Schubert, vida incompleta


            Estamos en Viena, en noviembre –día 19-, en la Kettenbruckengase, una calle silenciosa de los suburbios vieneses.Corre el año 1828. En una de estas casas, que no es la suya, acaba de fallecer Franz Schubert. Schober, Schwink y Bauerfeld, sus leales amigos, lloran. El tifus y la fiebre nerviosa han fusilado al maestro. Viena ignora todavía –querrá ignorarla mucho tiempo aún- la gran pérdida que acaba de sufrir. Cien años después estará orgullosa de haber tenido tan preclaro hijo. Ahora no.

            Estamos en Viena, en cualquier calle, un día cualquiera, primavera u otoño, de 1928. Ha pasado un siglo y, -lo de siempre- la capital austriaca conmemora, esplendorosamente, el centenario de la muerte del genio. La ciudad entera dobla la rodilla como homenaje y recuerda al compositor excelso. Trata de darle ahora, cuando ya no es posible que reciba nada, lo que, viviendo el genio, le negó.

Ha muerto Schubert a los treinta y un años, en la plenitud de su vida, no –como han escrito algunos- de su obra. La vida de Schubert es una vida segada en flor, incompleta, al igual que esa su obra famosa, desde su niñez. Ha creado mucho el gran músico; muchísimo; pero, sin duda, mucho más se ha ido con él a la tumba; mucho más hubiese producido si, desde niño, hubiera tenido lo que siempre le faltó: amor.

            Positivamente feo, en lo físico. Hijo de un maestro que le desprecia desde sus primeros años; que le golpea sin causas, que le niega hasta el consuelo de poder despedir á su querida madre moribunda. Ignorado más tarde por las gentes. Mal retribuido o rechazado por los editores que han de enriquecerse a costa suya. Perdida para siempre la única mujer a quien se sabe ciertamente que amó, Teresa Grob, el maestro se refugia en la Música, su verdadera novia eterna, porque “Quería cantar el amor y el amor se me trocaba en dolor. Quería cantar el dolor, y el dolor se me trocaba en amor... Así “el amor y el dolor me desgarraban”. Amor deseado y no conseguido. Dolor que arraiga y crece día a día en su torturado corazón. Amor y dolor amalgamados, mezclados, fundidos en el alma del músico no reconocido. Desesperación y esperanza. Luz y sombras. Esta es la música de Schubert. Este es Schubert, el despreciado: el de la vida incompleta. Melodías. Marchas. Impromptus. Sinfonías. Cuartetos.Quintetos. Valses. Canciones. El Ave María, la Serenata el Momento Musical. Música de siglos. Melodías eternas. Este es Schubert: amor no logrado: dolor no merecido; pobre vida cortada en su mitad.

            También, como músico, le falta algo a Schubert. Es muy grande, con todo, pero incompleto. El lo sabe y quiere estudiar contrapunto para perfeccionar su producción futura. Quiere estudiar con Sechter: pero ya la muerte aletea a su alrededor y la enfermedad se dispone a lanzarse sobre su cuerpo rechoncho ávida de apagar para siempre la débil luz que titila en sus ojos miopes, parapetados en gafas de gruesos cristales. Y muere, sin estudiar contrapunto, incompleto como su obra famosa.

            ¿Qué hubiera producido el maestro de poseer ese amor y esa técnica? No sé. Creo que hay cosas que un artista no puede crear sin haber sido amado de mujer. Otras hay que no pueden ser concebidas si no se sabe antes lo que es ser padre y esposo. Algunas, solo pueden ser imaginadas por hombres sin hogar, sin lumbre, sin alimento, sin vestido. Hay que ser lobo solitario para engendrar ciertas ideas. En el fondo del corazón de Schubert, vida incompleta, sin duda había algo de esto último.

            ¿Acaso su obra inacabada puede ser un símbolo de lo que fue su vida?