La canción de Candás


BUENA ocasión es esta en que Candas celebra su tradicional y renombrada festividad del Cristo, para escribir tres cuartillas –canto literario a media voz- dedicadas al pueblecito costero que posee las más hermosas leyendas y canta las más bellas canciones del mundo.

Candás: depósito de leyendas que no fueron leyendas sino curiosas y asombrosas realidades; raros hechos sucedidos en épocas idas, cuando todos los ojos candasinos miraban hacia el mar, ese viejo labrador de rocas duras; ese antiguo ladrón de ásperas vidas marineras. Candás: cuna de eternas canciones hijas del viento y del agua, que son un viejo matrimonio. Canciones de antaño y hogaño. Dulces cantares con añoranza de muchachas. Canciones lentas de ancianos lobos de mar. Largos ecos melodiosos que arrastra la brisa sobre la gran llanura plateada hacia mágicos horizontes increíbles que están más allá de la frontera del tiempo. Ecos que dan la vuelta al mundo y regresan, salvando a grandes saltos las montañas, al pintoresco lugar maravilloso, para volver a partir, la voz más joven, a galope sobre caballos etéreos. Canciones del cielo y de la tierra. Cantos que nacieron con la primera alborada del mundo. Canciones singulares de Candás, hermosa villa, que es ella en sí un cantar de enamorada.

Podría hablar de Candás como de una múltiple canción. O tal cual una vez la concebí, como de una teoría de gaviotas en vuelo rasante. Multicolores gaviotas con voz de ruiseñor. O bien como de un pueblo de caminos convergentes. Un pueblo de calles que bajan o suben, según se quiera pensar. Pueblo de calles que conducen, invariablemente, del mar a la iglesia y de la iglesia al mar. La iglesia, en lo más alto dominándolo todo. Como debe de ser y con mayor razón era antaño cuando todas las vidas se orientaban hacia la llanura líquida sin fin y el Santísimo Cristo esperaba para recibir gracias o prodigar consuelos. Gracias por los días y noches de pesca milagrosa que llenaba de pan las casitas humildes. Consuelos a las viudas y a los pequeños huerfanitos de grandes ojos encantados a quienes el viejo traidor Neptuno arrebataba el remo de la casa. Podría escribir, veis, de infinitos aspectos de Candás; pero quiero, únicamente, referirme a lo más notable que conozco de la villa: la Canción candasina, la gran canción a María; ese canto religioso cuya interpretación por un coro “candasu” es única, formidable, sorprendente, sublime.

Cuando llega la fecha –toda España la conoce-, bajo un cielo inmóvil y expectante, poblado de frías estrellas de plata, Candás canta la Salve marinera y sufre un colapso el corazón del mundo, asombrado al oír la voz de los arcángeles. Es como si, de pronto, preso de una locura gloriosa, encarnase y rompiese a cantar ese remoto silencio virgen que poseyó a la Tierra durante la noche inconcebible del Origen, a cuyo fin Dios dijo: “Fiat Lux”.

“Salve, Estrella de los mares”. La noche quieta y fría abre los ojos y escucha. Canta Candás y al oírlo, se estremece la enorme e ignorada espina dorsal del Globo. Se elevan hacia el Trono de Dios inauditos sonidos seculares. Rumores de brisa veraniega que acaricia las hojas del árbol. Susurros perezosos del reposado mar. Voces furiosas del viento enardecido. Gritos broncos del agua embravecida. Golpes de mar contra las quillas audaces. Voces átonas de hombre en peligro. Cantos de amor y esperanza. Truenos. Apagados suspiros de niño. ¿Cómo puede expresarse cantando todo esto? Se puede. Escuchad, si podéis, la Salve de Candás. Al final suena como una explosión enorme que ocurriese en el corazón del firmamento –las almas temblorosas de emoción-: ¡Salve! ¡Salve! ¡Salve...! El eco prolongado sube de estrella en estrella, más allá del espacio, hasta llegar a María. Con tremendo esfuerzo, en la noche fría y quieta, el corazón del mundo recobra la facultad de palpitar.

            Ahora pienso que no he escrito nada acerca del Cristo de Candás. Pero... ¿No es Cristo hijo de María? ¿Y cantando a María no cantar a Cristo Candás? Sí. Lo mismo que yo he cantado a Candás en tres cuartillas.