Villalba, flor gallega


SEÑORIO que fue del Conde de Lemos, protector de Cervantes. Aquí es Villalba. En boca de las gentes andan los hechos memorables y los nombres que la Historia registró. Rodrigo Sánchez, fundador legendario, de existencia discutida. Fernán Pérez -O´Boo-, respetado y querido. Nuño Freire, odioso déspota, fiero y altivo y cruel. Diego de Andrade, plutócrata y humilde, señor de Puentedeume, de Ferrol y Villalba, reconstructor del castillo y de la torre famosa “maestra de geometría”, que dijo Álvaro Cunqueiro.Alonso de Lanzós, el rebelde, muerto quien sabe en que ignorada mazmorra. Nobles condes, hijosdalgo, pecheros, caballeros, escuderos, pajes. Gentes de lanza, escudo y arnés. Hombres rudos, batalladores, fuertes, ambiciosos e inquietos. Pálidas damas de largas trenzas doradas que sonreían a los trovadores y entregaban su corazón al más galante y aguerrido doncel. Señores indómitos. Vasallos de pelo en pecho. Andrade, Castros, Freires, Pardos y Montenegros. He ahí las raíces humanas de la que hoy es Santa María de Villalba.

Villalba, Tierra de combate durante siglos algo había en ella de valioso para merecer que los hombres luchasen y muriesen por su posesión. Y, ciertamente, ese algo existía. Aquellos hombres guerreaban por conquistar un remanso. Combatían, enamorados, por el amor de una misma belleza. Como Francisco I y el César Carlos, estaban de acuerdo: Estos querían Nápoles. Ellos amaban a Villalba. Y sabían que, por lograrla, valía la pena de luchar y también, llegado el caso, de morir. Y no se equivocaban.

“Cruce de caminos, defendido por un viejo castillo, que guardaba los puentes” -la definió Manuel Fraga Iribarne. “Angulo de cemento con su vértice en el castillo” -escribió Orlando Surribas una vez. Ahí están las tierras ubérrimas de Lanzós, Santaballa y Goiriz... Sancobad, Boizan, Mourence.... Así hasta veintinueve parroquias. Trigales, tierras de centeno, de patatas y maíz. Robles, pinos, abedules, castaños, manzanos, perales, cerezos. Espesos matorrales. Tojos de flor amarillenta que en lugares crecen desmesuradamente y llegan a ser altos como álamos. Juncos, eucaliptos, laureles. Un espino aquí y otro allá. Chopos, álamos, tilos, en las riberas de los ríos. Corrientes innumerables que rodean la villa -brillo de plata y cristal- y recorren, yendo y viniendo, la comarca para regarla toda, porque saben que el agua es pan para la tierra.Extensos praderíos, verdeantes al sol, que en la primavera se cubren de margaritas para alegrar a las vacas de grandes ojos tristes, rumiantes pensativos, que entonces ya empiezan a soñar lentos y largos sueños de hierba seca y olorosa. Tierra de “pazos”, de hórreos, de ermitas y “cruceiros”, donde la gente cree en Dios y le reza hincando las dos rodillas en el suelo. Esta es Villalba, remanso de paz, lejos los siglos feroces que la vieron nacer y nos legaron, por suerte, solo lo bueno que tenían: religiosidad, fortaleza, hospitalidad, hidalguía, valor.

Y ahora ¿qué decir? Acude a mí la ternura de Juan Ramón: “Este remanso, Platero, era mi corazón antes“. ¡Villalba! ¡Flor gallega!.... Geografía e Historia.