SÍ.
Este libro que ahora tengo entre mis manos, ante mis ojos, es una lección. Sí.
Este “Sermón para decir en cualquier tiempo” –florilegio manuelmariano- es la
lección que un hombre, que además es poeta, nos explica a los hombres de esta
hora para enseñarnos el valor del tiempo y de las cosas que en el tiempo se
cumplen. Para recordarnos que somos romeros, o mendigos, o derrochadores de
tiempo. Para que no, olvidemos que “Siempre vamos andando tristemente – con
nuestro oficio de hombres, sobre el hombro- -dejando un trozo de vida- -en
cualquier parte del camino- -que nos toca andar forzosamente”.
Magníficos poemas.
Estupenda lección expuesta con un lirismo inigualable. No podía ser de otra
manera, ya que Manuel María es ciertamente, un poeta –“poeta comprometido”- que
jamás ha cultivado la llamada “literatura de evasión”. Manuel María es un
hombre concreto que se dirige al hombre en singular, al hombre de carne y
hueso, a cada hombre – a ti, a mí- para decir su verdad y su llamada: “Quiero
hablar contigo hombre de la calle.Quiero que lleguen a ti estas palabras-
-porque hay hombres- -que no saben hablar con sus hermanos”.
Lección de tiempo
perdido. Lección del tiempo destructor. Lección de las horas malgastadas
ensayando gestos vacíos de sentido o pensamientos sin destino, cuando es así
que- -¡bien lo sabe el poeta!- : “Lo único que hacemos en la vida –nuestra
única tarea, de hombres en la vida- - es
ir preparando el ser para la muerte”.
Aparentemente, los
poemas, los sermones, parecen algo desesperanzados que invita a caer en la
tristeza inevitable; pero, de pronto, aparece la fe y con ella la esperanza. El
tiempo nos destruye, es verdad, y “Morir es el fin del camino en el que se
deshace, como si fuese un viento, nuestra vida”. Pero la muerte no es el fin de
todo. Existe un más allá. El poeta lo sabe. Y lo dice: “La muerte viene para
deshacer- -nuestras sombras de hombres-. Es cierto. Es innegable. No hay duda. Mas
viene también “... para mostrarnos la enorme luz de esa paz que anhelamos tan
desesperadamente”.
Todo se cumple en el
tiempo: la vida, la muerte, los caminos, el amor. Todo se realiza en ese tiempo
del que “A veces creemos que está en la tarde que huyó volando con los pájaros
– que se hizo una cosa como un árbol- o que murió en la noche”.
El libro de Manuel María
es triste, pero no trágico; melancólico, pero no desesperado. Es una blanda voz
nostálgica, un sermón en voz baja, una palabra dolorida, una hoja que tiembla.
Es un lamento resignado y dulce que llega hasta el corazón del corazón. Porque
desde la niñez: -¿Qué fue de mis bucles de niño
-de mi voz de muchacho- -de mi encendido amor de adolescente?- hasta la
hora suprema de la muerte, del dejar de ser físico, vivir es caminar y “Andar
por los caminos un día y otro día es ir muriéndose a pedazos”.
Al final, después de
haber leído y releído pausadamente, despacio, meditándolos –como es preciso
hacerlo- los versos, sermones, palabras de este poeta, que vio nacer mi Tierra
Llana, uno comprende que ha aprendido algo importante y necesario. Una lección
inolvidable que enseña la cruda y descarnada verdad: que el hombre, aquí abajo
–héroe, pigmeo que ignora las estrellas- solo es algo, solo existe, solo “es”
en cuanto es capaz de percibir el paso inexorable de ese tiempo tan vanamente
derrochado. Al final, uno quisiera poder regresar a los tiempos idos, ya
lejanos, de la infancia para tratar de aprovechar -¡de vivir!- tantas horas
inútilmente gastadas. Y al comprender que no es posible, nos hiere esa punzada
dolorosa que hizo exclamar a Papini: “¡Oh, santidad perdida de mi cielo
infantil!”. O aquella otra que hizo escribir a Lorca:
¡Qué
tristeza tan grande me da sombra!
Niños buenos del prado.
Como recuerda
dulce el corazón
los días ya lejanos...
¿Quién será
la que corta los claveles
y las rosas de mayo?
La niñez, la mujer, el
amor, las cosas y los hombres, los caminos, el vino, las canciones. El poeta
tiene un sermón para cada cosa y cada hora. Un “Sermón para decir en cualquier
tiempo”. Hasta para una mujer fea.
¿Y qué? Ahora pienso que
todo es vano. Nuestro tiempo carece de tiempo. ¿Alguien escuchará el llanto, la
palabra, la melancólica, entrañable, sentimental y verdadera canción de este
poeta iluminado?
No sé.