El cuento del cocodrilo bondadoso



Hace muchos años, muchísimos, pues lo que voy a contaros sucedió en aquel tiempo remoto en que los animales hablaban todavía, vivía en el Bajo Egipto un niño llamado Aha, que pertenecía a una familia pudiente, culta y muy amante del estudio. El padre de Aha era jefe de una tribu camita que se había establecido cerca de ese río africano tan caudaloso y tan largo que lleva el nombre de río Nilo, y el poblado en que habitaba la tribu estaba a unos tres días de marcha de la gran CIUDAD DEL MURO BLANCO, por otro nombre MENFIS, que había sido, mucho tiempo antes, capital de Egipto durante el periodo llamado del Imperio Antiguo. Como jefe de la tribu y persona acaudalada, el padre de Aha tenía muchos esclavos y servidores de uno y otro sexo con derecho de vida y muerte sobre ellos; pero jamás se dio el caso de que tuviera que castigar a ninguno ya que como los trataba con mucha dulzura, amabilidad y deferencia, de todos era querido y apreciado, al igual que su esposa, la madre de Aha, de modo que los esclavos trabajaban la tierra y los otros servidores hacían las labores propias de la casa con general alegría, prontitud y esmero, a fin de corresponder a aquellos señores que tan blando trato les daban. También Aha, siguiendo el ejemplo de sus progenitores, se portaba amablemente con todos y los componentes de la tribu le amaban sobremanera por su buen carácter, bondad, simpatía y espíritu caritativo. Siempre alegre, constantemente sonriente, en todo momento dispuesto a favorecer a unos y otros en cuanto podía, Aha era el ídolo infantil, el niño mimado de su pueblo.
El Nilo, como sabéis, experimenta de tiempo en tiempo, es decir, periódicamente, enormes crecidas que, al salirse las aguas de madre, invaden las tierras en una gran extensión siendo peligroso vivir cerca de las orillas del río. Sin embargo, la tribu que dirigía el padre del pequeño Aha había construido sus viviendas sobre una colina de manera que el agua no pudiese nunca alcanzarlas y así, cuando el río bajaba de nivel dejando bien abonadas las tierras de labor, los habitantes de aquella comarca se dedicaban a cultivarlas con afán y obtenían abundantísimas cosechas que les permitían vivir como príncipes durante todo el año, incluso cuando el desbordamiento del Nilo no les dejaba trabajar los campos.
Ocurrió una vez que el pequeño Aha, después de una de esas grandes avenidas que registra el río Nilo, salió a pasear por la campiña, ya seca, y de pronto, allá lejos, en medio de un charco que se había formado, vio brillar algo que relucía como el oro bajo el sol y, acercándose, descubrió a un pequeño cocodrilo de piel extrañamente dorada que se había descuidado jugando con un higo chumbo a ese juego que ahora llamamos water-polo y, no habiendo seguido a tiempo a las aguas en su retirada, desconociendo el camino que podría llevarle al río y al encuentro de sus papás, don Cocodrilón y doña Cocodrilona, lloraba desconsoladamente, como un niño perdido en una gran ciudad como Madrid, por ejemplo, que es la capital de España.
Aha, de quien sabemos era muy bueno y como tal compasivo, viendo llorar tan aflictivamente al pobre cocodrilito perdido, sintió que las lágrimas asomaban también a sus ojos y entonces, amablemente, con dulzura, preguntó al animalito:
-         ¿Por qué lloras, cocodrilito? ¿Qué es lo que te acongoja de tal modo?
-         ¡Ay! –respondió suspirando el cocodrilito. Lloro porque no sé el camino para retornar al Nilo y ya nunca más volveré a ver a mi papá y a mi mamá. Moriré aquí de hambre si antes no me mata algún hombre.
-         No te preocupes por eso –dijo el niño. Yo sé el camino del río y te llevaré conmigo. Anda, sígueme y verás que pronto encuentras a tus papás.
Ni corto ni perezoso, uniendo la acción a la palabra, el pequeño Aha, que aun no tenía más que siete años, pero era ya muy valiente, noble y generoso, echó a andar hacia el Nilo con el cocodrilito detrás, siguiéndole como un perro fiel a tres pasos de distancia. Y caminando, caminando, sin importarle los ardores del sol, ni el largo camino a recorrer, ni los peligros que pudieran acecharle, después de dos horas de marcha, Aha, con el cocodrilito siempre detrás, siguiéndole a  tres pasos de distancia, llegó a la vista del río Nilo y se despidió del animalito diciéndole:
-         Bueno, amigo cocodrilito, ahora ya estás cerca de los tuyos. Échate al río y busca a tus papás que seguramente estarán impacientes por verte, lo mismo que los míos por verme a mí, ya que hace tiempo que falto de casa y aún tengo que andar otras dos horas largas para llegar al poblado. Espero que de ahora en adelante seamos amigos y que no sigas las feroces costumbres propias de los de tu especie, pues ya sabes que los cocodrilos, si pueden, devoran a los niños como yo. ¡Escucha!; ¡se me ocurre una idea! De vez en cuando vendré por aquí a hacerte una visita y, como estarás escondido o jugando en medio del río, gritaré: “¡Ramsés! ¡Ramsés!. Y tú, al oírme, vendrás a mi lado y estaremos un rato juntos charlando de nuestras cosas. O si lo prefieres vas tú por el poblado y preguntas por Aha, que soy yo.
-         Muchas gracias por todo, amable Aha –dijo el cocodrilito dorado. Seguiré tus prudentes consejos y seré siempre bondadoso. Y espero que vengas a verme de tiempo en tiempo, pues sentiría mucho que nos separásemos para siempre después de lo que has hecho por mí. Yo iría hasta el poblado con mucho gusto, pero sabes bien que me perdería, en el mejor de los casos, o me matarían los hombres por creerme tan feroz como los de mi especie, ignorando que tú me has transformado y ya no dejaré de ser bueno. Así que ¡adiós, Aha!, Hasta que vengas a verme.
-         ¡Adiós, Ramsés! –contestó el niño. Y se quedó mirando hasta que el cocodrilito, veloz y brillante como una flecha de oro que cruza el aire bajo el sol, se lanzó a las aguas del Nilo y se fue, nadando rápidamente río abajo, en busca de sus papás, don Cocodrilón y doña Cocodrilona, quienes ya se habían puesto de luto pintándose la piel con jugo de dátiles podridos porque daban a su retoño por muerto.
            Regresó Aha a su casa, contó lo sucedido a sus padres y estos no le riñeron por su tardanza porque si había faltado tanto tiempo y se había expuesto a probables peligros, lo había hecho dejándose llevar de su buen corazón; pero le advirtieron que otra vez no dejase de avisar en la casa diciendo a donde iba, ya que los caminos por aquel entonces eran peligrosos y podría ocurrir cualquier desgracia, y más a un niño pequeño, débil e indefenso, como Aha. Prometió éste a sus papás que así lo haría en el futuro y pasó dos años sin moverse del poblado, pero recordando siempre al cocodrilito dorado a quien había salvado, probablemente, la vida. Un día, no pudiendo resistir por más tiempo los deseos de ver a su amiguito, a quien él mismo había bautizado con el nombre de Ramsés, pidió Aha permiso a sus padres, que se lo concedieron de buen grado, y acompañado por dos servidores jóvenes y fuertes, provistos de armas y viandas, se dirigió a las orillas del Nilo y una vez que hubieron llegado allí, con voz estentórea, gritó:
-         ¡Ramsés! ... ¡Ramsés! ... ¡Soy Aha! ¡Ven, Ramsés!
-         ¡Aquí estoy, Aha! –contestó el cocodrilo asomando la dorada cabeza por debajo de unas chumberas que crecían bastante lejos. ¡Pero, Aha, tengo miedo de acercarme porque no conozco a esos hombres que te acompañan!
-         ¡No temas! –dijo Aha. Son amigos míos y por lo tanto tuyos. Ven, Ramsés, y comeremos juntos.
            Se acercó Ramsés, que había crecido muchísimo en aquellos dos años y se había transformado en un señor cocodrilo, tan grande que asustó a los servidores de Aha, quien sólo a fuerza de muchas razones y explicaciones consiguió que sus acompañantes consistieran en comer con él y con Ramsés.
            Comieron los cuatro en amigable compañía. Aha y Ramsés se hicieron íntimas y numerosas confidencias. Leyó Aha en el LIBRO DE LOS SOPLOS DE LA VIDA y en el HIMNO AL SOL, del faraón Akenatón, para entretener a su amigo cocodriliano y, de paso, para instruirle un poco. Por fin, a la caída de la tarde, se despidieron cariñosamente los dos amigos y Aha, con sus compañeros, emprendió el regreso a su casa pensando en volver pronto a visitar a su amiguito Ramsés el Cocodrilo Dorado.
            Buena verdad es que “el hombre propone y Dios dispone”. Una noche, sin que nada pudiera hacerlo prever, pocos días después de la visita de Aha a su amigo el Cocodrilo Bondadoso, el río Nilo se desbordó como nunca lo había hecho, remontó la colina en que se asentaba el poblado de Aha y arrasó cuanto halló a su paso, pereciendo todos los habitantes con la única excepción de nuestro amiguito que, habiendo dormido con la ventana de su habitación abierta porque aquella noche hacía un calor insoportable, fue arrastrado sin que él se despertase, flotando sobre las aguas la camita en que el niño dormía, y así navegó hasta que la cama fue a chocar con el tronco de un gruesa y altísima palma datilera. Despertó Aha sobresaltado al volcar la improvisada balsa que le había servido de nave salvadora y, percatándose del tremendo peligro que corría, se aferró a la palmera, trepó por ella ágilmente en la oscuridad y se refugió en la copa del árbol que tan providencialmente le salió al paso. Entonces se felicitó por su costumbre de trepar a los árboles tratando de imitar, por juego, a los monos, pues la habilidad, agilidad y fuerza adquiridas mediante aquel hábito le habían servido ahora para defender su vida. Luego, pasados los primeros momentos de exaltación y nerviosismo que no le habían permitido pensar en otra cosa, se echo a llorar desconsoladamente y así estuvo el pobre niño, temblando de miedo, espantado por la soledad y el horrible estruendo que hacían las aguas al discurrir tumultuosas bajo sus pies, hasta que alumbró el nuevo día y pudo darse cuenta de la inmensidad de la catástrofe que había sufrido su pueblo. Efectivamente, flotando sobre las aguas hasta donde la vista se perdía, podían verse cadáveres de hombres, mujeres, niños y animales, enseres domésticos, pieles, árboles y plantas. Nada se había salvado. Nadie había sobrevivido sino él. Lloró Aha nuevamente su desgracia y la de sus amigos, parientes y servidores, pensando con razón que sus padres habían muerto y que él mismo estaba condenado a morir allí, solitario, rodeado de aquella inmensidad acuosa. Poco a poco fue serenándose y, cuando el sol lució en toda su plenitud, pudo observar Aha que el agua no tendía a subir de nivel, si bien tampoco se apreciaba que fuera retirándose. Tranquilizado en parte por aquella perspectiva sintió hambre y, mirando a su alrededor, dio gracias al Cielo por haberle hecho tropezar con la palma datilera, la cual estaba cargada de gruesos y sabrosos dátiles.
            Estaba Aha comiendo dátiles y mirando tristemente hacia la llanura líquida que temía hubiera de servirle de tumba, cuando vio que, lontano, algo destellaba al sol con reflejos de oro puro.
-         ¡Es Ramsés! –se dijo Aha, a quien dio un vuelco de alegría el corazón.
-         ¡Ramsés! ¡Ramsés! –gritó el niño a todo pulmón. -¡Ramsés! ¡Soy Aha! ¡Estoy en la palmera! ¡Ven, Ramsés! ¡Ven Ramsés!
            No fueron vanas las voces desesperadas del niño pues, de repente, volviéndose hacia el lugar en que éste se encontraba, una flecha de oro se dirigió velozmente, horizontal sobre las aguas, al sitio de donde salían las voces. Y Aha, hacía un momento sin esperanza alguna, pudo pensar que estaba definitivamente salvado.
            En efecto, a los pocos instantes, el Cocodrilo Bondadoso se encontraba junto al árbol en que se había refugiado Aha y le decía:
-         ¡Por el Gran Cocodrilo Sagrado, Aha! Pensé que habías muerto, arrastrado por la riada, y andaba buscando tu cadáver para darle decente sepultura. Baja, Aha, de ahí. Monta sobre mí y yo te conduciré al Alto Egipto, tierra de tu abuelo materno, que aún vive, un poco más arriba de Tebas. Allí podrás vivir tranquilo el resto de tu vida y la bondad de tu abuelo te hará olvidar la gran desgracia que hoy pesa sobre ti ¡Vamos, Aha, ánimo! Baja de ahí y zarpemos. Mi corazón está triste por tu tristeza, pero alegre por haberte hallado vivo. Y no menos alegre se pondrá tu abuelo, Tutankamán el Valeroso, al ver que ha sobrevivido a la catástrofe lo mejor de su estirpe. ¡Vamos, Aha, al camino!
            Bajó Aha del árbol, no sin hacer abundante provisión de dátiles. Montó a horcajadas sobre su amigo Ramsés y éste, nadando a toda velocidad, le condujo hasta las tierras de Tebas, río arriba, adonde llegaron una hermosa noche de luna después de dos días de viaje. Allí desmontó Aha de su cocodriliano corcel, le dio un beso en el hocico y luego rompió a llorar, diciendo:
-         ¡Ay! Ya no volveremos a vernos, mi querido Cocodrilo Bondadoso. Estas tierras están lejos de aquellas que fueron mis tierras y adonde tú debes regresar para reunirte con los tuyos. Yo ...
-         No sigas –interrumpió Ramsés al niño. –Sí que volveremos a vernos. Yo arreglaré las cosas para que eso sea posible. Ahora nada puedo decirte, pero pasado mañana, por la fuerza del sol, ven a este lugar. Te estará esperando, si es que no llegas tú antes, un alfaneque amigo mío. Cogerás lo que te dé y verás como todo se arregla. Y ahora, ¡adiós, Aha! Confía en mí y espera mis noticias. ¡Adiós!. ¡Adiós, adiós, querido Ramsés! –exclamó Aha. Y emprendió el camino hacia el poblado de su abuelo, que se veía en lontananza, masa blanca y difusa bajo la luz lunar.

II

            ¡Por las venerables barbas de mi bisabuelo Tutankamán el Audaz! ¡Juraría que este niño es mi nietecito Aha! ¡Vamos, deprisa, holgazanes, hatajo de parásitos! Cogedle y llevadle a mi casa. Que preparen para él un lecho de oro y un colchón de plumas de pechuga de avestruz y dejadle dormir hasta que por si solo se despierte.
            Quien así hablaba era un alto y venerable anciano de brillantes ojos grises, larga y afilada nariz, luengas y rizadas barbas blancas y descomunales orejas que trataba de disimular tapándolas en parte con el enorme turbante de color azul que cubría su cabeza. Iba vestido con una túnica escarlata que casi ocultaba las hermosas sandalias, entretejidas de oro y plata, conque iba calzado y sobre los hombros, flotante a la brisa del amanecer, llevaba un riquísimo manto color verde esmeralda. ¿Qué había ocurrido? Nada extraño.
            Hemos visto, al terminar la primera parte de este relato, como nuestro amigo Aha caminaba bajo la luz plateada de la luna hacia el poblado en que vivía su abuelo Tutankamán el Valeroso de quien, por cierto, hacía cuatro años que no había tenido noticias. Una vez que Aha hubo llegado al centro del pueblo, como ignoraba el domicilio de su abuelito, se dispuso a pasar en vela el resto de la noche a ver si algún vecino madrugador salía de casa y, pasando por casualidad a su lado, pudiera él preguntarle la dirección de su pariente Tutankamán. Así pues, nuestro pequeño amigo buscó un lugar en que acomodarse y no encontró nada mejor que un rellano de piedra sobre el que se alzaba una gigantesca estatua del Faraón Akenaton, ese que compuso tan hermoso HIMNO AL SOL y que el niño gustaba tanto de leer. Sentóse Aha, apoyó la espalda en el dedo gordo del pie derecho de la estatua y, poco a poco, vencido por el cansancio, se quedó dormido. Ni cuenta se dio cuando, perdiendo el equilibrio, quedó tendido en el suelo, cuan largo era, con la cabecita apoyada sobre el brazo izquierdo. Tal era la fatiga de nuestro amiguito después de la terrible y prolongada tensión nerviosa a que había estado sometido los días anteriores. ¡Pobre Aha! Al fin, sus nueve años se habían rendido a los apremios de la naturaleza. Y así, tal y como había quedado al caer, fue encontrado casualmente por Tutankamán el Valeroso, su abuelo, que se dirigía al campo acompañado de gran número de servidores para iniciar las faenas de la siembra.
            No es para descrita la alegría que sintió Tutankamán al ver a su nietecito sano, y salvo; la pena que experimentó al conocer la muerte de su hija, madre de Aha, y la admiración que le produjo el relato que su nieto le hizo acerca de la amistad que le unía al Cocodrilo Bondadoso y la forma en que éste salvó a nuestro amigo de una muerte segura. Dos horas completas estuvo pendiente el buen viejo de los labios de su nietecito cuando, al despertar el niño de un largo sueño de dieciséis horas, le refirió a su abuelo cuanto había pasado.
            Tutankamán, por su parte, informó a su nieto de que él era el jefe del pueblo desde hacía tres años que se había muerto el anterior; le animó y le consoló lo mejor que pudo, colmándole de caricias y regalos y, para festejar la milagrosa salvación de Aha, dio un día de asueto a todos los esclavos y servidores de su casa, dándoles permiso para que hiciesen una comida extraordinaria y para que bebiesen sin tasa del mejor de los estupendos vinos que guardaba en sus bodegas. Y él mismo, Tutankamán el Valeroso, Jefe de la TRIBU DE CAMITAS IMBELES, sirvió de camarero a su nieto Aha ofreciéndole suculentos platos y aromáticas bebidas reconstituyentes que, en breves horas, devolvieron al niño todo su vigor.
            Al día siguiente, después de poner a su abuelo en antecedentes del caso, se dirigió Aha hacia las márgenes del Nilo en busca de aquel lugar en que le había dejado su amigo el Cocodrilo Bondadoso. Llegado que fue al sitio, no viendo a nadie, se sentó Aha sobre una piedra y se entretuvo mirando el plácido discurrir de las aguas. Cuando más distraído estaba, sintió sobre su cabeza un rápido aletear y vio como un gran alfaneque tomaba tierra a sus pies dejando caer de su pico tres hermosísimas flores y un rollo de papiro, al tiempo que decía:
-         ¡Salud, amable Aha! Ahí tienes el presente que te envía tu noble amigo el Cocodrilo Bondadoso o SAURIO DE ORO, unido al mensaje que debes leer y arrojar luego al Nilo, sin dar cuenta a nadie de cuanto en él se dice. ¡Salud y adiós, Aha!
-         ¡Adiós, mensajero leal! –respondió el niño. –Y estuvo mirando y saludando con el brazo en alto hasta que el alfaneque, volando rapidísimo, desapareció en el horizonte. Después recogió el mensaje y las flores, desarrolló la tira de papiro y leyó lo siguiente:
            “EL COCODRILO BONDADOSO O SAURIO DE ORO”, Jefe Supremo de la Confederación Universal de Cocodrilos, Gaviales y Caimanes, desea salud y prosperidad a su queridísimo amigo Aha el Compasivo, descendiente de Tutankamán el Audaz y nieto del Jefe de la Tribu de Camitas Imbeles, Tutankamán el Valeroso.
Querido Aha: Hechas las gestiones oportunas para conseguirlas te envío tres flores inmarchitables para que las uses conforme a las instrucciones que te doy a continuación.
            La flor de loto, originaria del Delta del Nilo, deberás hacerla llegar a mí poder si te encuentras en peligro de muerte violenta. Ha sido conseguida por el alfaneque mensajero que se presentó a ti y que es jefe de la primera patrulla del CUERPO AEREO DE ALFANEQUES SUICIDAS de mi Ejército del Aire, pues has de saber, amigo Aha, que a mi regreso, habiéndose averiguado que desciendo en línea recta del Gran Cocodrilo Sagrado, he sido nombrado JEFE SUPREMO DEL GRAN PUEBLO COCODRILIANO y, haciendo uso de las atribuciones que me han sido conferidas, he dispuesto que tanto el CUERPO AEREO DE ALFANEQUES SUICIDAS, como la LEGIÓN EXTRANJERA DE GERIFALTES OSADOS, lo mismo que mis cuerpos de ejército terrestre de DROMEDARIOS ELEFANTIASICOS y de LICAONES DESPIADADOS, estén a tu disposición, mi querido y recordado Aha, y dispuesto para acudir en tu auxilio al primer aviso que reciban. Otro tanto te digo de nuestras modernísimas flotillas subacuáticas de SAURIOS INAUDIBLES. Esto es lo que he dispuesto, Aha, en uso de mis facultades y en prueba del afecto que te guardo, no tanto por haberme salvado la vida cuanto por haberme hecho conocer el supremo valor de la bondad.
            La flor de tamarindo, que yo mismo he conseguido, me la enviarás si te encuentras gravemente enfermo. Y la flor de té, compasivo Aha, me ha sido proporcionada por un marabú amigo mío que me debe ciertos favores. Fue traída de las riberas del Yant-se-kiang, en China, y deberás procurar que llegue a mis fuertes mandíbulas si te ves en cualquier otra apremiante necesidad.
            En todos los casos, mi buen Aha, deberás enviar la flor correspondiente a cada una de las indicadas situaciones metida en un barquito hecho de tallos de papiro, que echarás al río Nilo. A tales efectos, ya puedes empezar hoy mismo a construir los tres barquitos necesarios que tendrás preparados y a flote, dispuestos a partir en cualquier instante, ya que, de ahora en adelante, de día y de noche, una flotilla de cocodrilos especializados en Botánica Comparada, graduados en la Universidad Cocodriliana de Ciencias Naturales, estará a la espera de cualquier mensaje que tú nos envíes por tal medio. Y no te olvides, Aha, de pronunciar las palabras rituales con que has de despedir a los pequeños navíos, y que son estas:
       Barco barquito, busca a mi amigo.
Y no te pierdas por el camino.
            Y no dejes, querido amiguito, de dotar a los barquichuelos con fuertes velas que favorecerán su navegación.
            Nada más, bondadoso niño. ¡Que Isis sea contigo y el Gran Cocodrilo Sagrado con todos! ¡Salud y prosperidad!
            En cuanto Aha terminó de leer el mensaje de su ahora poderoso amigo el COCODRILO BONDADOSO, arrolló nuevamente el papiro y lo arrojó al río. Inmediatamente emprendió el regreso al poblado, ocultando entre sus ropas las tres hermosísimas flores inmarchitables, decidido a llevarlas siempre sobre su cuerpo. Llegado a casa, se puso a trabajar sin demora en la construcción de los tres barquitos de tallo de papiro. Preguntado por su abuelo Tutankamán acerca del resultado de su expedición, contesto Aha que había hecho la promesa de guardar el secreto, y su abuelo lo tuvo a bien y se alegró de la discreción  y prudencia de su nieto.
Terminado que hubo nuestro amigo la construcción de los tres barquichuelos, los echó al agua en un puerto artificial que construyó a la sombra de una higuera gigante bajo cuyas descarnadas raíces adventicias corría un arroyuelo que iba a desembocar al río Nilo y que venía que ni pintado a los propósitos de nuestro pequeño héroe, ya que el arroyo distaba apenas diez metros de la fachada posterior de la casa en que Aha y su abuelo vivían. Ató los barquitos, por separado, a las raíces de la higuera pensando, razonablemente, que en caso de necesidad urgente podría cortar las amarras de un solo tajo y el barquito designado saldría a toda velocidad, arroyo abajo, hacia el Nilo y en busca de la flotilla de centinelas de su amigo el COCODRILO BONDADOSO, quien no tardaría en correr en auxilio de Aha para defenderle con todos los medios a su alcance.



III

            Pasaron cinco años y durante todo ese tiempo, no tuvo Aha necesidad de solicitar la ayuda del Cocodrilo Bondadoso. Todos los días pasaba revista a sus barquitos, como buen almirante. Limpiaba fondos, calafateaba, baldeaba cubiertas, reparaba o sustituía velas rotas o podridas. En fin, tenía sus pequeños veleros siempre dispuestos a zarpar. Pero nada extraño sucedía hasta que un día...
            Un día quiso la fatalidad que una serpiente venenosa mordiese a nuestro amiguito y he aquí que de todos cuantos remedios le aplicaron, que fueron muchos, ninguno contribuyó a mejorarle. Entonces, viendo que de seguir así la muerte no tardaría en alcanzarle, una tarde en que se encontraba sólo en su habitación, presa de altísima fiebre y agudos dolores causados por el veneno que la serpiente le había inyectado al morderle, se tiró Aha de la cama y fue arrastrándose, porque no se tenía en pie de lo enfermito que estaba, hasta su puerto artificial. Puso en uno de los barquitos la flor de tamarindo, cortó las ataduras que retenían al barquichuelo elegido y allá fue el pequeño navío, las velas desplegadas, rápido como el viento, en busca del río Nilo y del Cocodrilo Bondadoso, después de que Aha hubo pronunciado las palabras rituales:
       Barco barquito, busca a mi amigo.
Y no te pierdas por el camino.
            ¡Oh, milagros de la amistad! Antes de veinticuatro horas, encontrándose Aha casi agonizante, un gran marabú penetró volando por la ventana de su habitación trayendo en el larguísimo pico un recipiente hecho de corteza de coco, lleno de un líquido medicinal, y le dijo:
-         ¡Bebe, amable Aha, este líquido terapéutico que te envía nuestro común amigo el Cocodrilo Bondadoso! Es jugo de nísperos japoneses cocidos en agua de la tercera catarata del Nilo y que yo mismo he ido a buscar en un frenético y apresurado vuelo. ¡Bebe, Aha, y en un par de horas te pondrás bueno! ¡Bebe!.
            Obedeció Aha la imperiosa recomendación del marabú, bebió de un trago todo el líquido que contenía el vaso de corteza de coco y se durmió profundamente, sin tiempo siquiera para ver como el marabú volvía a salir volando por la ventana y desaparecía de la vista en pocos segundos.
            No habían pasado las dos horas señaladas por el marabú y ya nuestro amigo Aha, despertando hambriento y totalmente recuperado de su enfermedad, llamaba a su abuelo a grandes voces:
-         ¡Abuelo! ¡Abuelo Tutankamán! ¡Ya sané! ¡Ya estoy bueno! ¡Ven, abuelo!
-         ¡Por Isis! –dijo Tutankamán al tiempo que penetraba en la habitación del niño. ¡Esto es un milagroso! ¿Qué ocurrió Aha?
-         Forma parte del secreto del Cocodrilo Bondadoso, abuelo –contestó el niño. –Sólo puedo decirte que a él hemos de agradecérselo.
-         Bien, bien, querido nieto –dijo Tutankamán. –Pero... ¡Por las venerables barbas de mi bisabuelo Tutankamán el Audaz! ¡Si no lo veo no lo creo!
            Y  corrió a buscar alimentos para su nietecito, que hacía tres días que no comía nada.
            Curado Aha de su grave enfermedad, gracias a la oportuna ayuda de su amigo el SAURIO DE ORO o COCODRILO BONDADOSO, pasó otros tres años sin novedad alguna, pero el cuarto año vino una gran sequía que obligó a los Camitas Imbeles a sacrificar todos los animales, pues no tenían nada que darles de comer porque todo el campo era un inmenso yermo. Más tarde, agotadas las reservas de carnes y no disponiendo de alimento alguno vegetal, como empezasen a morirse los habitantes más débiles de la tribu y viendo Aha que en pocos días morirían todos, creyó oportuno enviar la segunda flor, la flor de té, a su amigo el cocodrilo. En efecto, cogiendo el segundo de los barquitos, que estaba varado a causa de haberse secado el arroyo, se dirigió al Nilo, puso la flor dentro del barquichuelo, pronunció las palabras obligadas y echó al río la navecilla que partió, si cabe, más veloz aún que la primera.
            Ni doce horas habían pasado esta vez, cuando los habitantes del poblado de Camitas Imbeles salieron a las puertas de sus casas, todos asustados, por haber oído un gran estruendo que a cada momento aumentaba de volumen.
            Lo que vieron les aterrorizó, pues creyeron llegada su última hora y que la muerte iba a alcanzarles más pronto aún de lo que pensaban. Pero en esto, Aha, a través de las nubes de polvo pudo ver a un marabú que, en vuelo rasante, dirigía la marcha de una enorme masa de DROMEDARIOS ELEFANTIASICOS, los cuales se acercaban al poblado tan velozmente como si tuvieran alas en los pies.
-         ¡Nadie se asuste! –gritó Aha. ¡Nos llega socorro, amigos! ¡Por Isis, esto es maravilloso!
            Realmente, el espectáculo era para asombrar a cualquiera. Cientos de dromedarios gigantescos, dirigidos por el marabú que Aha ya conocía, se aproximaban al pueblo cargados de todo género de alimentos: trigo, higos chumbos, dátiles, limones, naranjas, codornices vivas y muertas y otras ya cocinadas, toda clase de animales comestibles, tanto doméstico como salvajes, perfectamente atados y acondicionados, infinitas especies de volátiles de carne sabrosísima. En fin, alimentos para un año traían aquellos cientos de enormes dromedarios que estaban al servicio del Cocodrilo Bondadoso.
-         ¡Gracias sean dadas al Cielo y al Cocodrilo Bondadoso! –volvió a gritar Aha.- ¡Salgamos al encuentro de los dromedarios, amigos, y aligerémosles de la carga!
            Allá fueron, siguiendo a Aha, todos los camitas imbeles, y en breves instantes se encontraron ante los cargados dromedarios, que se arrodillaron de forma que los camitas pudieran trepar por sus cabezas hacia la carga, lo cual hicieron estos procediendo a descargar las mercancías comestibles y bebestibles que los dromedarios transportaban, pues el bondadoso SAURIO DE ORO no había olvidado él enviarles riquísimas  bebidas refrescantes. En poco tiempo estuvo realizado el trabajo de descarga y los dromedarios partieron inmediatamente, volviéndose por donde habían venido, sin hablar palabra ni dar explicación alguna. Sólo Aha, en medio de aquella confusión, vocerío y alegría de sus convecinos, había podido oír la voz del marabú, que volaba también de regreso:
-         ¡Salud y prosperidad, oh Aha! No puedo detenerme porque otras misiones urgentes me esperan. Nuestro amigo está bien y te envía restregones de hocico. ¡Salud!.
            Pensaréis vosotros, queridos niños, al ver que el marabú no trajo mensaje alguno a nuestro amigo Aha en las dos visitas que le hizo, que el Cocodrilo Bondadoso no quería enviárselo; pero habéis de comprender lo ocupadísimo que estaba el buen SAURIO DE ORO con sus tareas de gobernante y que, por otra parte, éste no quería recibirlo de Aha tampoco, debido a que su labor de Jefe Supremo de la Confederación Universal de Cocodrilos, Gaviales y Caimanes, se le antojaba abrumadora y tenía miedo, al recibir una carta de Aha, de no poder resistir los vehementes deseos que le asaltaban continuamente de ir a vivir con él. Así es que fue pasando el tiempo. Tenía Aha veinte años cuando se vio obligado a mandar el último y tercer mensaje, es decir, a enviar la flor de loto a su amigo el Saurio de Oro. Y ello se debió a que la TRIBU DE NUBIOS IMPLACABLES, que vivía junto a las Fuentes del Nilo, se corrió hacia el Norte y, encontrando al paso el poblado que mandaba el abuelo de Aha, aunque éste luchó haciendo honor a su sobrenombre de Valeroso hasta caer muerto al frente de los suyos, los nubios lo atacaron y mataron a la mayoría de sus habitantes cogiendo prisioneros a los restantes. Apenas había tenido tiempo  Aha de enviar el tercer barquito, con la flor de loto dentro, pidiendo auxilio al Cocodrilo Bondadoso, cuando fue sorprendido por cinco nubios y hubo de rendirse al número después de luchar bravamente. Caía la tarde y estaba ya próxima la puesta del sol cuando Aha fue hecho prisionero y con él los últimos heroicos defensores del poblado que había regido el valiente Tutankamán. Haría una media hora que nuestro héroe había enviado la señal de peligro y estaban los nubios festejando alegremente su victoria, cuando he aquí que, veloces como rayos, las escuadrillas de ALFANEQUES SUICIDAS y de GERIFALTES OSADOS, atacan por sorpresa y en vuelo picado a los nubosos. Estos, aterrorizados, echan a correr desordenadamente, unos hacia el Nilo, otros hacia las tierras del interior, sin saber que no tenían salvación porque en aquel mismo momento un numeroso ejército de LICAONES DESPIADADOS caía sobre ellos empujándolos a todos en dirección al Nilo y arrojándolos a las aguas, donde fueron devorados por las flotillas de SAURIOS INAUDIBLES que, nadando entre dos aguas, esperaban impacientes a los enemigos de Aha para ejecutar en ellos cruel venganza haciéndoles pagar con la vida el asesinato del noble Tutankamán el Valeroso.
            Terminado el combate, o mejor dicho carnicería, en que perecieron sin excepción todos los NUBIOS IMPLACABLES, los ejércitos de tierra, agua y aire, del Gran Cocodrilo Bondadoso, se retiraron a sus bases del Bajo Egipto, no sin antes asistir a la proclamación de Aha como Jefe de la Tribu de Camitas Imbeles, la cual gobernó éste con gran acierto durante los ochenta años que aún vivió, rodeado del amor y respeto de sus súbditos. Y es el caso que nuestro amigo ya no necesitó volver a pedir auxilio al bondadoso Saurio de Oro, porque la asombrosa noticia de la ayuda inconcebible que Aha había recibido, se difundió rápidamente por todas las tierras entonces conocidas, de confín a confín, y de todas partes vinieron a ofrecerle sumisión y ricos presentes que eran anualmente renovados, de manera que el pueblo de Aha llegó a ser uno de los más poderosos de Egipto, respetado hasta por los faraones, que temían la intervención del Cocodrilo Bondadoso, siempre dispuesto a no permitir que nadie, por poderoso que fuera o se creyera, ofendiese a su amigo, Aha el Compasivo, que ciertamente pasó por el mundo ejerciendo la caridad.
            Aquí termina, queridos amiguitos, la fabulosa e increíble narración de Aha el Compasivo y del Cocodrilo Bondadoso, los dos protagonistas de esta historia de otros tiempos que yo he querido escribir para vosotros con el fin de que no se pierda el ejemplo de los dos camaradas. Ejemplo que nos enseña a rivalizar con el prójimo en una sola cosa: en bondad.