No hay más que una tristeza


            Bajo un gran cielo ancho, estrellado, pacífico, firme como la bóveda enorme de un templo gigantesco, parece escucharse la tranquila respiración del mundo. La noche adolescente, tendida sobre su lecho de tierra, duerme, despreocupada, arrullada por la melodía lenta que susurran los altos soles lejanos. Hay una paz inmensa y engañosa porque en alguna parte, a esta hora, se desperezan  millares de rencores. Regreso a casa, despacio, perturbando el sueño de la noche con el ruido isócrono de mis pasos y pido un título –prestado- a León Bloy. Consulto unos cuantos libros. Los libros: inseparables, nobles, leales, fieles, constantes, caritativos amigos. Escribo…

            Escribo, pensando en esas memorables jornadas eucarísticas que ha vivido, estos días, Villalba, Villalba: “Tierra alta, Altos valores” –afirmó don José Trapero Pardo. Escribo, considerando el gran ejemplo secular que da Lugo con su amor acendrado, inmemorial, a Jesús Sacramentado. Escribo, haciendo derivar mi pensamiento hacia el Congreso Eucarístico mundial que se celebra en Munich este año. Y una gran sensación consoladora invade mi pobre corazón de tierra. Sé que frente a los rencores que despiertan, se levanta un ejército de corazones creyentes, rebosantes de amor al Amor de los Amores Sé que hay un señor que no se nos puede morir, una filosofía perenne, una gran esperanza, una vida eterna, una inmortal existencia. Sé que hay Dios. Pero sé también que hay que luchar.

            Hay que luchar. Siguen vigentes las palabras de Pío XI: “Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que aún yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor”.

            Se impone combatir. Todavía rigen las frases de Papini: “Gentes que se llaman a sí mismas ESPIRITUS LIBRES porque desertaron de la Milicia para caer en las Ergástulas se perecen desde hace quinientos años para asesinar otra vez a Jesús. Para matarlo dentro de los corazones de los hombres”.

            Es preciso pelear. Aun se cumple lo que predicó Vázquez de Mella: “Vivimos y estamos como en un campo de batalla, caen proyectiles inflamados sobre las almas, y en estos momentos de lucha hay que tomar parte en la acción de una gran batalla que empieza…”

            Batallar es inevitable; ineludible guerrear. Por Jesús, ese Gran Perseguido.

            Hay que enseñar a los ignorantes, buscar a los despistados, hallar a los perdidos, llevar de la mano a los ciegos, encaminar a los descarriados, porque –lo dejó dicho Pascal-: “En vano, oh mortales, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras  miserias” y –son frases de San Hilario: “Quid mundo tam periculosum quam non recepisse Christum?”; porque –Papini de nuevo-: “Aun hoy, centenares de millones de hindúes, centenares de millones de musulmanes, centenares de millones de idólatras, ignoran o rechazan la ley salvadora del Evangelio”.

            Es preciso lidiar. Hay que liberar al mundo de la esclavitud de las filosofías muertas. De esa esclavitud que es –así lo escribió Chesterton-… algo muy bien simbolizado por el estado de Asia como igualmente por el estado de Europa pagana”. Hay que rescatar al hombre de la total y oprobiosa esclavitud de la técnica. De esa técnica de la cual dijo Ortega:…”Al aparecer por un lado como capacidad, en principio ilimitada, hace que al hombre, puesto en vivir de fe en la técnica y solo en ella, se le vacíe la vida”.

           

¿Y cómo? ¿Cómo luchar, defender, liberar, rescatar? ¿Cómo ganar la batalla entablada? Es sencillo, Hay que volver a hacer de Dios el “Centro del Alma”- conforme cantó Lope de Vega. Es necesario señalar a los hombres el camino del Camino, de la Verdad y de la Vida. Y entonces –cito a Pasternak-: “No habrá muerte, porque la muerte ya existió, es vieja y aburre, y ahora es necesario algo nuevo, y lo nuevo es la vida eterna”. La vida eterna. ¡La Vida!; a ella se llega por el camino del Sagrario.

            Podemos vencer. Recordemos: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. El lo ha dicho. El: Jesús. Al mundo que escribió, por medio de una joven francesa, ese libro desesperanzado que se tituló “Bonjour, tristesse”, hemos de oponer las palabras iluminadas de León Bloy, otro francés-: “ll n´y a q´une tristesse, c´est de n´être pas des Saints”. No hay más que una tristeza y es la de no ser Santos.