"Tiempo de morir", una gran novela corta


        Estaba visto. Todos cuantos, desde hace años, venimos siguiendo con interés creciente la brillante trayectoria literaria de Alejandro Armesto Buz, sabíamos que, como consecuencia lógica de su cotidiana superación, acabaría alcanzando y rebasando esa difícil línea divisoria, esa casi inexpugnable barrera que separa a los mediocres de los “grandes” en el vasto campo de las Letras. Tenía que ser y así ocurrió. Tal y como lo afirmó don Jesús Alonso Montero en el acto literario que se celebró recientemente en Lugo con motivo de la entrega de premios a los autores galardonados en el I Certamen Literario del Miño, “Tiempo de morir” señala la aparición dentro de la novelística moderna de un valor desde luego indiscutible. “Para los que no creían en Armesto como escritor –vino a decir, en síntesis, el catedrático Alonso Montero-, ahí está su magnífica novela demostrando la equivocación el craso error, de quienes le negaban la cualidad tal”. En efecto “Tiempo de morir” es la novela corta, pero “grande”, de un joven novelista de nuestro tiempo que acaba de ganar “al sprint” la primera etapa de una carrera en la que aún ha de conseguir múltiples y resonantes victorias. Es el primer triunfo, como novelista, de un joven escritor que ya se había revelado como periodista sin par, poseedor de un estilo “sui generis” –recuérdense sus trabajos publicados en EL PROGRESO bajo los títulos “Objetivo” “Balcón al sol”, “La Ciudad”, “Cartas de Londres”, etcétera –por no citar ahora sus colaboraciones en “El Español”, “Arriba”, “Vida Gallega” y tantos otros periódicos y revistas. Pero, además había ya destacado Armesto como cuentista originalísimo léanse “El Concurso”, “Basilio García, carpintero” y “Miedo” tres de los más estupendos cuentos que puede uno echarse a la cara; duros, eso sí: Y ahora, por fin –ya le hubiéramos querido ahí antes- ha decidido navegar, nuestro autor, por ese mar peligroso de la novelística contemporánea en el que tantos y tan tristes naufragios se registran. Y así le vemos, triunfante ya, en su primera singladura.
            ¿Y qué tal esa novela? –preguntará el impaciente lector. La respuesta es... ¡Formidable! Naturalmente, esta opinión personal, discutible, es cierta, en su contenido, pero no en su sinceridad.
            Añadiré algo todavía, -para aquellos que no tuvieron la oportunidad de asistir a la lectura de la novela que comento- con objeto de que puedan formar un juicio aproximado sobre ella.
            “¡Que quiere usted, las gentes no acostumbran a abanicarse con versos de Bécquer cuando la desgracia les pone la zancadilla y la cólera los ahoga”! –escribió Armesto una vez. Y yo, en otra ocasión, escribía: “La vida es dura, ruda, violenta, fea, para la mayoría de las gentes”. Creo que deben ir estas citas por delante para situar al lector en el vértice exacto del ángulo desde el cual ha de verse, para evitar en lo posible el error del paralaje, esta intensa y desgarradora narración. “Tiempo de morir” es una novela corta, cruda y brusca, impresionante y tensa, magnífica y áspera, tierna y atroz. Diré –con palabras que el propio Armesto escribió en otro lugar- que de ella parece desprenderse un “hálito bronco, despiadado y bello...”. Es la novela de un condenado a muerte –Manuel, arenero del Miño, homicida involuntario y prófugo a sabiendas- que vive sus últimas horas, las definitivas, rememorando su “caso”, revisando su propio proceso, diríase que juzgando a sus jueces. Desarrollada en el ambiente miñoto, esta narración podría muy bien ser intercalada en las “Noches de Sing Sing”, del gran novelista americano Harry Stephen Keeler, si bien el estilo ágil, incisivo, directo, más que rápido veloz, inconfundible, que es característico de Alejandro Armesto, deja fuera de dudas que no han de buscarse en de Keeler las fuentes en que bebió su inspiración. En cuanto a la forma, diré solamente que “Tiempo de morir” –así lo afirmó también el catedrático Alonso Montero, con sinceridad y precisión- está construida con arreglo a la técnica literaria más en boga, cuyo motivo acaso, los no iniciados en arquitectura literaria moderna, se verán precisados a releer la novela para llegar a una exacta visión de conjunto de la misma. Pero esto es un mérito más que añadir a esta obra que viene a colocar a su autor entre los más relevante novelistas que ha producido hasta ahora la exigente hora que vivimos.