Un espantallo se asemeja, visto de lejos, a un crucificado en el aire, a un crucificado sin cruz. Es así porque el espantallo lleva dentro su cruz, como millones de hombres, como otras tantas mujeres, formando su esqueleto. El espantallo, con sus brazos abiertos en un gran gesto implorante, un gesto de náufrago, de desesperado, de vencido, parece simbolizar, concretándolas, materializándolas, la angustia, la resignación, la tragedia de los solitarios luchadores que, perdida ya toda esperanza, se rinden al adverso destino triunfante con ese último, rotundo, claudicante gesto desesperanzado de los derrotados definitivamente, de los que finalmente kaputt han decidido inclinar la cabeza, ceder para siempre, no luchar ya más.
Figura patética, harapienta,
desarrapada, solitaria, abandonada en el campo a todos los vientos, a todos los
soles, a todas las lluvias, a todas las soledades y a todos los miedos, el
espantallo parece pedir socorro en su silencio con su gran ademán suplicante,
los brazos en cruz, tan abiertos, aguardando por no sé qué insólita mano amiga,
por no sé qué buen samaritano inexistente, que lo arranque, lo salve, lo redima
de su dramático abandono, de su agonía solitaria, de su eterna postura
hierática, de su miserable condición de pordiosero sin limosnas, de muda y
risible contrafigura de hombre, de ridículo esperpento sin voz ni voto ni pájaro
que le cante, ni perro que le ladre, de su odioso oficio de espantapájaros, de
su indigna profesión de metemiedo, él, que sufre todos los terrores de todas
las noches, cuando el viento ulula, aúllan los perros agoreros y suena lejana,
estremecedora, la risa sarcástica del zorro traidor, mientras la noche llueve
negras sombras sobre los deshilachados harapos del triste mendigo sordomudo,
corazón de paja, cabeza de trapo, esqueleto de palo en forma de cruz.
El espantallo espera, contra
toda esperanza, que ocurra el milagro que implora con su gesto gigante de
crucificado en el aire, de crucificado sin cruz. Y a veces sucede que,
efectivamente, el milagro se produce por obra y gracia de un gran escritor y el
espantallo se anima, cobra vida, y entonces
se desarrolla ante nuestros ojos asombrados una fantástica historia
cristiana, una historia conmovedora y tierna, una historia que llama a la
puerta del corazón de los hombres con fuertes aldabonazos insistentes para
despertar su bondad, una historia fabulosa de los tiempos en que los animales
hablaban, una historia tan irreal que cualquier hombre, menos un gallego,
calificaría de patraña. Porque los gallegos sabemos muy bien que cuanto más
fabulosas y fantásticas, tanto más ciertas y reales pueden resultar las
historias. Porque las cosas, en Galicia, son así: En un momento dado, según el
tiempo, el lugar y tu disposición anímica, vas por una corredoira y tropiezas
con un viejo cuervo posado en la rama de un carballo centenario y el cuervo te
habla y resulta ser el sabio Merlín. O vives en la aldea y le echas aceite
hirviendo sobre el lomo al rojizo perro nocherniego que te roba las gallinas y
resulta ser una meiga que vive no lejos de tu casa y tú te enteras al día
siguiente porque mandó llamar al manciñeiro para curar sus quemaduras. En fin,
cosas nuestras. Cosas que sólo entendemos los gallegos, viejos filósofos, que
estamos del otro lado de muchas cosas. Por eso, la fantástica historia de Neira
Vilas de las que voy a hablaros, esa “noveliña pra nenos… e pra grandes “, esa
historia del ESPANTALLO AMIGO, es algo que si no ocurrió puede ocurrir el día
menos pensado –yo lo sé—y después…
Después ocurre –y no me lo
discute ni el lucero del alba—que es una hermosa historia cristiana, una bella
historia ejemplar que hace pensar a uno que si todos fuésemos como el
ESPANTALLO AMIGO, nuestro mundo sería otro mundo, sería un mundo monárquico y
feliz, un mundo ideal no gobernado sino presidido por el matrimonio del rey
AMOR y la reina BONDAD.
Siempre le echo, al
principio, un poco de imaginación al asunto, citando al lector, para atraerlo a
los medios, como los toreros al toro, y quedarme solo ante el peligro. Después
intento la suerte suprema. Perdón por el truco y por el símil y vamos a entrar
a matar.
No he leído más comentarios
al libro ESPANTALLO AMIGO, de Xosé Neira Vilas, que el publicado por Ben Cho
Shey en EL PROGRESO. Desconozco si se publicaron más por ahí, en diarios y
revistas. Posiblemente sí y, posiblemente, no tantos como la obra merece, pues
esta “noveliña pra nenos… e pra grandes”, de la que escribo, es a mi entender
un gran libro, un libro cargado, rebosante, pleno, de sentido humano, de
sentido cristiano. Es un libro conmovedor y tierno, intenso y breve –gran
mérito—y tan gallego, con todo lo que eso significa de hondura espiritual, de
comprensión humana, de lucidez mental, de profunda sencillez filosófica, que
entiendo debe llegar a todas las manos, ser leído por todos los ojos, meditado
por todas las mentes, despacio, reposadamente, para llegar a interpretar lo que
encierra de mensaje de paz, de fraternidad, de bondad. Porque, en verdad, el
ESPANTALLO AMIGO de Neira Vilas viene a ser el arquetipo, el símbolo, el ideal
soñado, el non plus ultra de lo que podría ser, de lo que podría llegar a ser
un hombre si… si pudiera dejar de ser hombre y transformarse en espantallo,
quiero decir en ese ESPANTALLO AMIGO que es el personaje central de la noveliña
de Xosé Neira, un
Home de farrapos
alma de pantrigo
a todos el quere, de
todos é amigo.
Ignoro también si Neira
Vilas pensaba en Cristo mientras escribía su relato. Creo que sí. Creo que,
consciente o inconscientemente, el autor tuvo presente a Cristo al concebir y
escribir su libro. No me parece casualidad ni mera coincidencia que esta
historia se base en la historia de un espantallo, de un crucificado en el aire que lleva dentro su
cruz. No me parece casualidad ni mera coincidencia que esta historia termine
con el acto de dos muchachos, de “dous cachafeiros, miúdos, cuase encoiro”,
repartiéndose no sólo las vestiduras sino todo aquello, todo, todo lo que había
servido al tío Ramón de Reborneda para formar, integrar, construir, al
ESPANTALLO AMIGO. No me parece casualidad ni mera coincidencia que el
Espantallo de Neira Vilas venga al mundo y se vaya de él predicando y
practicando el amor, la amistad, la caridad, la hermandad entre todos los
seres, de tal modo que su acción primera es lograr que los golosos mirlos sean
amigos suyos y se comprometan a respetar la higuera del Tío Ramón de Reborneda,
que continúe convenciendo al perro Penexo para que ladre “ con voz de amigo e
non de cadelo ruin”, que consiga que Grilo, el grillo fugitivo del hogar,
regrese y alegre la vida del tío Ramón hasta hacer de él “un home ledo”, que
logre que Penexo trabe amistad con el gato Xirimía –lo increíble–. Ahí, el
Espantallo, “Esa noite soñou que se tiña acabado a ruindade na aldea; que todos
eran amigos”. (¡Oh, querido Neira Vilas, si fuera posible eso. Si fuera posible
terminar de una vez “coa ruindade na aldeia e coa ruindade no mundo enteiro!).
Gran lección de humildad:
“Eu son un Espantallo. Namais que un Espantallo. Puxéronme na figueira pra
escorrentarvos, pero quérome facer amigo voso”. ¿Y qué somos los hombres sino
espantallos que imaginan ser “alguien”? Gran lección de amor desinteresado, de
desprendimiento, de entrega absoluta a los demás, la conducta del ESPANTALLO
AMIGO. Sí, yo me atrevo, me arriesgo, me aventuro a asegurar que el escritor
Neira Vilas pensaba en Cristo al concebir y al escribir su libro.
Escrito, tal las MEMORIAS
DUN NENO LABREGO, XENTE NO RODICIO, A MULLER DE FERRO, O CABALIÑO DE BUXO, en
ese gallego fluido y sencillo, tan característico de este autor, considero a
ESPANTALLO AMIGO, como uno de los mejores, sino el mejor, entre los libros que
Neira Vilas escribió. Y esto lo digo pensando, precisamente, en su intensa
brevedad, pues dice tanto en tan pocas páginas que parece imposible un logro
así.
¿Y el título? ¿A qué viene tu título, maldito
García Mato? Viene, irritable lector, viene. No te enfurezcas. Al terminar la
lectura del libro, uno se siente triste como Penexo, el perro, como Xirimía, el
gato, como Grilo, el fugitivo del hogar que regresó, aconsejado por el
Espantallo, para hacer soñar al tío Ramón “coa gaita que tocou cando era mozo,
e con romarías que non vira dende facía moitos anos”, para alegrar al tío Ramón
“un velliño mirrado” que “dempois que entrou o Grilo, acendía o lume e sorría”.
Al terminar la lectura del libro, uno se siente triste y piensa: ¡Quién
pudiera, ESPANTALLO AMIGO, ESPANTALLO QUERIDO, llegar a ser tan bueno como tú,
llegar a querer darse totalmente, alegremente, sin pena, a los otros, tal como
tú lo hiciste; llegar a poder decir, sintiéndolo de veras, para después
realizarlo: “Xa vivín dabondo. Xa están seguros os figos do tío Ramón. Xa
andiven, gracias o vento, un anaco de mundo. Agora quero axudar a eses
rapaces”. Y ayudar, de verdad, “a eses rapaces”, a los otros, a todos los otros, a los necesitados que
desconocen su necesidad, a todos los hombres y a todas las mujeres del mundo
que andan desnudos creyéndose vestidos porque no tienen alma... Porque no
tienen, no tenemos, tu alma buena, tu alma bondadosa, tu alma cristiana.
ESPANTALLO AMIGO, ESPANTALLO QUERIDO...