¿A
mí que me decís?
¡Hipócritas!
Yo no creo
en
vuestras lágrimas de cocodrilo.
Queréis
hacerme creer
¡Farsantes!
Que
ignoráis que nuestras vidas
son
de vidrio.
¿Por
qué lloráis, entonces?
¿Por
qué lloráis?
Ya
sabéis que el cristal es frágil
Y
que la muerte es una obligación
Y
un paso que todos hemos de dar.
¿Por
qué lloráis, entonces?
¡Alcahuetes
de la vida!
Ya
sabéis que nuestro corazón
es
de cristal.
Vidrio.
Vidrio. Vidrio.
Nuestro
corazón no resiste un choque
fuerte.
Vidrio.
Vidrio. Vidrio.
Nuestro
corazón no soporta un golpe
débil
de
martillo.
No
lloréis, pues,
-proxenetas
del vicio-
ante
los cuerpos muertos
y
podridos.
¡Rezad!
¡Rezad!
Pedid
al Gran Soplador inmarcesible
que
rompa vuestros vidrios defectuosos
y
os fabrique un alma nueva
de
cristal irrompible.
¡Rezad!
¡Rezad!
No
esperéis la hora
del
perdón imposible.
¡Rezad!
¡Rezad! ¡Malvados!
¡Hombres
de corazón corrompido!
Pues
nuestras vidas penden
de
un hilo
tenue
frágil
¡de
vidrio!