Dos amores: Villalba y Lugo


            A mí, indocto aunque antiguo aficionado a escribir, me agrada – siempre que ello es posible-. basar mis trabajos en lo que otros, con más autoridad y experiencia, más dignos por tanto de aprecio en el orden literario, escribieron antes que yo. Procede, hoy, que un villalbés dedique unas cuartillas a Lugo. Conviene que uno, por todos, concentrado en sí el vasto clamor de la gran voz colectiva de un pueblo que quiere decir algo a la bienamada capital de su provincia, grite -.para que nadie deje de escucharla –la palabra lacónica, cálida y emocionada: ¡Gracias!

            Alguno podrá inquirir, curiosamente, el motivo de que se hayan escrito las líneas precedentes. Se preguntará cuál es la pasada - pasada cronológicamente- autoridad que se invoca y la causa justificativa del título de este trabajo.

            Hoy, para nosotros los habitantes de Alba Villa, es una fecha memorable. Lugo celebra nuestro día; el DIA DE VILLALBA. A fuer de nobles e hijosdalgo –jamás por nadie ha sido desmentida esta monumental realidad- de ningún otro modo podríamos expresar la emoción que nos baila en las entrañas, mejor que gritando -¿por qué no?- la palabra escueta: ¡Gracias! Que siempre las más grandes emociones se tradujesen en los más sencillos gestos: cierto brillo en los ojos, un grito sofocado, un latido alterado allá en el corazón.

            Por otra parte –conviene que sea villalbés el que escriba- es importante demostrar prácticamente el por qué del amor entrañable que sentimos por nuestra ciudad capitana. Amamos a una mujer por bonita: a otra por buena y hacendosa. Por la misma o idénticas razones -las urbes tienen su alma colectiva, su modo de ser y de sentir- una ciudad se gana nuestro amor; o nuestro desprecio, cuando faltan las cualidades señaladas. Dejad que un villalbés fallecido –mejor que podría hacerlo yo- os explique, valiéndose de mi brazo y de mi pluma, las causas del amor entrañable que profesamos a la vieja Lucus.

(1)               “Así como otros pueblos son conocidos con los nombres de Ciudad-sonrisa, Ciudad-cristal, Ciudad-luz, alguien llama a Lugo Ciudad-corazón. Y en efecto, por su situación geográfica, por la pureza de costumbres que en sí encierra, por ser tal vez la capital gallega donde mejor se conservan las santas tradiciones, donde la música y la dulce “fala” de la tierra “meiga” tienen la ranciedad de las cosas añejas respetadas a través de los tiempos con religioso cuidado, Lugo merece ese dictado de Ciudad-corazón: Corazón de la vieja Suevia palpitante bajo el terciopelo esmeraldino de sus campos; vigorosa y emprendedora, que celebraba sus ritos en los bosques sagrados bajo las ramas añosas de los “carballos”, símbolos de la fuerza, retorcidas hacia lo alto como brazos nervudos, donde la Naturaleza hablaba a los espíritus inquietos de altos ideales de nobles y transcendentales empresas; corazón exquisito, relicario de la Fe, santuario de la realeza, donde permanentemente se halla expuesto a la adoración de los fieles, de este pueblo hidalgo y devoto, el Amor de los amores ...”.

A los escépticos en toda cuestión de amor pueden bastarles las líneas antecedentes para comprender que hay motivos poderosos por los cuales también a una ciudad –piedra, hierro, madera y cristal- se la puede amar apasionadamente, incluso con cierta clase de amor físico que llega a causar sensación de dolor cuando el tiempo y la distancia nos separan –como al enamorado- del ser –la ciudad en este caso- objeto de nuestro cariño.

Sería insincero, sin embargo, anteponer el amor que profesamos a Lugo al que sentimos por nuestra villa blanca. Fuera de mi tamaña insensatez: pero no temo equivocarme al afirmar que Lugo es el segundo amor de todos los nacidos en esta Santa María de Villalba que un tiempo fue “Tierra de Montenegro”. Amamos a la madre primero y a la novia después, con la edad. Lugo es la novia guapa, la novia limpia y elegante, de todos los villalbeses. He aquí la razón de mi título. He aquí, plasmado, el origen de los dos amores entrañables que encierra nuestro corazón. La verdad de mis afirmaciones vosotros, amables lucenses, -hombres de pro si los hay- podréis contrastarla hoy. Y, por favor, que el genial “Pelúdez” nos diga después si nos hemos portado como nobleza obliga. (E non t´enferruñes. Pelúdez, -bon peilao, po-l-os dioses d´o Olimpo –pois n´e isto por mal, senón reconocemento de que ninguén mellor que tí pra falar d´o noso día).


 (1)Antonio García Hermida. Del artículo publicado en “Heraldo de Villalba” bajo el título LA CIUDAD-CORAZON. (18 de octubre de 1929).