San Ramón, fiesta del pan


Cuenta Manuel Fraga Iribarne, en un trabajo titulado “VILLALBA O LA NOSTALGIA DE UNAS FIESTAS”, que en cierta ocasión, acertando uno de sus colegas a pasar por Villalba en el momento en que se celebraba una de esas gigantescas verbenas que forman parte inseparable de los festejos en honor a San Ramón, precisamente un día 31 de agosto –“Día de SAN RAMON GRANDE, pues hay también un DIA DE SAN RAMON PEQUEÑO”- se encontró con la Avenida del Generalísimo ocupada por varios miles de personas, en una alegría colectiva tal que le fue física y moralmente imposible continuar el viaje”. Y ocurrió que aquel viajero, asombrado ante la magnitud de la fiesta y la sana alegría reinante, “sin conocer a nadie se integró en el gran festejo, y continuó al día siguiente, convencido de que había asistido a las fiestas pánicas de la Grecia antigua”.
Releyendo ese párrafo de Fraga Iribarne que pregona y testifica, cumplida y exactamente, la importancia de unas fiestas célebres en toda la gallega región, sobre todo por esa clara alusión a las fiestas dionisíacas, acudió a mi mente, pertinaz, la idea de indagar el por qué, siendo Santa María, originariamente, la Patrona de Villalba –pues la Villa del Amanecer fue en lo antiguo Santa María de Montenegro y luego Santa María de Villalba-, hubo necesidad de crear, posteriormente, un Patrono que, con el andar de los tiempos, recabó para sí casi todos los honores. Hasta el punto de que yo, capaz de recordar las grandes fechas villalbesas desde hace treinta años a esta parte, podría contar con los dedos de una mano –y sobrarían dedos-, las fechas en que Villalba celebró festejos en honor a Santa María, su Patrona, bajo cuya advocación, aún hoy, se encuentra la parroquia. Puesto a cavilar, desconociendo otros motivos, sin posibilidad de consultar a nadie, pensé en el pan. Sí, en el pan, ni más ni menos, aunque parezca extraño. Pensé en el pan prieto y moreno, mezcla de trigo y de centeno, que es sólito encontrar en cualquier hogar campesino de la comarca villalbesa y aún en muchas casas de la villa, Y con la idea del pan nacieron en mi mente otras ideas tan agudas, tan insistentes, tan fuertes, que llegaron a transformarse en sensaciones, en algo físico, sensual y sensorial, corpóreo, y tanto, que llegué a percibir el olor bueno, reconfortante y cálido, el “olor sabroso” de los “bolos” recién salidos del “forno” familiar.
Y más allá del pan vi, materialmente, las faenas de la siembra y la recolección y el transporte del fruto en los lentos y  “cantareiros” carros del país, cargados de “mollos” hasta una altura inverosímil. Luego creí escuchar, monótona y explosiva la ruda canción estridente de las “máquinas de mallar”, en unas partes, y en otras, todavía, el monorritmico y duro golpear de los pesados “mallos”, manejados por hombres vigorosos, cubiertos de sudor bajo el implacable sol de agosto. Y ya, la labor terminada, me fue dado contemplar la alegría de las gentes, felices al ver que, un año más, estaba el pan asegurado. El pan, que es algo sagrado, algo que da Dios, algo que los villalbeses besan, si se cae, con un solemne gesto ritual, al recogerlo del suelo, sea una simple migaja, “una rafiña” –que diría Noriega-. Porque tampoco ignoran que Cristo, en el Misterio Eucarístico, bajo la forma de pan llega a los hombres, a fortificarles con su fuerza, a iluminarles con su luz.
Cuando agosto termina, finalizados por un tiempo los trabajos que la tierra exige antes de dar, repletos de grano los graneros, las gentes de Villalba piensan que es preciso celebrar la fiesta del Pan, y la celebran solicitando con ello la protección de San Ramón, abogado de las parturientas, que eso es la tierra –una gran madre prolífica- en realidad de verdad, para que el futuro se parezca al presente jubiloso y no les falte nunca pan a los niños que San Ramón hizo llegar a esta vida con bien ni tampoco a los que en el tiempo venidero llegarán. En todo caso Villalba canta y baila ante la hermosa realidad presente soñando y pidiendo humilde y alegremente que en los futuros años no deje de sonar el cuerno que anuncia la abundancia.
            No sé si está ahí el origen de las fiestas que Villalba celebra en honor a San Ramón Nonnato. De todas formas, según creo, no ando muy lejos de la verdad y aún si así fuera no deja de ser poética, hermosa, la ocurrencia.
            Y ahora, otra vez lejos de Villalba, sabiendo y sintiendo que, un año más, dejaré de asistir al San Ramón, os digo que en mi corazón cansado, lenta y profunda, señardosa, suena un poco triste la canción del recuerdo. Por que sé que seguirá habiendo caminos sin mí, soledades que yo podría acompañar, canciones a las que faltará mi voz. Pensando en ello, inclino la cabeza, para oír mejor, de más cerca, el lejano canto agridulce, y sueño... Sin mirar, sé que en el cristal de la ventana, limpia y brillante y muy quieta, hay no sé si una estrella o una gota de lluvia. Quizás sea esa lágrima que quisiera llorar y no lloré.