Aquí está,
nuevamente, el DIA DOS PEPES villalbeses. Añeja ya con solera, como el buen
vino, esta festividad. Notable y simpática, fraternal, ejemplar y emotiva,
hondamente cristiana, entrañable, esta fiesta que los Pepes de Villalba
organizan desde hace siete años en honor a su patrono San José. Misa vespertina
y ofrenda al santo y luego, porque hay que dar al César lo que es del César
después de haber dado a Dios lo que es de Dios, tiene lugar la cena de
hermandad. Y a lo largo de la cena la amigable charla, las risas, los versos,
las canciones, los discursos, las interpretaciones musicales, el chiste sano y
limpio, la exaltación a la amistad. Al final, el regusto agridulce del “¡ay,
Pepiño, adiós…!” Y es que a la alegría
del reencuentro sucede la amargura de la despedida. Pepes que restan felices y
Pepes que parten llenos de “señardá” porque… “Terras onde eu nascín, gárdovos
lei- Sondes do meu amor abellariza”—cantó Manuel María por nosotros.
He dado la
noticia. Y ahora, como siempre en esta fecha para nosotros memorable, hablaré
de algún Pepe distinguido. Hablaré seriamente, porque ha muerto, del Pepe que fue alcalde y trazaré alegre,
despreocupado, ya que vive, la silueta del Pepe pintor.
Mis recuerdos de
don José Novo Cazón, el Pepe que fue alcalde, se remontan a mi niñez. Eran
tiempos casi heroicos aquellos, bajo la Segunda República.
Había que luchar con el pensamiento, con la palabra, con la acción. En mi casa,
al anochecer, acostumbraban a reunirse con mi padre algunos amigos suyos entre
los que recuerdo a don José, Andrés Carballal, Leoncio Enríquez, Luis Campos, a
veces mi tío Víctor. Comentaban la situación política del país y yo, con mis
nueve, diez, once años, escuchaba atentamente la conversación, a ratos
discusión, en ocasiones polémica, de los mayores. Me eran familiares los
nombres de Calvo Sotelo, José Antonio, Gil Robles, Azaña, Casares Quiroga,
Alcalá Zamora, Portela Valladares, Chapapietra, Albornoz, Indalecio Prieto y
tantos otros, así como revistas y periódicos: El Debate, ABC, Heraldo de
Madrid, Informaciones, Ya, Tierra---que mi padre se negó a vender--, Mundo
Gráfico, Nuevo Mundo, Blanco y Negro, Gracia y Justicia. Comprendía claramente
que la política marchaba mal y aquellas reuniones fueron mi primera escuela
política.
De aquellas
tertulias, para mí, después de mi padre, el preferido era don José. Robusto,
sin llegar a ser corpulento, de mediana
estatura, amplia frente, ojos grandes algo saltones, bien peinado siempre,
elegante, exacto en el gesto y la palabra, bien timbrada voz, apasionado sin
llegar a colérico, yo le definí, desde el primer día, como lo que era: un
caballero. Y bondadoso, como tal.
Después vino la
guerra y pasaron por la
Alcaldía , de Villalba don Manuel Fraga Bello y Mercedes
Ramudo. Sí, Mercedes Ramudo, una mujer que fue alcaldesa de la Villa del Amanecer mucho
antes de que los periódicos y Televisión Española hiciesen el sensacional
descubrimiento de esa señorita que dicen-sin fundamento- es el primer alcalde
femenino de España. ¡Craso error! Luego, fue nombrado alcalde don José Novo
Cazón, que rigió los destinos de la villa durante diez años, si no recuerdo
mal, hasta la fecha de su muerte. Y fue desde allí, desde su sillón de la Alcaldía villalbesa,
desde donde el Pepe alcalde, don José en el decir del pueblo, acabó de ganarse
el afecto de todo el mundo. Era joven aun cuando repentina, inesperadamente,
murió. El día de su entierro, la manifestación de duelo popular fue multitudinario. Cientos y cientos, miles de
personas abarrotaban las calles que había de cruzar el fúnebre cortejo. Jamás
el dolor de un pueblo, que yo recuerde, se manifestó de forma más sincera y
espontánea. Muchas personas lloraban. Sobre todo los pobres. Porque él, don
José, nunca un favor había negado a los humildes. Sin duda, por razón de su
cargo, el Pepe alcalde hubo de enfrentarse
a algunas personas y por ello, quizás, alguno no verá con buenos ojos
estas líneas. Yo pienso que, en el DÍA DOS PEPES, es justo recordar a aquel de
los nuestros que fue alcalde y –errores aparte, pues todos los tenemos- por
encima de todo fue un hombre bondadoso, amable y cordial, caritativo y afable,
sencillo y acogedor. Un gran Pepe.
A José Manuel
López Guntín no es preciso presentarle. Este es el Pepe pintor, conocido en
toda la región y aún fuera de ella. Lo mismo le encuentras en La Coruña que en Oviedo, en
Ferrol que en Ponferrada. Y donde no está él están sus cuadros: óleos,
acuarelas, carbones, retratos, bodegones, paisajes, marinas, dibujos, apuntes.
Ya le conocéis: un infatigable trabajador, artista hasta la médula, simpático,
idealista, sincero y expansivo, buen conversador, excelente catador de buenos
vinos, inteligente, culto, sentimental, humano. Nunca dice que no a otro rato
de charla, a otra copa o a otra canción. Bajo de estatura, en lo físico, alto
en el arte, consciente de su propia valía, camina con la cabeza alta, como
desafiando al mundo. Artista al fin, genio y figura. Su “Autorretrato” nos da
la medida, casi inconmensurable, de su alma. Este es el Pepe que puede, con
justicia, repetir la frase famosa: “También
yo soy pintor”. O aquello de Papini: “Perdido en un reposo de
fantasía,-para la mirada no hay horizontes,- sobre la tierra vuelta mía -, toda
encerrada en mi frente”. Porque, en efecto, nuestro Pepe pintor lleva
escondido, tras su amplia frente de creador, un mágico universo de colores.
Este es el Pepe que, cuando estás con el cara a cara, te mira de tal modo con
sus grandes, analíticos, inquisitivos ojos azules, que te ves obligado a
desviar la mirada para no ver tu retrato, tu verdadero retrato, ese que te
duele mirar, hecho por un artista puro e invendible, por ese artista que hay
dentro del otro, debajo del otro que pinta cuadros comerciales. Por ese artista
incógnito que vive en el fondo del López Guntín conocido y que un día, ¡Dios lo
quiera!, saldrá a la superficie, saltará de la sombra a la luz, en medio de una
explosión deslumbrante de fantásticos colores nunca vistos ni tan siquiera
presentidos.
¿Y que más, López
Guntín, querido Pepe pintor? Nada. Se acaba la página blanca. Esto es una
silueta nada más. Tu silueta, amicísimo. Únicamente me resta decirte que ya sé
que cuando entremos en la fase de la exaltación a la amistad, me abrazarás
fraternalmente y cantarás a mi oído: “Lloró… El poeta lloró…”Y yo, para
corresponderte, entonaré: “Pintor nacido en mi tierra…”