Es algo que no acabo de comprender. Me disculpo. Posiblemente será así
porque mi cabeza –cerebro, intelecto, entendimiento- es demasiado pequeña para
captar ideas
grandes, geniales. Hace tiempo vengo siguiendo, leyendo, estudiando casi, el
proceso sensacionalmente especulativo –periodístico, revistéril- a que han
dado, vienen dando, lugar las bombas A, H, C y N; esta última puede ser “farol”
de los rusos; o realidad. Me refiero, claro a las bombas Atómica, de Hidrógeno,
de Cobalto y de Nitrógeno. Entreveo que alguien está asustado o que –esto no es
probable- trata de asustar a los demás: al resto de los pobrecitos mortales
que, quieras que no, con bombas o sin ellas, hemos de morir irremisiblemente:
como los metemiedo. Esta verdad, por de pronto, es indefectible, infallable. En
cambio el que haya otro guerra o no; que la bomba N –de ser lanzada- elimine
totalmente a la humanidad… bueno. Eso es contingente. Puede ser…o no. Y ni el
mismo Einstein se atreverá a decir lo contrario por que –dicho españolamente-
“por que no”. Einstein, gran físico, ingente matemático, es un hombre vulgar
–entendedme- no un profeta. Y los que presentan tan tétrico el porvenir, sin
ser lo primero tampoco son lo segundo. Razón más que convincente para dar un
despreciativo manotazo al miedo que tratan de infiltrar en nuestras almas. Pero
las hay más poderosas.
Habrá guerra. Se lanzarán
bombas, gases y… ¡oh, la guerra bacteriológica! Será el fin, decimos. Es que
pensamos en hombre; no en cristiano; no en católico. “Yo soy el Alpha y la Omega , el principio y el
fin…” dice el Apocalipsis, (capítulo 1-8). Entonces ¿Qué? Nada. Que el fin
vendrá, como fue el Principio, en el segundo exacto que Dios tiene señalado
para borrar al hombre del encerado de la vida. Mientras, persistirán hombres,
plantas y animales, sobre el planeta Tierra, pese a los sabios y a los
ignorantes; exploten bombas o dejen de explotar.
Vivimos tiempos
angustiosos. Cierto: sin embargo, también está escrito: “Pero la salvación de
los justos es Jehová y su fortaleza en el tiempo de angustia”, (David, salmo
37-39). Por otra parte, humanamente pensando -¡qué bien para los partidarios de
la eutanasia!- no concibo que sea nada terrible eso de ser desintegrado así, de
repente, instantáneamente, lo terrible empezará después, cuando uno llegue al
reino donde el tiempo no existe; el tiempo eso que llaman cuarta dimensión. Más
digo. Cualquiera que haya sufrido un desmayo provocado por un formidable golpe
en la cabeza, sabe que se puede morir tranquilamente, sin dolor, sin enterarse,
además. ¿Desintegración?; venga en gracia de Dios y así me las den todas por lo
que a mí respecta.
No es necesario abundar,
creo yo, en más razonamientos que vendrían a ser todos del mismo tipo o estilo.
Demos un despreciativo manotazo al miedo; ese perturbador mosquito
ultramoderno. No hay razón para asustarse. Principio y Fin. Nacer y Morir. Eso
será cuando Dios quiera. Y no es pensar en fatalista pensar de esta manera.
¿Miedo? ¡No, hombre, no!