Con hondas saudades


            A mi madre y a mi esposa. Con un cariño igual.


 Ahora es agosto. Huye la tarde. Un sol oblicuo y lento camina hacia el ocaso abandonando largos besos tibios sobre las blancas fachadas de las casas. Acaricia las piedras seculares, color de oro viejo, del castillo y juega al ajedrez en los pinares, en las robledas y en el castañar. Bajo la luz evanescente la campiña derrocha verdes imposibles. Muere la tarde y ese buen peregrino milenario –el sol- rinde su fuerza a las espadas rojas del crepúsculo. Las corrientes murmullan versos de Chao Ledo antes de hundir sus cuchillos plateados en la carne azabache de la noche:

“Aquí merlos e calandras

e sombrías carballeiras,

     Ríos de graciosas beiras…

Tod´aquí convid´a rir”.


            Sucede un cielo virgen, vacío de sonidos, y hay un silencio al que le duelen las palabras.

            Ya sé que la habéis reconocido. Estos policromos atardeceres grandiosos, crepúsculos impares, sólo se dan aquí. Aquí y ahora, que agoniza agosto, próxima ya la llegada del otoño melancólico y dulce.

            Presiento que la habéis adivinado. Esta es Villalba. Cabeza de la tierra llamada Chá, donde las muchachas –así lo escribió Manuel María:


            “teñen a cór das carpazas

             o corpo bimbial do bimbio

              i-os ollos como avelairas”.


            Yo sé que la habéis recordado.Esta es Villalba. Villalba de entre ríos. Mesopotamia de Galicia. Tierras fértiles. Sencillas gentes. Bucólica paz. “Aires puros, serenos ríos, plácidos días” –escribió Manuel Fraga Iribarne.


            Ahora es Agosto. Huyó la tarde. La noche huele a flores y a muchachas. ¡Noche de San Ramón! ¡Indescriptible noche villalbesa! Juglares increíbles andan por las calles a cantar:


            “Bailemos agora, por Deus, ay louvadas,

             so aquestas avelaneiras granadas...”


Luego, rendido de amor, con un leve suspiro de adolescente enamorado, el cantar medieval se desmaya entre los brazos tibios de la noche bruja. Desde las tierras llanas de Otero de Rey, para sustituirlo, saltando acrobática y lenta sobre las claras aguas mansas corrientes, llega la voz actual, lejana, blanda, tierna, del dulce cantor de la luguesa planicie:



            “Ven un vento manseliño

              que me di ...

            “quen tivera amor, amigo,

              pra llo dare a un paxariño”...


            Y, reminiscente, nostálgico de felices días idos, ante otro San Ramón que no viviré, mi loco corazón sentimental se inclina tembloroso, sobre la cuna del recuerdo para arrullarlo, como a un niño con versos de Antonio García Hermida –“el novio número uno de Villalba” en frase de Pablo Pena- evocadores de una inaudita canción gallega del agua interpretada por un coro de pájaros.


            “Vai a gaita tocando... tocando...

              tan baixo, baixiño...

              Que parés o subío dos merlos.

              A veira do río”


            Invaden mi ser hondas saudades. Hundido en el abismo del pasado remoto, creo escuchar el latido de mi corazón de otros tiempos, cuando mi mocedad se adormecía escuchando tenues canciones de cristal roto. Canciones de cuna, de amor, de siega, de molino. Viejas canciones que canta el Magdalena con voz inmemorial, para aquellos que saben escucharlas, acompañando por una orquesta de ranas. Canciones que cuando llega el San Ramón, olvidado el río de su tristeza antigua, suenan a pasodoble de banda de pueblo, haciendo nacer una luz nueva y alegre en los ojos de quienes viven ese día.

            Y ahora, amigos:


 “que tempo e

                        de me partir destas cousas

  per boa fe”.


Quiero deciros algo aún: No me tildéis de romántico. No me acuséis de abusar de un vago lirismo decadente. ¿Sabéis vosotros, los arraigados en Villalba, de lo que sufren aquellos que solo pueden soñarla, separados de ella por la distancia y el tiempo? Yo os digo que bajo todos los cielos del mundo, tal día como hoy, día de San Ramón, cientos de villalbeses evocan la sinfonía de plata y de cristal de las corrientes limpias que abrazan a la villa en la que vieron la primera luz. Cientos de villalbeses, vueltos los ojos tristes hacia un cielo que les resulta extraño, repiten conmovidos, con hondas saudades, estrofas que aprendieron en su añorada edad feliz, feliz porque estaban en Villalba:


        “Non che nego a bonitura

ceiño desta terriña.

  Ceiño de terra allea:

            ¡Quen che me dera na miña!


“Con hondas saudades” se alejó un día Noriega Varela de nuestra “vila churrusqueira” –que escribió Lence Santar. Con hondas saudades de ella, para ella, escribo esto yo.