COMENZARE diciendo que José Pla me parece
buen escritor, mejor “reporter” y fino humorista; pero opino que es un mal crítico
–aspecto bajo el cual no le conocía-.
Hago esa afirmación
sobre el autor de “Humor, honesto y vago” y de “Cartes Meridionals”, teniendo a
la vista su artículo titulado “Ramón Gómez de la Serna ”, en el que, si
pretendió Pla enaltecer la memoria del gran escritor extinto, está muy lejos de
alcanzar el objetivo y, si se propuso enjuiciar su obra, yerra de modo
lamentable al fijarse exclusiva, insistente, encarnizadamente, en una sola
faceta de la labor del maestro: la greguería.
He
escrito “maestro” a sabiendas, con la misma premeditación con que usó esa
palabra, refiriéndose a Ramón, aquel excelente escritor que fue Silverio Lanza,
“... aquel anciano previsor –escribió el mismo Ramón- lleno de serenidad en la
tragedia y de originalidad en la lobreguez de su pueblo y de su siglo, tan
olvidado ya en su primer aniversario ...”
¿Por
qué no decirlo? El artículo de Pla me indignó. No se trata así a ningún muerto
y menos a un “grande” de las Letras hispanas. Grande, quieras que no. Por ello
he pensado dedicar este trabajo a la memoria del admirable del portentoso, del
independiente Ramón, rebatiendo, en cuanto lo permite la brevedad que exige un
artículo periodístico, las inexactas, descabelladas, afirmaciones de José Pla.
“Si
hablando fue divertido, escribiendo fue ininteligible” “Escribe palabras, una
vasta palabrería, pero detrás de las palabras no hay más que el puro vacío. De
su obra, que es copiosa se mantiene alguna biografía”. “A pesar de ello sus
libros se vendieron siempre muy poco”. Esto, y más a este tenor, nos dice Pla
–de Ramón- en su citado trabajo. Bueno, pues vayamos por partes.
No
tengo a mano libros de Ramón. Solamente unas notas que tomé de un viejo
ejemplar de “El Rastro”, hará cosa de un año, allá en Bilbao; pero unas líneas
basta para una breve cita. Y es sabido
que “para muestra basta un botón”.
“El
Rastro” no es un lugar simbólico ni es un simple rincón local, no; el Rastro es
en mí síntesis ese sitio ameno y dramático, irrisible y grave, que hay en los
suburbios de toda ciudad, y en el que se aglomeran los trastos viejos e
inservibles, pues si no son comparables las ciudades por sus monumentos, por
sus torres o por su riqueza, lo son por esos trastos filiales”.
¿Qué
existe de “puro vacío”, de “vasta palabrería”, de “ininteligible”, en esas
líneas? Pues así escribía Ramón, así era su prosa, en ese estilo está escrito
todo “El Rastro”, un libro extenso, fundamental para quien trata de juzgar como
escribía, como pensaba o no pensaba, Ramón Gómez de la Serna , uno de los cuatro
“grandes”, con Ramón del Valle Inclán, Ramón Pérez de Ayala y Ramón Menéndez y
Pidal.
Ramón
Gómez de la Serna
figura, por lo menos con siete títulos –que yo sepa- en la Colección Austral.
Entre ellos –y me sorprende- no se encuentra “El Rastro”, obra que estimo
primorosa, portento de imaginación creadora y reproductiva, de dominio del idioma,
de capacidad observadora y descriptiva, verdadera labor de orfebrería
literaria.
¡Ah,
la greguería! ¡El “summum” de la obscuridad! Es un género difícil, amigo. Da
que pensar. Hay que ser gimnasta del pensamiento. La greguería es un salto
mortal del intelecto y no todas las mentes tienen facultades acrobáticas. “A
mi, que me echen cosas del Oeste con muchos tiros y su pelirroja peligrosa”
–dice el hombre vulgar. ¡Así nos luce el pelo! ¡Hay cada retórico y cada dialéctico
“que tira pa tras, chico”!.
Lector
crédulo o incrédulo: Si no has leído a Ramón Gómez de la Serna léelo. Encontrarás
estilo, imaginación, sensibilidad, originalidad, belleza, sinceridad, fantasía,
realismo, riqueza de lenguaje. Y acaso, leyéndole, sufras como yo sufrí y goces
como yo gocé. Sólo un gran escritor puede lograr esos efectos.
Para finalizar a fuer de sincero, diré
que en el injusto artículo de José Pla creo encontrar, diluido, un inconfesable
resentimiento hacia Ramón, ese orfebre famoso de las Letras hispanas. Pero no
terminaré sin gritar lo que me sale del alma: ¡Ramón ha muerto! ¡Viva Ramón!