Villalba; Villa-Blanca


     En mi precedente artículo fundamenté el origen etimológico del nombre de Villalba, nombre que equivale a Villa-Blanca, según el significado de las palabras simples, derivadas del latín que formaron la compuesta. Lo que no dejé definido, por falta de espacio, fue la razón, el motivo que dio lugar a tal denominación. Ni tampoco podría hacerlo, de ninguna manera, a no ser porque la casualidad –suerte o buena estrella –tuvo a bien depararme, en el curso de mis indagaciones, el hallazgo de un viejo periódico Villalbés (1) en el cual se publicó un trabajo del ya entonces fallecido y tantas veces por mi citado Manuel Mato Vizoso, titulado “De la Tierra de Montenegro y coto de Villarente”, en el cual puede leerse:

      “Parece que, después del incendio del antiguo poblado de este nombre, a la vez que con el mismo se continuaba designando la parroquia, o por lo menos seguía unido al artículo de su iglesia, se percibe en el primer tercio del sigo XII, el origen de la villa actual de Villalba, que se levantaba sobre los escombros del pueblo antiguo con la nominación de Villa de Villarente, cabeza de un coto así llamado, que ya en el año de 1117 cede la reina doña Urraca al obispo mindoniense y aparece en 1128 constituido con 22 parroquias”.

      Y en otra parte del mismo trabajo:

“…así como al principio de dichos documentos se dice “la villa de Villalba de Montenegro y  su alfoz…en el mi Regno de Galicia”: términos que, identifican esta villa por la mención de dichas parroquias de su comarca y demás, demuestran el largo periodo que subsistió el nombre de Montenegro, desapareciendo el de Villarente que no aparece mencionado después del año 1202, y que tal vez fue denominación oficiosa impuesta por algún señor del mismo coto, no aceptada por el vulgo, el cual merced al aspecto, que por su blancura, debió ofrecer la nueva villa, la designaría con el adjetivo de alba (blanca), que al fin quedó como nombre propio, mientras el antiguo de Montenegro pasando a segundo lugar, terminó por ser completamente olvidado”.

      Es completamente verosímil la opinión del autor de las líneas transcritas: máxime si consideramos que él, “profundo investigador –y no solo de cuestiones referentes a la historia de Villalba- no pudo encontrar pruebas concretas que transformasen la conjetura en juicio categórico e inapelable Indudablemente hubo de ser como dice, ya que del contraste entre el aspecto de las primitivas y rudas edificaciones del antiguo poblado con la alegre y limpia presentación de las nuevas construcciones, no pudo menos de nacer en las mentes de los habitantes de la villa, reconstruida desde sus cimientos, una idea de luminosidad y blancura que les hizo preferir el nombre de Villa-Blanca a cualquier otro. Y así, acabaron por imponer éste último, contra toda oposición, aun desterrando, para lograrlo, las más tradicionales e históricas denominaciones. Y esto es todo.

 

(1)   El Eco de Villalba. (30 de junio de 1910)