Tres Pepes


El día diecisiete de este mes, supongo que los corresponsales informativos de Prensa habrán dado  ya la noticia, se celebra  en Villalba el  “DIA DOS PEPES”.

Con tal motivo, ignoro si acertada o desacertadamente, pienso que procede trazar y publicar la semblanza de algunos Pepes villalbeses, tres exactamente, que a mi entender lo merecen por los conceptos que se dirán.

El primero, a muchos codos  de altura sobre todos cuantos villalbeses llevamos el nombre de José ha de ser Pepe Fraga Iribarne, fallecido en plena juventud, casi adolescente. Era este un superdotado cuya muerte supuso para España una pérdida irreparable, no ya por lo que hizo sino por lo que hubiera sido capaz de hacer.

Cuantos le trataron pueden dar fe de que no exagero en absoluto. Alto, rubio, elegante en el gesto y en la palabra. Notable, inteligente, sabio,  humilde, amable, sencillo, querido por todos. El pueblo le aplicaba el diminutivo cariñoso: Pepito Fraga.

Recuerdo que un día de San José, por la mañana, me tropezó en la calle.  “Ven -me dijo-.  Tengo que felicitar a un amigo y quiero que me ayudes a elegir la estampa que pienso enviarle”. Nos acercamos a una librería y allí escogió aquella estampa religiosa por la que manifesté mas entusiasmo. Nos despedimos y cuando llegué a casa allí estaba la estampita con una afectuosa dedicatoria de Pepito Fraga para mí. Así era aquel joven inolvidable: delicado en su trato hasta más no poder. Murió siendo  Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas y Económicas. Cristianísimo, recto, justiciero, devotísimo de María, con razón pudo escribirse en su epitafio: “Amó tanto la Justicia que se fue a ejercer la abogacía al Cielo”. Está enterrado en Villalba.

Pepe Apenela Jiménez es de mediana estatura. Calvo. Dinámico. Nervioso. Usa gafas. Este es el gran organizador. Cuando se trata de organizar algo, lo que sea, no hay más que dirigirse a él y asunto resuelto. No hay posibilidad de fracaso. Tiene un talento de organizador extraordinario. Lo tuvo siempre; desde niño. El era quien  -allá por los tiempos en que fundamos el Aspirantado de Acción Católica bajo la supervisión del recordado don Gabriel Pita da Veiga- él era el que, si se trataba de recaudar algo, aparecía en una esquina cualquiera con una mesita y un montón, a veces, montaña, de heterogéneos objetos. No sé de dónde sacaba tantas cosas: pero él las conseguía. Abría su  -hay que decirlo así- tómbola en miniatura y problema solucionado. Este es el Pepe sin cuyo concurso -en Villalba- cualquier organización pierde brillantez.

Para terminar presentaré al humorista del pueblo: Pepe Fernández Fernández, más conocido por “Epi” y a quien, en la infancia, llamábamos “Pequeñín”. Obeso, de baja estatura, calmoso, sonriente. Este es un filósofo de café, un rebelde de poltrona, un conferenciante de trastienda, un comentarista de vidriera de bar. En sus tiempos de fiebre literaria escribía unos famosos “Fuera de banda”, en el semanario deportivo villalbés “Stadium” muerto en la niñez, al estilo de aquellas jugosas crónicas futbolísticas publicadas en “ABC” por Wenceslao Fernández Flórez. Este es aquel que en cierta ocasión, cómodamente instalado en la terraza de un bar, al ver que un coche saltaba como una liebre sobre un bache de la carretera, dijo: “Hay que poner unos indicadores que digan: “Cuidado, Bache”. Así, además se ahorran reparaciones”. Tiene una gracia fría, retardada, inglesa. Pero él es así: lento, pausado, como la eterna sonrisa que lleva colgada de sus labios cual si fuera una vieja y olvidada bandera desteñida.  

Y ahora me asalta el deseo de trazar mi propia semblanza, pero -según escribió Baroja- “me parece esto demasiado agradable para el que escribe y demasiado desagradable para el que lee”. Así es que pondré punto final.