Recuerdo y presencia de Antonio Insua Bermúdez


        AQUÍ –aquí es Villalba-, he leído con interés curioso los comentarios –en especial los de Trapero Pardo- publicados en EL PROGRESO acerca de las dos exposiciones de pintura que se han celebrado recientemente en Lugo. Los he leído, digo, con interés curioso porque, aparte del de Fermín González Prieto, pintor con cuya amistad me honro, creía no podía faltar, por lo menos en la Exposición Antológica de pintores gallegos, el nombre del también villalbés Antonio Insua Bermúdez, fallecido hace ahora –en este mes- siete años. Y cito solamente a estos dos pintores hijos de Villalba, porque José Manuel López Guntín –asimismo pintor y villalbés- dada su juventud, entre otras razones, debe esperar un poco, todavía, la llegada de su hora triunfal.

            ¿Así es que Antonio Insua no estuvo presente –su obra- en ninguna de las dos exposiciones citadas? Así es, o así parece. ¿Por qué? No sabría decirlo. Diré, en cambio, que me extraña gravemente. Insua era un buen pintor. Un notable pintor. Y si es cierto que existe, como dicen, una” pintura gallega” perfectamente diferenciada de cualquier otro estilo pictórico, no hay duda de que Insua es uno de sus más caracterizados representantes. La prueba –no hay que ir más lejos- está aquí mismo, en Villalba, en la que fue “su casa”. Allí pueden verse retratos, paisajes, bodegones. Allí óleos, aguafuertes, dibujos. Allí cuadros, apuntes, obras de temática diversa, salidas de sus manos de artista puro, netamente gallego, nos hablan en el lenguaje universal de la belleza, de la elevada estatura artística de Antonio Insua Bermúdez, ese gran pintor humilde. Allí precisamente, ante su cuadro titulado “As Lavandeiras” he penetrado la profunda verdad de las palabras que Ortega dejó escritas en “El Tema de nuestro tiempo”: “La belleza del cuadro no consiste en el hecho –indiferente para el cuadro- de que nos cause placer, sino que, al revés, nos parece un cuadro bello cuando sentimos que de él desciende suavemente sobre nosotros la exigencia de que nos complazcamos”. Y, en efecto, suave complacencia es lo que se siente al contemplar la equilibrada belleza de los cuadros de este pintor villalbés que fue, quizás, demasiado humilde y que, por ello, se abstuvo de producir en cantidad legándonos una obra escasa en número pero grande en calidad, intensa. Y es que Insua sabía lo que afirmó Azorín, que “…lo importante no es hacerlo todo rápidamente, sino que lo que se hace sea conforme a normas eternas de Bien y de Justicia y de Belleza”. Y así, ateniéndose a esta verdad, procuró Insua cumplir con su destino de pintor siendo sincero en su exposición, en su interpretación de lo bello, siendo también, por consecuencia, realista, clásico, en toda la extensión de la palabra. Porque tampoco ignoraba Insua que el arte clásico es difícil y su aprendizaje largo ni aquella sentencia de Baudelaire de que “El estudio de la belleza es  un duelo en el que el artista grita horrorizado antes de ser vencido”. De ahí sus palabras constantemente repetidas ante los requerimientos de los amigos que le acuciábamos: “No estoy logrado todavía”. De ahí también el que no se dejase caer en los brazos de esa amante fácil que es la pintura abstracta con sus fórmulas fácilmente explotables. El era fiel al arte eterno y a sus propias convicciones,

            Por ello ahora –ahora que se cumplen siete años de su muerte- creo un deber dedicar a su memoria este trabajo y desear que –como soñó Axel Munthe para sí- la cabeza de nuestro gran pintor humilde descanse; al presente y para siempre, dulcemente reclinada sobre un hombro de San Francisco.