Santa María de Montenegro


        SEGURAMENTE –para los villalbeses- el título de este trabajo resultará desconcertante si afirmo que se trata nada menos que del antiguo nombre de Villalba. Y así es. Sin embargo, estoy seguro que en la mente de alguno.-algún anciano de pelo cano y paso lento- despertará un recuerdo que le hará mover la cabeza afirmativamente, con complacencia, al leer.

            Es bien curioso. Villalba ha sido siempre un típico ejemplo de pueblo olvidadizo. Olvidamos todo. Los hombres y las cosas. Las causas que han hecho de esta villa un pueblo que progresa con ritmo uniformemente acelerado. No pensamos nunca que es preciso mirar de vez en cuando al pasado para orientar un futuro que tiene sus cimientos asentados sobre valores morales y piedras y recuerdos y hechos legendarios. Que yo sepa –me refiero únicamente a los nuestros- tan solo Manuel Mato Vizoso y Antonio García Hermida se han preocupado, en la medida de sus fuerzas, de recopilar datos con que construir la historia pequeña de nuestro mundo reducido.

            Y así, yo, viejo ratón literato aficionado a husmear apolillados escritos polvorientos, descoloridos por la andadura de los años, he tenido que recurrir a ellos para poder escribir algo sobre este pedazo de terruño que escuchó mis primeros vagidos de recién. Algo que suena a interesante, notable, antiguo y misterioso como todo lo desconocido que se nos aparece, de pronto, ante los ojos asombrados. Y hay no sé qué de solemne en este regreso al pasado para leer páginas que escribieron manos que ya no existen; párrafos que ordenaron cerebros hoy unidos a la nada en que se integran todos los cadáveres ha tiempo reducidos a polvo.

            Manuel Mato nos descubre a Santa María de Montenegro. Cedámosle la página virgen y leamos lo que él escribió en el año 1907; (1).

            “Pero si nos fijamos en que antes del siglo XIII, el pueblo de Villalba era conocido con el nombre de Santa María de Montenegro (Vid. Esp. Sag. 18 Ap. 21); que en documentos (que podemos presentar), pertenecientes a los siglos XV y XVI figura aún esta villa, en las fechas, como “Villalba de Montenegro”; en que diversos privilegios, publicados por los PP. Florez y Risco-.con especialidad en los temas 18 y 40 de la España Sagrada- hacen alusión a la “Tierra de Montenegro” mencionando lugares que fácilmente se identifican por los nombres que hoy tienen, y se prueba aun por otros conceptos, que pertenecen al territorio de Villalba; en la antigua existencia de un condado de Montenegro, que se encuentra entre los once condados lucenses del tiempo de los suevos, y si esto mereciese desconfianza, se encuentra por lo menos mención de un territorio montenegrense en el famoso testamento de Odoario, Obispo de Lugo y en la donación de Abala del año 974, citada por el Padre Florez (tomo 18, cap. 4, Pág. 106); en fin por estas razones que se indican y aun por otras que omitimos para no dar demasiada extensión a este artículo, en que nos hemos propuesto la mayor sinceridad y concisión, creemos indudablemente que los vestigios expresados son los de un pueblo que tuvo el nombre de Montenegro”. Y sigue.

            Y ahora dejemos que García Hermida transcriba a la página blanca lo que escribiera en 1911 (2), sobre el pueblo que amó más que a su propia vida:

            “Su fundación es antiquísima. Ya a fines del siglo XII o principios del XIV, el Infante don Felipe, hijo del Rey don Sancho el Bueno y de doña María de Molina, obtuvo la donación, en privilegio, del Castillo de Villalba con su alfoz y tierra, denominada entonces de Montenegro. Posesionado don Felipe de la fortaleza, sufrió cerco horroroso por don Fernán Ruiz de Castro, señor de Lemos. Arrasado, casi, el castillo por el año mil cuatrocientos ochenta y tantos, fue reedificado por los Andrade, creándose en aquélla fecha el condado de Villalba”.

            Algo queda, aún de lo que en el tiempo pasado brilló. Sigamos, todavía, a ese escritor-poeta, músico y periodista que fue García Hermida y hagamos nuestro, actualicemos, lo que él escribió:

            “Solo queda de aquél señorío feudal y de sus privilegios ominosos, esa vetusta torre almenada, refugio de cuervos y búhos que en las agrietadas paredes anidan. Han cambiado usos y costumbres. En torno de ese gigante de granito brilla potente la luz eléctrica. La vieja torre se levanta como un fantasma, como un espectro, hablándonos plañideramente de un poder que fue”. Es verdad; enteramente cierto. Pero la torre vetusta nos habla del abolengo de la villa y es punto de referencia en el recuerdo de todo raudo viajero que ha transitado, una vez por nuestras calles.

            Más podría escribir y copiar, transcribir, acerca de Santa María de Montenegro; pero, aun dispuesto a robar tiempo al tiempo, el espacio me impone un final no deseado.

            Ahora, en parte –algún día pienso recalar en el mismo puerto que hoy- queda explicado el origen de Santa María de Villalba. Espero que esos hijosdalgo, que son todos los villalbeses, sepan disculpar mi impericia posible, al tratar esta cuestión, en atención al trabajo que me ha costado desenterrar estos datos de su olvidada tumba de papel.

 

(1)    De “Apuntes para la historia de Villalba”. Artículo publicado con el título de “El Castillo” en la revista mensual “El Eco de Villalba” de fecha primero de enero de 1908. El artículo está fechado el 16 de diciembre de 1907.

(2)    Reportaje publicado en “La Voz de Galicia” el día 2 de Julio 1911, bajo el título “Villalba. –Del pasado, del presente y del porvenir”.