Una fecha memorable 11 de Marzo de 1961


            Si alguna vez un escrito llevó un título totalmente idóneo, esta es la vez. En efecto, el 11 de Marzo del año en curso –Año 1961 de la Era Cristiana- será una fecha memorable para todos los villalbeses, en especial para aquellos que se honran llevando el santo nombre de José; de aquel José, humilde y casto, que fue de oficio carpintero. De aquel José de la bella leyenda de la vara seca florecida.

            Once de Marzo de 1961, Fecha grande y digna de recuerdo, Fecha inolvidable para Villalba. Por especial concesión del Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis, Dr. Jacinto Argaya y Goicoechea y para honrar a su patrono San José, los Pepes villalbeses pueden ofrecer una solemne Misa Vespertina que es oficiada por el coadjutor de la Parroquia, Rvdo. D. José Cereijo Pérez al que ayudan los jóvenes D. José García Leira y D. José Ramón Lorenzo Oseira. El templo –abarrotado de fieles- presenta un aspecto impresionante. El  pueblo entero se suma a los Pepes de la localidad que dan honor a su patrono.Puede decirse que no hay un espacio vacío en la iglesia parroquial de Santa María de Villalba. La emoción se hace silencio expectante cuando José Luis García Mato en nombre de todos, hace la ofrenda al Santo, tomando de manos del niño Pepito Rivera una arquilla primorosa que deposita en las del cura párroco, Dn. Adolfo Pato Bernárdez, al tiempo que lee la siguiente:

 

Oración – Ofrenda.

 

          He aquí, ¡Oh divino patrono de  cuantos llevamos el nombre de José! -tu nombre, santo humilde, carpintero nazareno –que he sido yo designado, -yo precisamente; el más indigno de todos- para llegar ante ti trayendo entre mis sucias manos de tierra, entre estas manos pecadoras de pobre hombre cobarde, de cristiano renuente, de católico indeciso, la ofrenda magnífica de todas estas almas que hoy puedes contemplar arrodilladas ante tu imagen bendita.

            He sido yo el elegido entre tantos más nobles, más dignos, más merecedores de este honor altísimo, para que una vez más se demuestre que los seguidores de Cristo, tu hijo adoptivo, supieron aprender la lección del amor maravilloso que nos enseñó que todos somos hermanos, que todos los hombres tienen la misma piel, que todos somos del mismo barro, que todos somos hijos de Dios y todos podemos alcanzar la Gloria ejercitando las tres virtudes teologales: la Fe, la Caridad, la Esperanza, de las que tan necesitado está este nuestro mundo fratricida, abjurador, perverso, hipócrita y cobarde. Tanto más cobarde cuando se trata de defender a Jesús, de combatir por Jesús, de afirmar a Jesús. Pues es cierto que millones de cristianos somos Pedro millones de veces. Pedro, antes del canto del gallo.

            Por ello venimos hoy ante ti, divino Patrono nuestro, santo ejemplar, espejo de hombres, modelo de obreros, castísimo José, para ofrecerte el arca pequeñita en la que van encerrados nuestros corazones de pigmeos soberbios; para que tu se los presentes a Jesús ya lavados de toda iniquidad, de toda mancha, de todo pecado y que Él nos los conserve siempre así, siempre limpios, siempre puros, junto a su Divino Corazón.

            Son corazones, San José, que se han desprendido de todo apellido, de todo adjetivo, de todo afán de clase, de toda huella mundana. Son corazones de cristianos, de creyentes, de pobres hombres que temen al ladrón maligno-ya diablo ya mundo, ya carne- y quieren guardarlos para siempre en el arca de caudales divina del Divino Corazón de Jesús.

            Aquí tienes, San José, el arca que contiene nuestra ofrenda. Desde mis manos despreciables de pecador arrepentido, pasa a las manos inmaculadas de nuestro párroco, sacerdote ejemplar, que encarna la virtud y la sabiduría, para que él la deposite en las tuyas, pues soy yo demasiado miserable, demasiado indigno, demasiado pecador, para hacerlo directamente sin vergüenza. Y con el arca –estoy seguro, San José- nuestro párroco no dejará de elevarte un ruego por nosotros, que tanto lo necesitamos. Para que jamás volvamos a ser cobardes, indiferentes, tibios, y ¡quien sabe! quizás enemigos de Jesús; para que nunca jamás hagamos llorar a María, nuestra Madre que está en la Gloria, ni tampoco a nuestras madres de carne estén o no estén sobre la tierra. Para que Jesús y María y tú también, San José, podáis sonreírnos algún día, cara a cara, en el Cielo, por toda la eternidad, por los siglos de los siglos de los siglos.

 

Contestación al Oferente

 

          D. Adolfo, nuestro querido párroco, contesta la oferente pronunciado una hermosa y emocionante plática que hace asomar las lágrimas a los ojos de los asistentes exhortándolos, a todos, a seguir el ejemplo de Los Pepes; ese ejemplo de hermandad, de amor cristiano, de caridad, de humildad, de fe y de esperanza; enseñanzas, virtudes todas que se encuentran en San José, maestro y espejo en que hemos de mirarnos cotidianamente para, imitándole, alcanzar la paz en este mundo y el logro del ultimo fin del hombre, del único y verdadero fin: la salvación eterna.

            La ofrenda y plática tiene lugar al terminar la lectura del Evangelio y el oferente regresa a su puesto en la parte izquierda del altar mayor, situándose de nuevo entre D. José Prieto Balsa y D. José García Baamonde, quienes, como “Pepes” de mayor edad le acompañan durante el Santo Sacrificio de la Misa, la cual es acompañada al órgano por la Srta. Pepita García Mato al tiempo que el joven D. José Lodeiro interpreta diversos cantos religiosos.