Releyendo –porque la obra merece ser leída, releída e incluso estudiada, con atención y pasión, por todo aquel que sienta a Galicia y sus poetas- el libro del profesor Jesús Alonso Montero, titulado “Realismo y conciencia crítica en la literatura gallega”, alcanzo nuevamente las páginas 140 y 141. Paso y repaso, inciden y reinciden mis ojos, sobre los párrafos escritos bajo el epígrafe “Distancia y silencio” que pertenece a la parte del libro y que el escritor dedica a estudiar a “Curros Enríquez o la poesía como lucha”. Me detengo, medito un instante y me digo: “Aquí hay algo inexacto, José Luís. Algo que, por inadvertencia o desconocimiento pasó por alto Alonso Montero”.
En
efecto, en la página 141, el profesor escribe: “En Galicia en el año 51 es casi
negativo es decir, significativo. Curros no existió para la Universidad ni para el
Instituto Padre Sarmiento, entidad a la que no se le puede reprochar el
homenaje a Emilia Pardo Bazán, si bien se define al hacer esta discriminación.
También la revista de este Instituto, “Cuadernos de Estudios Gallegos”, cerró
sus páginas a Curros entonces y desde entonces. Por lo demás, ni antologías, ni
conferencias, ni reediciones de sus libros, ni artículos en los periódicos (37)”.
Y
al pie de página –nota 37-añade Alonso Montero: “De algún periódico- por
ejemplo EL PROGRESO de Lugo- sé que se limitó a dar la noticia de los actos de
Celanova en un rincón de una página interior”.
Ahí
están las inexactitudes. EL PROGRESO es un periódico y en 1951 no se limitó a
dar la noticia de los actos de Celanova, sino que también publicó un artículo
sobre Curros. Y agregaré que, visto el estudio de Alonso Montero acerca del
gran luchador de Celanova, del grande e infortunado Curros Enríquez, hemos de
concluir necesariamente que la publicación –el 25 de Julio de 1951- del que
creo único artículo periodístico que recordando al inmortal autor de “Aires d-a
miña terra” vio la luz en Galicia, es un mérito para EL PROGRESO y para aquel
joven villalbés, para aquel desconocido, para aquel maldito villalbés que lo
escribió.
Aquel
muchacho, aquel maldito villalbés, era yo, el mismo que, ya no tan joven,
compra y lee atentamente, placenteramente, los libros del escritor Jesús Alonso
Montero, Y el artículo –conviene reproducirlo para que se enteren tirios y
troyanos- aparecido bajo el título “Curros Enríquez y Galicia”, aunque yo lo
había titulado “Galicia por Curros Enríquez”. , decía lo que sigue:
“¡Ah,
la muerte suprema vengadora! Muchos habrán pensado así, sonriendo, cuando la
última amante que tenemos los nacidos apretó a Curros, muy fuerte, entre sus
brazos hórridos de hueso y posó en el ser físico del poeta indómito el rígido
beso de hielo que entrega a los hombres al dominio oscuro e inexplorado de la
inercia constante, total y sin fin.
El
día estaba escrito allá en lo alto y Curros murió. Muchos –detractores del
poeta- pudieron plegar los labios dibujando una alegre y triunfante sonrisa
mientras que otros hombres, en número ingente, lloraban la desaparición del
indomable bardo, del eterno y enamorado apóstol de la Justicia, y apostrofaban
a la Parca
inexorable con inmenso dolor –porque hay hombres que nunca debieran morir-
repitiendo, recitando –maldición o lamento- los versos de Noriega “N-o Enterro
de Curros”:
“Mala morte mate a Morte!,
veu por Curros ¡viña tola!
e Galicia queda sola
y-o Estro viril sin norte;
máis...leria ¡que ainda foi sorte !
pr-os que o Vate apouvigara:
fariseos, ¡a loita para!
caciques: ¡ollar vos toca
como cai terra na boca
de quen vos cuspeu na cara!”
¡Amargura de Curros! Como sucede a la
generalidad de los poetas, tampoco a Curros Enríquez le fue dado, en vida,
cuanto merecía por su valor, por su integridad, por su amor a Galicia, por el
sentir de su alma abierta a toda noble afán, por sus innegables méritos que, en
definitiva, le acreditan como uno de los mejores poetas –acaso el mejor de
todos- que cantaron en gallego a la tierra galaica.
Notable
poeta fue Curros y notable es el contraste que sus poesías nos ofrecen. En verdad que no tuvimos, ni tendremos quizá,
otro poeta que, como él sepa usar ya de la violencia, ya de la dulzura en sus
composiciones. Curros viene a demostrar que la dulzura en los versos –en otros
poetas lloriqueo pueril- puede ser transformada en un dolor de hombre, en
ternura viril, sin lágrimas ni suspiros de vieja caduca. Así los versos dulces
de este vate sin par, son notas de gaita que toca-“de ruada”- suave, suavemente,
“molto pianíssimo!”. Maravillosa, por otra parte, es la apasionada violencia y
dureza de otros versos, hirientes estiletes afilados con que combate tanta
injusticia como existe en su mundo y en el mundo pasado que estudió. Violencia
exaltada y valiente que no se recata de nadie por que es de pleno derecho del
hombre poder combatir el error. Pero Curros, en su éxtasis, no pensaba en que
es perjudicial para uno mismo señalar con el dedo los defectos de los hombres,
y más cuando alguno de estos, poderoso, puede encontrarse, por culpable,
aludido. Así fue como el más grande y veraz de nuestros vates –el único que
jamás supo ser hipócrita y por ello era rebelde a toda tiranía- vio conjurarse
contra su persona la furia de los siete pecados capitales –rabiosos como
serpientes arrancadas a latigazos de su tranquilidad sueño letárgico- porque un
hombre, un simple mortal, aunque sepa trovar, se atrevía a esgrimir la espada
de la Verdad
para defender –Quijote vivo- no a una imaginada Dulcinea sino a una amada real
que llevaba por nombre Justicia. Por ello, Curros fue combatido, ultrajado,
perseguido y sujeto a proceso por fin. Por ello tuvo que emigrar. Y así, ante
la indiferencia de unos hombres que debieran rendirle el tributo de su
admiración, el alma del poeta fue perenne fuente de amargura que el ardiente
sol de la gloria jamás logró secar. Bien pudo decir Xavier Bóveda (1):
“Fue la vida del bardo una
eterna cadena
de dolor que fundiera su
voluntad de hierro.
Al silencio canalla,
prefirió la condena
y se marchó, magnífico, camino del destierro”.
Ahora, ya Curros duerme,
para siempre, un eterno sueño de piedra; pero su memoria perdura y su nombre
figura en la lista de los que merecieron titularse inmortales. Ahora,
reivindicamos para el sublime Quijote de Celanova de Galicia, la gloria que
supo conquistar. Miles de admiradores del poeta, cara a todos los vientos del
mundo, orgullosos de haber nacido gallegos como él, podemos lanzar y lanzaremos
sin rubor el esperado grito clamoroso: ¡Galicia por Curros Enríquez!
Y deseamos que el vate atormentado haya encontrado la
eterna paz junto al Dios que anheló en aquellos versos que dicen así:
“¡Ay!
¿Será a morte nada mais que un sono?
Tras
d-o outono d-a vida
¿Qué hay
pra nos?
Colombo topa un mundo n-un outono...
¡Quén
tan dichoso que topase a Dios!”.
El artículo, como puede verse, no
tiene nada de evasivo y si mucho de comprometido; quiere decir comprometido en
el sentido en que compromiso significa expresión neta de un pensar y de un
sentir, postura clara, bien definida, ante algo, lo que sea, ideas, hombres,
cosas. Está claro que yo entonces, como ahora, estaba al igual que Curros, que
Camus o que Alonso Montero, del lado de los que padecen la historia. Y es aquí
cuando se me ocurre formular unas preguntas que Alonso Montero no quiso o no se
propuso hacer. Vamos allá y, como en los toros, entremos a matar.
¿Dónde
estaban, en 1951, nuestros gerifaltes de antaño? ¿Dónde el gran Sanedrín de las
Letras Gallegas? ¿Dónde los que ya eran o habían de ser en un futuro próximo
los sumos sacerdotes de nuestra cultura? ¿Por qué tan extraño silencio? ¿Estaba
prohibido escribir sobre Curros en el centenario de su nacimiento? No lo creo,
porque ya en 1943, en Madrid, la “Librería y Editorial Hernández S.A.”
reeditaba “Aires d-a miña terra” y “O divino sainete”. No lo creo, porque mi
artículo en EL PROGRESO, el artículo de un desconocido, prueba todo lo
contrario. ¿Cobardía, miedo, desidia, indiferencia, traición? Responda aquel
que sepa o pueda hacerlo.
¡Grande, pobre e infortunado Curros!
¿Sabéis, que cuando los restos mortales del ínclito poeta fueron desembarcados
en La Coruña
ningún académico se personó a recibirlos? Y el caso es que “El féretro venía
consignado al Sr. Martínez Murguía, pero como éste no apareció en el acto de la
apertura, ni envió ningún académico que le representase, el Sr. Vicente, que
ostentaba la representación de la familia del muerto, y el alcalde, Sr. Sánchez
Anido, en nombre del Ayuntamiento, que es quien se hace cargo del cadáver de
Curros y le da sepultura, dispusieron se abriese, operación que se efectuó,
como queda dicho.
Fue muy comentada la ausencia de los ACADEMICOS en este acto solemne, en el
cual tuvieron representación todas las fuerzas vivas de La Coruña”.
Vergonzoso;
pero cierto. Hasta ahí llegaron los “precursores”, los “amigos” de Curros, los
que tenían más obligación que nadie, por varios motivos, algunos incluso por
motivos “contantes y sonantes”, de presentarse a rendir el postrer homenaje a
los restos mortales de quien había hecho posible la fundación de la Academia Gallega
y por ende la cimentación de la fama, en algunos casos inmerecida, de los
entonces académicos.
El que
quiera saber algo de esto que lea el libro “Películas Académicas”, de donde he
tomado los anteriores datos, publicado en 1908, año de la muerte del poeta, por
Ramón Erotiguer y editado en la “Papelería e Imprenta Garcibarra” de La Coruña. Hay algo que
aprender en ese libro sobre la fundación de la Academia Gallega
y los “inmortales” de “illo tempore”. No nos extrañemos, vistos los
precedentes, de que la historia se haya repetido y Curros, una vez más en 1951,
haya sido olvidado, por quienes más y mejor debían y podían recordarle.
En
fin, “agora xa foi, Marica non chores” Pero, de todos modos, quede claro que EL
PROGRESO habló de Curros. Es cierto, es verdad, está probado: EL PROGRESO habló
de Curros, señor Profesor.
(1) LA VOZ DE GALICIA, Agosto de 1920