Voy a decirlo ahora que aún
estoy a tiempo.
Aquí y ahora voy a decirlo
antes
de que me lleven entre las
cuatro tablas
-de pino y baratitas, por
favor-
a sufrir el último bautismo
ese
odiado negro bautismo de la
tierra
que espera ávidamente –las
fauces abiertas-
por mi carne de agua
y por estos mis huesos
temblorosos
que tienen miedo de temer
morir,
miedo de tener miedo y ser
cobardes
en esa hora seria
ante AQUELLA que viene a
liberarlos
de la innoble servidumbre de
la carne
y de la maldad propia y ajena.
No tengo nada y nunca nada
tuve
a no ser esos libros –a mi
izquierda-
que fui comprando a plazos
y esos mis siete hijos que
confieso
son mis siete pecados
capitales.
Toda mi vida fui un fracaso
ambulante
de manera
que nada quedará de mí tampoco
-no hay herencia muchachos-
y es mejor
porque así no disputarán
acerbamente
los herederos de mi nada
ante mi cadáver impasible
que estoy seguro soportará
tranquilo
-se carcajearía si pudiera-
su maldición por haberme
muerto pobre
como todo buen gentleman
imbécil.
Ya os lo he dicho y ahora os
lo recuerdo
(entre paréntesis, queridos
hijos míos):
Nada de cuentos chinos sobre
mis pobres restos
de inmunda carne aguada.
Nada de altisonantes póstumos
panegíricos
para que se luzca ante el
populus populi
un cura que no los cree ni de
broma
-serían gordas mentiras
fabulosas
porque fui honrado a puro
huevo
como todos.-
Nada de lágrimas de cocodrilo
para que los ajenos hablen
bien de vosotros
diciendo: hay que ver que ver
que ver
como le amaban –también sería
mentira-.
Nada
de caras largas ni disfraces
hipócritas hechos de tela
negra
-no convirtáis mi muerte tan
decente
en una puerca mascarada.-
Y nada de funeral de
aniversario
cuando se cumpla- ¡ja, ja!
un año de mi tránsito.
Como tampoco llegué a tener ni
cuatro amigos
mientras fui por ahí de fuego
fatuo
supongo que no habrá tipos
bastantes
para que pueda recorrer sobre
ocho patas
de bípedos animales
los caminos que anduve tantas
veces.
Por lo tanto
llevadme en carro o en camión
o arrastradme
como podáis con tal de gastar
poco
-el ahorro es una virtud
civilizada-
y que mis propios hijos (los
varones)
alegremente me arrojen a la
fosa
común propia de los
paupérrimos
de los que ni perro tienen que
les ladre
si tienen tiempo, ellos, para
acompañarme
hasta el umbral de aquella
última casa
mientras la chica les espera
en el guateque
moviendo sensualmente las
caderas
al ritmo duro de un disco de
los Beatles.
Y como final, entre
paréntesis,
queridos hijos míos os diré
que en un rincón del mundo no
sé donde
quizás sentada, sola,
“del salón en un ángulo
oscuro”
hay una muchacha que me quiso
mucho
a la que amé yo también
profundamente
de modo
que si un día regresa ante
vosotros
y os pide todos o parte de mis
libros
-mi otro gran amor hondo y
sincero-
la saludaréis levantando el
cráneo
valleinclanescamente unos
instantes
-lo merece-
y sin rechistar se los daréis
so pena
de que os maldigan in saecula
saeculorum
amén per vitam aeternam
desde Zeus hasta el último
mono
de los dioses griegos y
romanos
para amargaros
tragicómicamente
las noches de verbena que aún
os resten.
Este es mi testamento y es mi
última
y firme voluntad expresada
con esta mi amarga
desesperanzada
escéptica voz
en off.