Por Dios: No te derrumbes aún.
No te derrumbes.
Resiste, si la tienes, hasta
casa
o bien intenta alcanzar la
puerta del amigo
que sabe tu nombre olvidado
por todos
y la historia de tu vida de
hombre solo
de perro repudiado por el
amo-llamado Destino
pero, por Dios, no caigas en
la calle,
no te derrumbes cobardemente
sin un último esfuerzo
por llegar hasta la puerta que
jamás se te cerró
de aquella muchacha que te ama
porque un día
vió brillar aquella luz en la
niña de tus ojos
y conoció la belleza del
rostro del Señor.
Pero no te derrumbes en la
calle
porque si caes allí nada podrá
salvarte.
Resiste algo más. Un poco más.
Ya estás cerca. ¡Anda!.
Otro paso. Otro. Un paso más
hacia aquella puerta
del amigo que sabe tu nombre y
conoce tu historia.
Suda. Sangra. Llora. Sufre
todavía un poco más.
Pídele al músculo agotado el
esfuerzo supremo.
Exígele al cansado corazón un
último latido
hasta llegar a la puerta de
aquella muchacha
pero, por Dios, no te
derrumbes en la calle
porque si caes allí nadie
querrá salvarte.
No caigas en la calle, hombre
solo, no caigas
a ninguna hora del día o de la noche
porque no habrá una mano amiga
que te ayude
porque nadie, ni hombre ni
mujer, volverá
hacia tu cuerpo yacente unos
ojos apenados
y ni siquiera los niños se
desviarán
de su incierto camino hacia
ninguna parte
para acercarse a secar con su
pañuelo
el sudor frío que mana de tu
frente
o para tomarte el pulso.
Nadie querrá saber si eres
hombre o perro
o si estás vivo o ya
definitivamente muerto.
Para los transeúntes que pasan
ensimismados
hundidos en sus pensamientos
de monos lúbricos
serás únicamente un gran
estorbo como
un viejo saco vacío, un papel
sucio y usado
un montón de basura, un
incongruente bulto
que deben retirar los
barrenderos enseguida
para que ellos, inhumanos,
puedan seguir
su ciego caminar apresurado
que también
inexorablemente terminará otro
día en el sepulcro.
No te derrumbes aún, por Dios.
No caigas en la calle.
Camina. Resiste, hombre solo.
Aguanta, hombre, ¡anda!
hasta llegar a la puerta de
aquella muchacha
o a la del amigo que sabe tu
historia y tu nombre.
Pero no caigas en la calle
porque entonces
nada podrá ni nadie querrá
salvarte.