De los castros al castillo


“Cubierta de tinieblas como toda remota antigüedad, se presenta a los ojos del historiador el período de nuestra población”. Con este párrafo desesperanzado inicia Murguía la segunda parte del discurso preliminar a su Historia de Galicia. La tiniebla de los siglos oscuros... Tal es la primera de las enormes dificultades –que serán muchas y en muchos casos insalvables- con que el cronista, servidor de usted, ha de encararse ya al comenzar lo que, por imperativos de tiempo y espacio, solamente puede consistir en una escueta, breve, concisa exposición –en la que necesariamente han de intercalarse grandes saltos mortales en el vacío- de lo que fue el pasado remoto villalbés, de lo que ha sido nuestro pasado próximo, de aquello que constituye nuestro presente y de lo que idealmente debe ser el futuro de Villalba, Con todo, el cronista, que en cuanto se refiere a temas villalbeses le echa al asunto paciencia, valor y hasta resignación por no poder decir cuanto sabe, confía en poder aportar datos, en unos casos olvidados y en otros desconocidos, que puedan servir un día como ayuda a aquellos que traten de estructurar esa Historia de Villalba que está por construir.
            Que las tierras de Villalba estuvieron habitadas desde los más remotos tiempos, lo que quiere decir que ya entonces eran ubérrimas y por lo tanto deseables, está fuera de toda duda. Ello se prueba por la existencia de monumentos megalíticos, mámoas, castros y vestigios diversos, procedentes de lejanas edades, de los que Manuel Mato Vizoso –el primero y el único de nuestros historiadores- ha dejado descripción y noticia en variadas publicaciones –“La Voz de Galicia”. “La Idea Moderna”, “El Noroeste”. “El Eco de Villalba”- y numerosos manuscritos todavía por desgracia inéditos. Tales son, por vía de ejemplo, la “Peña Abalada”, o piedra oscilante que existió en la parroquia de Samarugo y que él visitó en 1889; el “Menhir”, existente en la misma parroquia, que estaba situado “a unos veinte pasos –dice Manuel Mato- de la Peña Abalada”; el “Dolmen”, también de Samarugo, que era conocido en el país con el nombre de “Iglesia dos Mouros”, ubicado en el monte llamado do Salgueiriño, cerca del lugar de Bacariza; el “Forno dos Mouros”, que apareció enterrado en el castro de Goiriz –a 5 kilómetros de Villalba- y que consistía, según el mismo Mato Vizoso “en un gran chanto de granito colocado horizontalmente sobre otros dos verticales en el que se conocía que se le hacía fuego por debajo...”. En ese mismo castro de Goiriz –sigue diciendo Manuel Mato- “Se encontró una pequeña barrita de oro, del grueso y figura de un cordón, que vendieron por doscientos reales en una platería de Lugo”. Y en otro lugar del mismo castro, “se encontraron dos o tres molinos de mano, de los cuáles hemos visto la pieza inferior de uno, cuyo diámetro es de cuarenta centímetros y por ella se deduce el resto del mecanismo consistente en una pieza de granito convexa por la parte superior en cuyo centro tiene un agujero de poca profundidad –6 centímetros- y tres centímetros de diámetro, destinado a colocar un eje de madera en el cuál debía girar la pieza superior que debería moverse a medio de una pequeña palanca. De estos dos aparatos se desprende la rudimentaria fabricación del pan que consumían los habitantes de dicho castro; es decir, que molido el grano por este trabajoso sistema era después cocido el pan sobre una losa caliente, lo cual demuestra la mucha antigüedad de esa fortificación cuando podían fácilmente utilizar la fuerza hidráulica para sus artefactos en punto abundante en aguas”. También por Manuel Mato sabemos que “al rebajar el terreno en el castro de San Salvador de Lanzós se encontraron más de doce hogares, compuestos de dos losas, una inclinada sobre la otra, de unos ochenta centímetros de altura, ennegrecidas por el fuego por su interior: formaban línea alrededor del parapeto y dicha parte interior miraba hacia el norte”. Igualmente se encontraron en dicho castro “una especie de ollas de barro de muy tosca fabricación. Fue esto en febrero de 1893”.
            En el año 1896, visita Manuel Mato el castro de Carballido y nos dice que allí “se encontraron algunos molinos de granito –como en el de Goiriz-, que no llegan a 40 centímetros de diámetro”.
            Aún nos da más noticias nuestro infatigable arqueólogo haciéndonos saber que, entre 1870 y 1896, visitó cincuenta y tres castros, todos sin salir de los términos del partido judicial de Villalba y veintisiete de ellos dentro de los límites de nuestro término municipal.
            En cuanto a las “Mámoas” se refiere, Manuel Mato nos dejó noticias de que eran abundantísimas en los alrededores de Villalba y así, por ejemplo, nos dice que existían varias en la parroquia de Carballido monte Castelos; en la de Codesido, lugar de Buxibao; en la de Belesar, lugar de Abadoira; en la de Lanzós y Villapedre; en la de Nete, lugar de Candedo –seis mámoas, en la situación de Porto de Bois; y en la de Román, todas ellas pertenecientes al Ayuntamiento villalbés. De las que actualmente se conservan puede darnos exacta descripción el doctor Ramil Soneira, que sigue las huellas de Mato Vizoso.
            Por lo que al castro de Villalba se refiere afirma Manuel Mato que ya a fines del siglo pasado “quedan muy pocos vestigios de este castro cuya figura y colocación parece haber sido igual a las del de Sancobad. Estaba situado en el lugar llamado “Dos Castros” –actualmente sigue recibiendo ese nombre y corresponde a la situación del cementerio de nuestra villa-, en el punto más elevado de la colina en cuya vertiente occidental está situada esta villa; sin embargo su situación es en terreno llano, por hallarse en la planicie que forma dicha colina”.
            Para que el lector tenga una idea de la forma del castro de Villalba, conviene decir que Mato Vizoso afirma que el castro de Sancobad “está situado a poca distancia al S.E. del río Escourido y próximo a los lugares del Malvecín y del castro. Su forma es cuadrada con esquinas redondeadas que miran a los cuatro puntos cardinales. El parapeto que se conserva tiene por algún lado de 5 a 6 metros de elevación y su circundo no excede de 240 metros por el lado exterior”.
            En cuanto a los primitivos pobladores de las tierras de Villalba de los que se ha logrado tener noticias –además de los “Namarinos”- trata de demostrar Mato Vizoso que fueron los “Egobarros” y ello basándose en topónimos tales como “Egolariz”, en la parroquia de Cuesta; “Aguiero o Egueiro”, en la de Mourence; “Egoalonga”, cadena de montañas que toca en las parroquias de Lanzós, Santaballa, Candamil y Lousada y “Egohía o Castelo de Gois”, en Lousada, alegando que todos ellos hacen referencia a lugar elevado y afirmando que “es innegable que dichas voces no proceden del latín y todo induce a pensar que en el antiguo idioma céltico de Galicia expresaban la noción o concepto que suponemos”.
            Después de los celtas, a los que podemos suponer establecidos en las villalbesas tierras entre los siglos VI y V antes de Cristo, y que eran valerosos y bien armados guerreros, estupendos metalúrgicos y excelentes agricultores y ganaderos –por lo que no extraña su prolongado asentamiento en las tierras de Villalba ni la abundancia de huellas que nos legaron,dadas las excelencias de nuestro suelo y subsuelo para el desarrollo de sus actividades- advienen siglos oscuros sobre los que el cronista nada se atreve a decir. Tratar de probar –lo que no han podido hacer estudiosos- que aquí vivieron o por aquí pasaron semitas, fenicios, griegos y cartagineses, sería mera hipótesis, pura elucubración, fantasía y, en todo caso, tarea superior a los conocimientos que el que suscribe posee.
            Que nuestra romanización fue completa –ahí está Lucus Augusti- está fuera de toda duda sin tener que recurrir a la cita de hallazgos de monedas, restos de caminos, villares, puentes, etc. También parece estarlo que fue chairego –y por chairego en cierto modo villalbés- Teodosio I el Magno. Después llegaron los suevos...Y con ellos, reinando Teodomiro, aparece ya Villalba en los documentos –a raíz de un Concilio celebrado en Lugo- como perteneciente al Condado de Montenegro y con el nombre de Santa María de Montenegro y más tarde con el de Villalba de Montenegro. Por fin –en 1820- se nombra a nuestra villa simplemente “Uila Alúa”, es decir, Villalba a secas, como hoy. Pero de esto ya el cronista dejó dicho en los trabajos que publicó el año pasado en EL PROGRESO, más o menos por estas fechas. Lo que no dijo fue que la antigua iglesia de Santa María de Montenegro fue demolida en el año 1867 para construir en su lugar el nuevo templo actual cuya terminación tuvo lugar en 1893. Por eso, en cuanto se refiere a Santa María de Montenegro, de cuyo templo primitivo aún se habla en escritura del año 1128 mencionada en el Ap. 21 del Tomo XVIII de la España Sagrada, remito al lector a los citados trabajos anunciándoles que en el próximo trabajo entraremos directamente en el castillo de Villalba y caminaremos por el tiempo desde el castillo a la primavera de Cádiz.