Cierto
es que el error reina entre nosotros, los hombres actuales, y que yo soy hijo
de Gran Siglo; de un siglo que se esfuerza por creer solo en si mismo; pero
todavía me resta capacidad para soñar, poder soñar, saber soñar y tener Fe; fe
con mayúscula; fe en Dios. Vosotros, los que andáis mirando siempre al suelo,
los que buscáis oro solamente, lo que decís, escépticos: “He ahí cuantas
tonterías se escriben”, no os asombréis. Consentid, por una vez, que un
semejante vuestro sueñe pasados y futuros. Permitid que os los relate y tened
la paciencia, la caridad, de leer.
“Existir es nuestro verbo
clásico, fundamental. Todo pasado es sueño. Todo futuro lo es. Nada importa a
no ser nosotros mismos y eso mientras vivimos.” Es falso, Procedemos del
pasado: de seres que han muerto ya o han de morir. Algo de nosotros –nuestros
hijos; los hijos de nuestros hijos- ha de incrustarse en el tiempo por venir.
Ojos del mismo valor que los nuestros verán cosas que ni siquiera presentimos;
leerán cosas que desconocían. Soñemos, en consecuencia, con el ayer huido y el
mañana venidero. Y particularmente nosotros, lucenses, soñemos, resucitándolo,
con el Lugo alpha; soñemos, ideándolo, con el Lugo omega. Dejadme que lo haga
yo, por vosotros, camino sobre el suelo del tiempo a largas zancadas.
Veo tupidos bosques,
poblados bosques interminables. Escucho múltiples rumores de follaje acariciado
por el viento: besos, caricias, amor del viento a las hojas arbóreas. Rumores
de agua corriente; de agua que discurre lenta por cauces anchos y estrechos:
besos, caricias, amor del agua a las piedras y a la tierra. Noche. Tranquila
noche, Luna grande. Luna llena. Un extraño canto brota de gargantas humanas y
sube, sube…Ahí están los druidas orando, cantando, suplicando a la luna.
Estamos en Galicia, la tierra extrema de la antigüedad; Finisterre. Por aquí
debe de estar Lugo.
Escuchad ese golpeteo de
pies contra el pecho sufrido de la tierra gallega. Es el paso de Roma que
avanza. Mirad como se acercan los “hastati”; los primera línea de combate. Y
los “príncipes”. Y los “triarios”. Recordad: “Res ad triarios venit”. Estos son
los que deciden, en última instancia, las batallas. Llegan las legiones
invencibles. Oíd el rumor de la faena. Aquí se trabaja. Estos hombres
construyen murallas. Ya hemos encontrado a Lugo. Esta es Lucus Augusti. ¿No lo
creéis? Pues ved, aún, las murallas en pie; ellas han llegado hasta vosotros;
mensaje pétreo de la Roma
increíble.
Y ahora perciben mis oídos
rumor de plantas descalzas; rumor de pies de peregrino que gastan la piel
rozando todo sendero; hollando todo camino. Se escucha una gran voz. Otras
voces. Ingente clamor. Santiago y los siete varones apostólicos andan
predicando por España. Traen la
Buena Nueva. Vienen a hablar del Maestro. Y él, el Hijo del
Trueno. El, el apóstol, se dirige a Finisterre. Helo aquí. Ha pasado por Lugo y
parece que ha dejado un recuerdo de piedra. No puedo asegurarlo. Miro a través
de una niebla negra y espesa. ¿Una Catedral? No sé. He de dejar que pasen
siglos, invasiones, revoluciones destrucciones. Después podré verlo claramente.
El pasado ha de caminar hacia mí y sabré del buen Raimundo –el del Pórtico de la Gloria-. Pero aquí
ya se cree en Cristo. Ha pasado Santiago, el apóstol.
Hay un galope tremendo que
estremece los valles y hace temblar los montes. Hordas a caballo. Los suevos;
gentes bárbaras. Entraron por el Norte y se establecen, anidan, en esta tierra
buena. Galicia es dulce, linda, verde, amable, generosa. Más tarde otro galope.
Gente morena y fiera que procede del Sur; sables, alfanjes que irisan al sol.
Estos son los árabes. Su misión: muerte a los cristianos. Pasan arrasando.
Parece mentira que Lugo resista, sufra tanto, permanezca. Pero sobrevive.
Después de las batallas se construye de ruinas sobre las ruinas. Y ha llegado a
nosotros y las murallas, Roma, aún en pie.
Distingo un extraño,
gigantesco e inmenso resplandor. No sé que es. Procede del corazón de la ciudad
y toda ella alumbra, resplandece, brilla. No supe interpretarlo y he ido al
Apocalipsis y leí: “Y la ciudad no tenía necesidad ni de sol ni de luna para
que resplandezcan en ella: porque la claridad de Dios la iluminó, y el Cordero
era su lumbrera.”
Ahora comprendo. El Cordero
está en Lugo. Es Jesús Sacramentado. Es Cristo que vela, día y noche, y espera.
Es verdad. Es cierto. Es la claridad de Dios. Ciegos somos. Tenemos ojos que no
ven. En nuestros corazones no hay amor. Y el Amor de los Amores proyecta su
gran luz para decirnos: “Estoy aquí. Venid. Venid.”
Pienso que el futuro es
menos importante. No hay necesidad de soñar días por venir. Estamos seguros.
Sufriremos. Pasarán años, o siglos, dolorosos para la humanidad. Pero Jesús
está en Lugo, perennemente expuesto. El no querrá abandonarnos hasta el fin del
Fin. Recordad –El dijo así: “Estaré con vosotros hasta la consumación de los
siglos”. Estamos seguros entonces. El esperará con nosotros, entre nosotros, en
Lugo, hasta el último segundo que vivan la tierra y los terrestres, el momento
de ascender al Cielo. Lugo será en el mundo hasta el minuto postrero, hasta la
muerte definitiva de los siglos. Recordad sus palabras: “Estaré con vosotros...”
Lugo y cierra el mundo. Lugo, la última vuelta de la llave de la vida.