeses de expresar sus alegrías, su regocijo ante algo que les divierte hasta hacerles reír las tripas. Porque los villalbeses, como los Toscanos, ríen cuando todos los demás lloran y se ponen serios cuando los otros ríen. Y tienen una manera de reír que Dios te libre de que se rían de ti en tus propias barbas, cosa que suelen hacer por menos de un pitillo, pues te irás al otro barrio con esa risa clavada en las entrañas y eso aunque dures mil años, que ya es durar. Pero entendámonos: ningún villalbés se reirá de ti sin motivo aunque verdaderamente los motivos de que se rían de uno son infinitos y, para los villalbeses, son risibles casi todas las facetas que posee esa cosa deleznable, esa pequeñez llamada hombre. Sobre todo no te las dés de profesor, de catedrático, de sabio Salomón, de filósofo “non plus ultra”, porque entonces...
            Entonces sí; estás listo. De vuelta de todas las filosofías desde que oyeron predicar la Buena Nueva y la creyeron, los villalbeses esperarán muy serios a que pronuncies tu rotunda sentencia, tu dogmática aseveración, tu pobre parodia de pensamientos viejos de dos mil años, tu discurso de infeliz cordero vestido con piel de lobo, y antes de soltar la carcajada y de volverte olímpicamente la espalda, que es  lo menos que mereces, habrá uno que te dirá mirándote recto, a los ojos, echándote chispas por las pupilas: “Falache tí, coma si falara o cocho do castelo”. Y fíjate lo difícil que es imaginarse hablando al jabalí de los Andrade que lleva cientos de años sin decir ni pío subido allá en la Torre del Homenaje de la que fue célebre fortaleza feudal. Claro que si está “caladiño”es por prudencia, por miedo a que surja de repente un Alonso de Lanzós cualquiera y pinten bastos otra vez, lo que tampoco sería nada raro. Y es que aquí nadie se asombra de nada, ni siquiera de que “fale o cocho do castelo”, de que aparezca un “choio” blanco en el castillo, o de que un cura, al celebrar un bautizo, se enfade porque el acompañamiento hace mucho ruido y suelte: “¡Fuera todo dios de la casa de Dios!” Y  aunque se cree en los milagros no se cree que cualquier cosa sea un milagro. Así es que cae un tipo de un quinto piso y no pasa nada. El tipo se levanta, va a la taberna de enfrente y pide “un neto de ribeiro pol-a medida de Villalba”. En Villalba eso no es un milagro. Lo que ocurre es que el tipo “é duro coma un coio” y “non hai bala que o entre”. Nada más. Y en eso llevan razón, creo yo, pues si el individuo es blando, mantecoso, fofo, queda hecho papilla y sanseacabó, no hay milagro que valga. Un milagro es, por ejemplo, llegar a los ochenta y siete años andando como una bicicleta y ser capaz aún de leer el artículo de fondo de “ABC”, sobre todo si es de Pemán, como hacía mi tía Lupa. Un milagro es que sople el viento del lado de Lugo y no llueva porque, ya se sabe, “Vento de Lugo, auga no puño” Esos sí que son milagros. O que venga un muerto, todas las noches, a reclamarte un hueso que le falta, como diz que le pasó a aquel enterrador llamado Ratexán. Y lo demás son cuentos de Calleja. Lo demás es literatura. Por eso...
            Por eso los villalbeses toman la vida un poco a broma, es decir, toman a las cosas y a las personas, empezando por sí mismos, como hay que tomarlas, esto es, apreciándolas en su justo valor, que es muy poco de tejas abajo, y a causa de ello abren la puerta de su casa a las diez y comen a las dos y media, como los señoritos. Y si no estás conforme te pones porque en Villalba es así.
            En Villalba es así, de manera que no madrugues ni vengas con prisas porque no hay nada que hacer. En Villalba –“o que teña presa que corra” y “mátate por ver Ourense”- si tienes prisa vete con buen viento porque no hay barbero que te afeite antes de las diez y si quieres comer, aunque sea en el restaurante, vienes a la hora de los demás, que quiere decir la hora de los villalbeses, y si no te parece bien ahí está Lugo, a treinta kilómetros, que tiene unas hermosas murallas romanas, o La Coruña, a ochenta, que es ciudad alegre y “en la que nadie se siente forastero”. Pero en Villalba ni hablar, aquí pasas por el aro o sigues pisando el acelerador. Y no nos vengas con el cuento del turismo o de la europeización porque hace cincuenta años, cuando aún no se había inventado la palabra “turista”, ya había aquí un políglota “enxebre” que anunciaba su establecimiento con un rótulo que decía: “Planchi camisolí”; una forma muy diplomática de tomarles el pelo a los aficionados al Esperanto y al volapuk. Aquí la verdadera europeización consiste en comerse un buen lacón con grelos acompañado de longanizas y chorizos y el verdadero turista es el que se muere y por eso no es raro encontrar esta inscripción sobre una tumba: “Feliz Viaje”. Porque eso de irse al otro barrio sí que es viajar y  la prueba, te dirán en Villalba, es que aún no ha regresado nadie, señal de que es un viaje con todas las de la ley. Eso sí, si te interesa algún detalle, sobre este mundo o sobre el otro, te informarán con toda precisión, pues a detallistas y observadores no hay quien nos gane y si no lo crees...
            Si no lo crees pregunta por aquel músico, el del bombo, que llegaba al extremo de acercarse a mi abuelo, director de la Banda Municipal que aquí existió, y le decía respetuosa, pero firmemente: “Maestro, aquí fáltame un compás”. O vienes un Día de San Ramón a escuchar el concierto y pronto oirás a uno que dice: ¡Adiós!  Xa se fastidiou a peza. Fallou o dos platillos”
            Y a ingeniosos... ¡vamos! En eso sí que somos unos hachas. No hay más que recordar el caso de aquellos dos, uno de los cuales, al regresar el otro de un viaje, le dijo: “¿Can...can... cando viñeche?”. Y el otro, rápido, porque en Villalba se cazan al vuelo y se pescan el aire, contestó: “Asno...Asno... ás nove”. O el de aquel otro al que hacías una pregunta capciosa y te respondía escondiendo la risa bajo la nariz: “Chico, déixame pensal-o un pouco, pois eso é un caso casuístico”.
            ¡Malditos villalbeses! Si uno funda un periódico que se titule “El Ratón”, otro aparece con “El Gato” y al “ECO DE VILLALBA” se responde con el “HERALDO DE VILLALBA” porque no hay eco sin sonido previo. Y si un futbolista, en el Estadio Roca, lanza un balón y mal dirigido, enseguida salta todo el público vociferando: “Viva Villalba”·. Para que se dé cuenta de que aquí no se admiten globitos, que en esta tierra es lo mismo que decir faroles, ni siquiera jugando al fútbol.
            ¡Malditos villalbeses! De paseo por todos los caminos del mundo salís al paso de todos los sofistas, de todos los engañabobos, de todos los charlatanes de feria, y os las tenéis tiesas con el lucero del alba para defender la verdad porque sabéis que la verdad no tiene más que un camino. Gloria a vuestro valor, a vuestra insolencia, a vuestra desfachatez. Y si nadie os perdona que seáis así yo os perdono, pues soy como vosotros, soy uno de vosotros, soy otro maldito villalbés.

Gol a la filosofía


        Ya conocéis a Gog. No me refiero al Gog bíblico, sino al de Papini: “... un monstruo que rondaba el medio siglo, vestido de verde claro. Alto, pero mal hecho. No tenía ni un pelo en toda la cabeza: sin cabellos, sin cejas, sin bigotes, sin barba. Un bulbo informe de piel desnuda, con excrecencias  coralinas. La cara era anchísima, de un encarnado oscuro, casi pavonado, Un ojo era de un bello celeste casi ceniciento: el otro, verduzco con estrías de un amarillo de tortuga. Las mandíbulas eran cuadradas y potentes; los labios, macizos, pero pálidos, se abrían en una sonrisa metálica, de oro”.
            Me asomé al balcón de mi casa, en Villalba. Un cielo bajo y sucio planeaba sobre el pueblo, como un gran pájaro funesto, a la altura de los tejados. Era un cielo denso, viscoso, pesado. Un cielo fúnebre y plomizo, cargado de agorero silencio. Un cielo abominable que parecía querer desplomarse sobre las casas a poco que cediesen en su esfuerzo titánico las torres de la iglesia, el árbol y el castillo, únicos pilares sobre los que daba la sensación de sostenerse. De pronto, llamaron a la puerta y el martillazo resonó, como un trueno, en toda la casa.
            -Preguntan por ti –vino a decirme mi mujer.
            -¿Quién es?
            -No sé. Una especie de diablo o algo así.
            Salí a recibir al tipo, Era Gog, Le conocí en seguida. Era el diabólico, el monstruoso, el sofisticado Gog.
            -Buenos días –dijo.
            -Regulares, señor Gog. Ya que usted es Gog. ¿No?
            En efecto –respondió-. Sabía que me reconocería.
            -¿Y a qué debo el honor de su visita?
            -Si me invita a pasar procuraré ser breve. No es usted muy diplomático –comentó sonriendo.
                        -Bien –contesté. Pase, aunque no me gusta mucho recibirle bajo mi techo. Sé que es usted un pájaro de mal agüero. Y perdone por la franqueza.
            -No importa –atajó rápido-. Su sinceridad es una de las causas que me han traído hasta aquí.
            Le conduje a mi cuarto de trabajo. Le ofrecí una silla y tomé otra  para mí.
            -Al grano, señor Gog. ¿Qué desea?
            -Verá –comenzó. Usted ha leído “Gog” y “El Libro Negro”, de manera que no necesito informarle sobre mi compleja personalidad ni tampoco le extrañará nada de lo que voy a decirle. Se trata de una nueva experiencia que pienso acometer. Llámale capricho, si lo prefiere. El caso es que quisiera comprar su cerebro.
            -¿Cómo? ¿Comprar mi cerebro?
            -Sí; pero no se asuste. La cosa no es tan urgente. Según mis cálculos, su cerebro vale  aproximadamente millón y medio de pesetas. Esa cantidad le será abonada en diez años a razón de ciento cincuenta mil cada año o, si lo desea, en plazos mensuales de doce mil quinientas pesetas. Una vez transcurridos los diez años y en su poder la totalidad del dinero que le ofrezco, un delegado de la “Universidad del Homicidio”, pagado por mí, sin que usted sufra ni lo presienta, se encargará de proporcionarle una muerte dulce y de remitirme, por correo certificado, su cerebro, bien preparado y conservado para su posterior utilización. Y piense que le doy todas las ventajas pues si, mientras tanto no se cumple el plazo fijado, usted muere de muerte natural o de accidente, lo habré perdido todo. Es claro que deberemos redactar el pertinente contrato de compraventa.
            -Muy interesante, señor Gog, ¿Y por qué le atrae mi cerebro habiendo tantos sabios por ahí que no saben que hacer con los suyos? ¿Acaso quiere usted cerebros baratos solamente?
            No, no –respondió Gog. No se trata de eso. En su cerebro hay algo que me interesa en orden a la experiencia que quiero efectuar. Usted es sincero, fogoso, idealista y pesimista, curioso, liberal, lógico y exaltado, voluntarioso y apático, egoísta y pródigo, civilizado y primitivo, fanático y comprensivo y unas cuantas cosas más. En fin, créame, resultaría una “rara avis” si su inteligencia hubiese sido metódica e intensamente cultivada. Y es lástima, porque hubiera podido ofrecerle una cantidad mucho mayor.
            -Bien, bien, señor Gog –repuse-. ¿Y puede decirme que clase de experiencia es la que intenta o que extraña especie de capricho desea satisfacer?
            -Es muy sencillo, querido García Mato. Usted oyó hablar del superhombre de Nietzsche. Conoce también la teoría de la evolución de las especies que, inexorablemente conducirá a él. No ignora tampoco que existe una nueva y maravillosa técnica para lograr el trasplante de cerebros. ¡Voila! Ahí está todo. Yo no quiero ni puedo esperar, por razones de edad, a que la Naturaleza concluya su labor y la evolución natural, segura pero muy lenta, nos dé finalmente el superhombre. Aprovechándome de la novísima técnica y de mi dinero, quiero “fabricar” un superhombre, mi superhombre, artificialmente. Refundiendo en uno sólo lo mejor de los cerebros seleccionados por mí, llegaré a ese resultado. Y si la experiencia es positiva, como creo, yo mismo seré el segundo superhombre, padre, sin embargo del primero, que me tendrá que estar reconocido. Luego, hacernos dueños del mundo será un juego de niños para mi “hijo” y para mí. ¿Qué le parece?
            -Odioso, señor Gog; inhumano y horrible. Márchese, haga el favor, y no vuelva más por aquí.
            -Lo siento –dijo Gog, levantándose y tendiéndome la mano que aparenté no ver-. Lo siento porque tendré que efectuar una nueva gestión y no me conviene perder tiempo. Aún me faltan veinte cerebros para completar el cupo que considero necesario.
            Le acompañé hasta la puerta y marchó, silencioso, con la cabeza baja. Unos días más tarde, el cartero vino a casa y me entregó un paquete certificado.
            ¿Quién remite? –pregunté al cartero.
            La  “Universidad de Homicidio” –dijo-.Viene de Tánger.
            Abrí el paquete, apresuradamente, y dentro encontré un cráneo limpio, brillante, reluciente, de mandíbulas “cuadradas y potentes”, con una tarjeta que decía; “Señor Mato: Al fallecer el señor Gog, víctima de rápida enfermedad, cumplimos el encargo que él nos hizo –ya sabe lo excéntrico que era-, y le remitimos su cráneo convenientemente “mondado”. Saludos”.
            Exultando de gozo, rápido como una exhalación, salí de casa con el cráneo de Gog en la mano derecha, bien sujeto por las cuencas orbitarias. Corrí hacia la Plaza de Santa María  y allí lo tiré al suelo para utilizarlo como pelota. Allá abajo, haciendo de portero, entre la “Casa Paz” y la de doña María Carreiras, en el callejón que conduce a Tras do Puxigo –un tiempo estercolero y depósito de desperdicios-, se encontraba mi amigo Luis José, Licenciado en Filosofía y Letras. Avancé raudo, como cuando era niño, llevando pegado al pie, tal si fuese el balón, el cráneo de Gog, y al llegar a la altura de la puerta de la iglesia, lancé un zambombazo tremendo, un disparo potente, colocado, escalofriante, imparable. Mi amigo Luis José se adelantó gritando, con los brazos abiertos en un gran gesto inútil, porque el balón, es decir, el cráneo de Gog, pasó como un rayo por debajo de su brazo izquierdo y se perdió Tras do Puxigo.
            -¡Gol! –exclamé jubiloso. ¡Gol a la Filosofía!

           Cuando, desperté, los rayos del sol penetraban en mi habitación y, a través de los cristales del balcón, se divisaba un cielo azul, alto y puro, alegre, riente y juvenil.
            Ya sé que el profesor Freud buscaría y construiría raras interpretaciones sexuales sobre mi sueño. Yo pienso que, soñando y simbólicamente, subconscientemente psicoanalíticamente si quieren, derroté a todos los sofistas de todas las escuelas en un partido que gané por uno a cero. Eso es todo. Lo siento por el cráneo de Gog, que fue a parar entre el estiércol, aunque, bien mirado, uno no tiene la culpa de soñar cosas así. Son cosas del otro yo.

Así se fue Pétain


               “En un mundo y en un tiempo en que la causa del hombre tanta necesidad tiene de ser bien servida”. De Gaulle ha terminado con estas palabras la alocución que pronunció en el Elíseo al final del almuerzo que ha ofrecido en honor de M. Thant.

            La causa del hombre. Esta frase me ha hecho soñar, pues acababa de realizar la lectura del libro, desprovisto de todo prejuicio, de toda pasión, que la enfermera que asistió a Felipe Pétain –él murió con su mano en la de ella- ha consagrado a los últimos días del mariscal. (1).

Antes de ser trasladado, para allí dar el último suspiro, a una casa de la isla de Yeu, el más viejo prisionero del mundo estaba recluido en un fuerte, el de Pierre Levée, cuyos muros rezumaban de tal modo que era preciso secar hasta las cerillas. Sometido al régimen de “derecho común”, no podía recibir ningún correo, oír ninguna radio

            No fue sino más tarde cuando Mm. Pétain fue autorizada a llevarle algunas flores o golosinas. ¿Compartir la cautividad de su marido? Este permiso le había sido negado. Al principio, ella ni siquiera podía residir en la isla. Le había sido regalado un viejo Renault que un bravo mozo de la isla conducía; pero cuando Mme. Pétain, a pesar de la hinchazón de sus piernas, venía a visitar al mariscal, el auto no era autorizado a penetrar  en el fuerte.

¿La celda del detenido? Muros desnudos, un crucifijo, único lujo: un lecho de cobre que la señora Pétain no había podido adquirir sino después de múltiples gestiones. Una humosa lámpara de petróleo. En un armario las primeras mantas “meonas” que la administración había dado al condenado, “especie de cobertores de dormitorio común, de un tono indeciso entre el gris y el marrón y todas agujereadas”.

“Nadie, en la historia, podrá recusar a Felipe Pétain en su calidad de vencedor de Verdún”. No es un “pétainista” quien acaba de afirmarlo, sino Alejandro Sanguinetti, ministro de los “Antiguos Combatientes”. Humanamente, ¿no podría ser concedida alguna derogación al reglamento penitenciario en memoria de Verdún?

Una circular confidencial había previsto las condiciones de inhumación en un fortín. El mariscal debía ser enterrado “civilmente”. Todo lo más, una insignia de su grado o de su dignidad podría ser colocada sobre el féretro. Estaba especificado que el parte de defunción no debía contener mención alguna de profesión, ni la fórmula “sin profesión”

¿Se cortaban los cabellos de ese casi centenario? Eran quemados para que no pudiese subsistir ningún recuerdo suyo.

Consigna formal: En el momento del traslado del fuerte a la casa Luco, ningún curioso debía ver al prisionero. Las enfermeras debieron confeccionar urgentemente una gran tienda en tarlatana, una especie de mosquitero.

            Terminado los funerales, las enfermeras, antes de abandonar la isla, quisieron ver una vez más la ciudadela. “Cual no fue nuestro asombro, refiere una de ellas, cuando llegadas al lugar, vimos en la casamata del mariscal un equipo del Cuerpo de Ingenieros terminando de derribar las paredes. Cual no sería nuestra estupefacción al ver esta prisa en hacer desaparecer los testimonios de un pasado tan reciente, pero cual no fue el asombro de esos hombres al saber que esas paredes que acababan de derribar eran las que habían visto los últimos días del mariscal”.

¿La causa del hombre ha sido “bien servida” con todo eso?

He aquí, lector, la traducción casi literal de un artículo que ha sido publicado en “L´Aurore”, por Jean Grandmougin. Es una traducción que yo hice, directamente del francés, sin añadir ni quitar nada, salvo el título, que en el original reza: “Un homme, le maréchal?”. Me parece importante y procedente su publicación porque conviene aprender a servir “la causa del hombre” de un modo muy distinto al que aquí se refleja. Y porque creo que ese anciano glorioso no merecía las afrentas y los sufrimientos que le fueron infligidos en los últimos días de su vida. “Homo homini lupus".


(1)  M.A Combaluzier: “J´ai vu mourir Philippe Pétain" .

Dialogo sobre "a palabra de Deus"


¿Qué le parece de “A Palabra de Deus” o traducción de los Evangelios al gallego hecha por los reverendos Morente-Espiña?

            -Nada.

            -¿Cómo que nada?

            -Sí, eso. Nada. No llena ningún vacío. No remedia ninguna necesidad. No aporta  novedad alguna ni en el sentido lingüístico ni en el religioso... Al contrario.

            -¡Hombre!

            -No hay hombre que valga. Empiece por el título. Deus es una palabra totalmente latina. Cierto que figura en Juan Zorro y en Martín Codax, por ejemplo, y hoy puede verse en Cunqueiro y en Manuel María; pero Curros, Añón, Noriega y Leiras Pulpeiro escriben Dios y no Deus. ¿A qué gallego corriente y moliente oye usted decir Deus? También Cunqueiro usa “verba”. ¿Por qué no, entonces, “A verba de Deus”?

            -Es que “verba”, como usted sabe, es el plural del neutro latino “Verbum-i”

            -Y Deus-i pertenece igualmente a la segunda declinación latina. ¿Qué me dice con eso?

            -Deduzco que no están de acuerdo los autores.

            -No lo están. Admitiendo que el llamado idioma gallego exista como tal idioma, cosa muy discutible, veo que “A Palabra de Deus” es un libro plagado de barbarismos, que no utiliza en absoluto el apóstrofo –apartándose así de los “clásicos” Añón, Pondal, Rosalía, Curros, Noriega- y que emplea expresiones mal usadas en un tiempo y completamente insólitas hoy. No hay más que ver el Gloria: “...ao Pai, ao fillo, e ao...”. Creo que basta.

-Pero en Alfonso X el Sabio o en Ruy Fernández de Santiago, en Pondal o en Pastor Díaz, el “ao”...

-No nos remontemos al Ciclo Trovadoresco puesto que vamos hacia el siglo XXI y en cuanto a Pondal, Pastor Díaz y otros, convengamos en que escribían el “ao” por no saber a que carta quedarse.

            -¡Me asombra usted!

            -Pues no se asombre. También Añón usaba la “g”, la “j” y la “x” caprichosamente y así escribía “jardins”, “mágico”, “quijen”, “pújenme”. Eso no es Gallego “nin farrapos de gaita”. Se escribe soio, soyo, soilo y solo, hastra y astra, hoxe y oxe. El Gallego de Otero de Rey es distinto al de Villalba. ¿Cuál es el verdadero gallego?

            -Entonces...

-Quedamos en que tenía razón Noriega Varela al escribir:

 

“A lengua de Rosalía

      rico caudal d-harmonía

     que prendou a Castelar

     moitos n-a saben falar.

              y-os mais non lle teñen pia.”

 

            -Todo eso quiere decir que el gallego no es nada “fijo”, definido.

            -Está claro que no lo es. Escuche. Voy a leerle lo que escribió A. Marsal en el número seis de la revista “Galicia” publicada en junio de 1888: “Del estudio de la prosodia y ortografía que emplean en su dialecto los escritores gallegos, deduzco que pueden dividirse en tres clase: Primera; los que han adoptado un plan más o menos científico (Etimologistas y Fonetistas “ad cautelam”); segunda; los que “se lo han” creado más o menos empírico; y tercera; los que procuran imitar –y son los más- al poeta o poetas de su mayor devoción”. ¿Qué opina?

            -¡Caramba! Eso es grave. Quiere decir que el gallego es algo anárquico que por ello yo pongo en tela de juicio su existencia, tal y como nos quieren presentar, y dudo, naturalmente, de su supervivencia y de que el gallego llegue a alcanzar jamás la universalidad que para él soñaba Curros Enríquez.

            -Ese problema no es nuevo. En 1916, en su libro “Nuestra afirmación regional”, decía Antonio Villar Ponte que...

            -No siga. Conozco el libro. La cuestión es de las que siguen el principio del “eterno retorno”. Sin ir más allá ni venir más acá, Celso García de la Riega, en 1905, publicaba un artículo en el “Diario Pontevedrés” y entre otras cosas escribía: “...porque querer, pongo por caso, restaurar la lengua gallega es igual a pretender que las aguas vaciadas en el mar por el Miño se vuelvan atrás y suban por el cauce por donde han bajado”. Y Wenceslao Fernández Flórez, haciéndose eco de dicho artículo se preguntaba: “¿Basta? A nosotros nos parece que sí. Esto morirá sin protestas ni chillidos”.

            -¿Luego usted está de acuerdo con García de la Riega y con Wenceslao?

            -¿Cómo no? Coja, coja usted y lea los libros en gallego, prosa o verso, y ya me dirá si no le plantean a montones cuestiones lingüísticas. Difícilmente encontrará un “puro” un “enxebre”. A todos, poco o mucho, se les ve la oreja castellana. A ver quién se atreve a negármelo a la cara con los textos por delante. Y no me cite usted -¡por Dios!- la “Grafía Galega” de Fuco G. Gómez si no quiere que me descuajaringue de risa.

            -Bueno, bueno; pero me hablaba usted también del sentido religioso.

            -Hablaba y hablo y cualquiera que tenga sentido común me dará la razón. Si a estas alturas fuera necesaria la publicación de “A Palabra de Deus” para llevar los Evangelios a la mente y al corazón de los gallegos, arreglados estábamos. Tendríamos que acusar de negligencia grave, criminal, a todos los sacerdotes que hasta el presente enseñaron y predicaron en español. Pero hay más. En Cataluña yo, español nacido en Galicia, tuve que soportar sermones en catalán y reflejé la “molestia”, por no decir indignación, en mi trabajo “Sitges, la internacional”. Creo, como muchos, que dentro de España, sea cual sea la región en que nos encontremos, tanto en la iglesia como en la escuela, tenemos derecho los españoles a que se nos hable en lengua española, en “hispanolengua”, diría yo. Lea “La cuestión del vascuence”, de Unamuno. Otro tanto se podría decir del gallego. Curas gallegos, maestros gallegos, regionalismo, cantonalismo, Estatuto. ¿Es eso lo que se pretende? En tal caso me atengo a lo que escribió José Antonio en “La gaita y la lira” y lo demás, para mí, son monsergas. Todo eso “chéirame a chamusco” y a querer “volver a las andadas”. España, España, España y nada más. Eso es lo que importa.

            -Y volviendo al “ao”...

            Retornando al “ao” voy a transcribirle únicamente tres estrofas de Ramón d-a Penela, que tomo del libro “Películas Académicas”, de Ramón Erotiguer, publicado en 1908. Lea.

 

Os escritores

d-a vila

  que poñen “ao labrego”

         han de saber que en gallego

o “ao” xa non s-estila.

      “Vou o mar”, dicen en Vigo,

      “dou ó demo”, dín en Lugo,

         en Ourénse “ponos ó xugo”

           n-o Ferrol “doullo ó amigo”.

 Digamos ó moi aberto.

    Que así se diz n-o dativo;

Pois o d-o nominativo

 É pechado y encuberto.

 

- Casi me ha convencido usted.

- Convénzase. El propio Ramón Erotiguer cita al filólogo D. Manuel Rodríguez y Rodríguez para demostrar que “ao” es forma portuguesa y no gallega y, a mayor abundamiento, nos habla también de la opinión del profesor  Cayetano A. Aldrey, del Cancionero Popular Gallego y del diccionario Gallego –Castellano del Sr. Valladares Núñez; todo para denunciar los barbarismos cometidos en la inscripción dedicada “Aos Mártires da Libertade, mortos o 26 de Abril de 1846”. Ya sabe: los “Mártires de Carral”.

- Observo que los “aos” le molestan mucho a usted.

- Y a cualquier gallego actual que, a pesar de los pesares, admira a Curros, Rosalía, Noriega, Chao Ledo, Fole, Cunqueiro, Manuel María...

-Creo que no es usted tan enemigo de la lengua gallega como parece.

- Claro que no. El gallego, con todos sus defectos, es único como lengua poética... para algunos gallegos.

- Cíteme algo que le guste.

- Escuche esto de Fermín Bouza-Brey:

            Leda vai a nao

            na proa unha frol,

            a rosa albariña

            do meu corazón.

- Magnífico.

- Formidable, diría yo; pero no todos escriben así.

- ¿Se da cuenta de que su opinión choca con la de muchas autoridades en la materia?

- No existiendo un gallego “definido” no reconozco “autoridades en la materia”.

- No soy tan importante.

- También creo que usted quiso imitar a André Maurois, el de los “Diálogos Vivos”, sin conseguirlo.

- Peor es meneallo” –respondería Cervantes. Y los verdaderos fracasados son aquellos que nunca intentaron nada. ¡Adiós! ¿O se dice “adeus”?