Azorín y Rosalía


           Braceando, buscando, buceando, en un mar de polvo y libros viejos, he tropezado con uno de Azorín: “Andando y Pensando”. Subtítulo: “Notas de un transeúnte”. Es un libro de ensayos; lo desconocía. Ignoraba absoluta, totalmente la existencia de esta obra literaria de José Martínez Ruiz. Ha sido editada –Editorial Páez- en Madrid; año 1929. Me ha revelado, descubierto, un Azorín inédito –para mí-; sorprendente.

            He confesado, sin rubor, que ignoraba algo. Ha pasado el tiempo, felizmente, en que reconocer ignorancia me hacía erubescer como una colegiala requerida de amores. Ahora es distinto. Tengo más años y menos sangre pura. Con la edad sucede esto, lo cual prueba mi teoría de que la vergüenza coloreada es directamente proporcional a la cantidad de sangre pura que llena nuestras arterias e inversamente proporcional a la edad. Claro que lo mismo suele suceder con la vergüenza –“rara avis”- sin manifestaciones cromáticas: esa es la razón de que muchos ignorantes parezcan sabios en “la color"- diría Cervantes- del rostro.

            Todo el mundo, más o menos, conoce al maestro –maestro de las Letras-. Azorín. Cervantes y él son los soportes de la inmensa bóveda literaria española. Cervantes y Martínez Ruiz: crepúsculos literarios de España. Díaz Plaza –un catedrático de Lengua y Literatura española- coincide conmigo. Miguel: estilo amplio, abundante, descriptivo en grado máximo. Un detalle significa un párrafo, largo párrafo, inigualable. Azorín: conciso, “conciso” –palabra desusada... Un detalle es un puñetazo Insuperable. Dos estilos maravillosamente opuestos. Cenit y nadir de la lengua hispana. Únicos. Elevados. Gloriosos. Inimitables. Martínez Ruiz tiene ventaja: es difícilmente sencillo o sencillamente difícil, de imitar, se entiende. Comprendido por todos. Cada palabra un bofetón. Cada punto una puñalada en el corazón del lector. Cosas inolvidables. Este es Azorín.

            Despacio -como gusta de caminar Azorín- le he seguido a través de su libro “Andando y Pensando”.

            Caminando lento –los dos- he llegado a encontrar al Azorín admirador de Rosalía. Sorprendente.

            Subtítulo –lo he dicho ya-: “Notas de un transeúnte”. Yo también he sido transeúnte –transeúnte pensante- alguna vez. Mis ojos han transitado, peregrinado, por las páginas de “Andando y Pensando” hasta llegar al último capítulo –Capitulo XXX-: Rosalía de Castro. Y dice el maestro:

            “En tanto que aquí, en la gran ciudad, los poetas lanzaban versos rotundos, enfáticos, declamatorios; en tanto que aquí, entre la sociedad literaria, todo era artificio, estrépito de lisonjas mutuas, tráfago de vanidades –superficialidad brillante, frivolidad-, allá en un rincón de Galicia, lejos de este estruendo, apartada remotamente de este bullir mundano, había una mujer que iba en silencio, componiendo unas poesías delicadas, suaves, íntimas, henchidas de emoción. Nadie conocía en Madrid a éste poeta; nadie ha comenzado a estimarle hasta muchos años después. Un obstinado y estúpido silencio ha sido guardado en torno a este poeta: su nombre ha sido ignorado por críticos, académicos, eruditos, catedráticos de Literatura, formadores de antologías. Este silencio era necesario al prestigio del poeta; quien vivió y escribió como vivió y escribió Rosalía de Castro, no podía ser proclamado poeta súbitamente por la gente frívola y mundana: ...”

            Este es mi Azorín inédito; sorprendente. El Azorín admirador y defensor de Rosalía, es decir, el Azorín conocedor de Galicia y de sus gentes.

            Un gran escritor, levantino, ensalzando a nuestra poetisa: a nuestra dulce y expresiva y sentimental Rosalía: a una, uno, en definitiva, de los nuestros. Galicia, reincidente en su eterno pecado, ignorando que tuvo que tiene, que puede llegar a tener, gente grande en el mundo de las Letras. Sublimes y sencillos, como los paisajes de su tierra natal, nuestros artistas se conforman con pensar que la posteridad habrá de llevar flores a sus tumbas. ¡Oh, Galicia, humilde madre de los genios humildes!