Si Curzio Malaparte
escribió todo un libro bajo el título de “Malditos Toscanos”, no veo razón que
me impida escribir un artículo titulado “Malditos Villalbeses” máxime teniendo
en cuenta –modestia aparte, claro- que yo, puesto en idénticas circunstancias
que aquel “maldito pratense”, aquel “enfant terrible” de la literatura y de la
vida, aquel italiano cantaclaro, pude haber sido el Malaparte villalbés. Y aún
no se sabe bien si eso fue una desgracia para mí y una suerte para Villalba o
una desgracia para Villalba y
una suerte para mí.
Ya
estoy viendo “in mente” a algunos villalbeses de pura cepa “regañando a moa”
con rabia, al leer esto, y mascullando airados, rechinantes los dientes,
mientras la risa les va por dentro sacudiéndoles la barriga: “Aquí está, otra
vez, este pájaro pinto, este animal de bellota, este impertinente energúmeno,
este maldito, petulante, insoportable Mato”. Pero no me importa nada porque les
conozco, pues soy como ellos, y sé que todas esas palabrotas, ese airado
gesticular, esa despreciativa actitud fanfarrona, esos escupitajos verbales, no
son otra cosa que la manera brusca, desconcertante y áspera, que tienen los
villalbeses de expresar sus alegrías, su regocijo ante algo que les divierte
hasta hacerles reír las tripas. Porque los villalbeses, como los Toscanos, ríen
cuando todos los demás lloran y se ponen serios cuando los otros ríen. Y tienen
una manera de reír que Dios te libre de que se rían de ti en tus propias barbas,
cosa que suelen hacer por menos de un pitillo, pues te irás al otro barrio con
esa risa clavada en las entrañas y eso aunque dures mil años, que ya es durar.
Pero entendámonos: ningún villalbés se reirá de ti sin motivo aunque
verdaderamente los motivos de que se rían de uno son infinitos y, para los
villalbeses, son risibles casi todas las facetas que posee esa cosa deleznable,
esa pequeñez llamada hombre. Sobre todo no te las dés de profesor, de
catedrático, de sabio Salomón, de filósofo “non plus ultra”, porque entonces...
Entonces
sí; estás listo. De vuelta de todas las filosofías desde que oyeron predicar la Buena Nueva y la
creyeron, los villalbeses esperarán muy serios a que pronuncies tu rotunda
sentencia, tu dogmática aseveración, tu pobre parodia de pensamientos viejos de
dos mil años, tu discurso de infeliz cordero vestido con piel de lobo, y antes
de soltar la carcajada y de volverte olímpicamente la espalda, que es lo menos que mereces, habrá uno que te dirá
mirándote recto, a los ojos, echándote chispas por las pupilas: “Falache tí,
coma si falara o cocho do castelo”. Y fíjate lo difícil que es imaginarse
hablando al jabalí de los Andrade que lleva cientos de años sin decir ni pío
subido allá en la Torre
del Homenaje de la que fue célebre fortaleza feudal. Claro que si está
“caladiño”es por prudencia, por miedo a que surja de repente un Alonso de
Lanzós cualquiera y pinten bastos otra vez, lo que tampoco sería nada raro. Y
es que aquí nadie se asombra de nada, ni siquiera de que “fale o cocho do
castelo”, de que aparezca un “choio” blanco en el castillo, o de que un cura,
al celebrar un bautizo, se enfade porque el acompañamiento hace mucho ruido y
suelte: “¡Fuera todo dios de la casa de Dios!” Y aunque se cree en los milagros no se cree que
cualquier cosa sea un milagro. Así es que cae un tipo de un quinto piso y no
pasa nada. El tipo se levanta, va a la taberna de enfrente y pide “un neto de
ribeiro pol-a medida de Villalba”. En Villalba eso no es un milagro. Lo que
ocurre es que el tipo “é duro coma un coio” y “non hai bala que o entre”. Nada
más. Y en eso llevan razón, creo yo, pues si el individuo es blando, mantecoso,
fofo, queda hecho papilla y sanseacabó, no hay milagro que valga. Un milagro
es, por ejemplo, llegar a los ochenta y siete años andando como una bicicleta y
ser capaz aún de leer el artículo de fondo de “ABC”, sobre todo si es de Pemán,
como hacía mi tía Lupa. Un milagro es que sople el viento del lado de Lugo y no
llueva porque, ya se sabe, “Vento de Lugo, auga no puño” Esos sí que son
milagros. O que venga un muerto, todas las noches, a reclamarte un hueso que le
falta, como diz que le pasó a aquel enterrador llamado Ratexán. Y lo demás son
cuentos de Calleja. Lo demás es literatura. Por eso...
Por
eso los villalbeses toman la vida un poco a broma, es decir, toman a las cosas
y a las personas, empezando por sí mismos, como hay que tomarlas, esto es,
apreciándolas en su justo valor, que es muy poco de tejas abajo, y a causa de
ello abren la puerta de su casa a las diez y comen a las dos y media, como los
señoritos. Y si no estás conforme te pones porque en Villalba es así.
En
Villalba es así, de manera que no madrugues ni vengas con prisas porque no hay
nada que hacer. En Villalba –“o que teña presa que corra” y “mátate por ver
Ourense”- si tienes prisa vete con buen viento porque no hay barbero que te
afeite antes de las diez y si quieres comer, aunque sea en el restaurante,
vienes a la hora de los demás, que quiere decir la hora de los villalbeses, y
si no te parece bien ahí está Lugo, a treinta kilómetros, que tiene unas
hermosas murallas romanas, o La
Coruña , a ochenta, que es ciudad alegre y “en la que nadie se
siente forastero”. Pero en Villalba ni hablar, aquí pasas por el aro o sigues
pisando el acelerador. Y no nos vengas con el cuento del turismo o de la
europeización porque hace cincuenta años, cuando aún no se había inventado la
palabra “turista”, ya había aquí un políglota “enxebre” que anunciaba su
establecimiento con un rótulo que decía: “Planchi camisolí”; una forma muy
diplomática de tomarles el pelo a los aficionados al Esperanto y al volapuk.
Aquí la verdadera europeización consiste en comerse un buen lacón con grelos
acompañado de longanizas y chorizos y el verdadero turista es el que se muere y
por eso no es raro encontrar esta inscripción sobre una tumba: “Feliz Viaje”. Porque
eso de irse al otro barrio sí que es viajar y
la prueba, te dirán en Villalba, es que aún no ha regresado nadie, señal
de que es un viaje con todas las de la ley. Eso sí, si te interesa algún
detalle, sobre este mundo o sobre el otro, te informarán con toda precisión,
pues a detallistas y observadores no hay quien nos gane y si no lo crees...
Si
no lo crees pregunta por aquel músico, el del bombo, que llegaba al extremo de
acercarse a mi abuelo, director de la Banda Municipal
que aquí existió, y le decía respetuosa, pero firmemente: “Maestro, aquí
fáltame un compás”. O vienes un Día de San Ramón a escuchar el concierto y
pronto oirás a uno que dice: ¡Adiós! Xa
se fastidiou a peza. Fallou o dos platillos”
Y
a ingeniosos... ¡vamos! En eso sí que somos unos hachas. No hay más que
recordar el caso de aquellos dos, uno de los cuales, al regresar el otro de un
viaje, le dijo: “¿Can...can... cando viñeche?”. Y el otro, rápido, porque en Villalba
se cazan al vuelo y se pescan el aire, contestó: “Asno...Asno... ás nove”. O el
de aquel otro al que hacías una pregunta capciosa y te respondía escondiendo la
risa bajo la nariz: “Chico, déixame pensal-o un pouco, pois eso é un caso
casuístico”.
¡Malditos
villalbeses! Si uno funda un periódico que se titule “El Ratón”, otro aparece
con “El Gato” y al “ECO DE VILLALBA” se responde con el “HERALDO DE VILLALBA”
porque no hay eco sin sonido previo. Y si un futbolista, en el Estadio Roca,
lanza un balón y mal dirigido, enseguida salta todo el público vociferando:
“Viva Villalba”·. Para que se dé cuenta de que aquí no se admiten globitos, que
en esta tierra es lo mismo que decir faroles, ni siquiera jugando al fútbol.
¡Malditos
villalbeses! De paseo por todos los caminos del mundo salís al paso de todos
los sofistas, de todos los engañabobos, de todos los charlatanes de feria, y os
las tenéis tiesas con el lucero del alba para defender la verdad porque sabéis
que la verdad no tiene más que un camino. Gloria a vuestro valor, a vuestra
insolencia, a vuestra desfachatez. Y si nadie os perdona que seáis así yo os
perdono, pues soy como vosotros, soy uno de vosotros, soy otro maldito
villalbés.