Lugo, antorcha constante


   Aquí, en esta punta de España, en la región que un tiempo fue llamada y creída Finisterre, hay una  ciudad –quizás un tanto olvidada- que aún conserva la huella prodigiosa de la andadura de Roma. Romanas son estas murallas ciclópeas que ciñen a la vieja capital que fue de Augusto con un apretado abrazo secular. Románico –aunque impuro- es el estilo en que fue reconstruida esta vieja catedral lucense, tantas veces destruida y otras tantas rehecha. Esta vieja iglesia –cuya estructura general data del siglo XII –ha sido fundada (según el Padre Pascasio de Seguín, buen recolector de tradiciones galaicas), por el apóstol Santiago en persona. Murguía –nuestro historiador- atribuye la construcción de este templo a Baldario, discípulo y acompañante de San Fructuoso, en el tiempo lejano en que esta santo vivía y aquel era “joven diestro en labrar piedras”. Quienquiera que fuese el fundador o cual la época de su edificación no es mi intención determinarlo. Quiero, si, hacer constar a nuestras buenas gentes españolas un hecho que para muchos probablemente será desconocido: esta iglesia-catedral de la antigua Lucus Augusti, goza de un sin par privilegio, no reconocido a ninguna otra, y es el de tener a Jesús Sacramentado perennemente expuesto, constantemente velado por seglares o por sacerdotes (en las horas en que la catedral se cierra), desde una fecha remota e ignorada, durante todo el año, los días y las noches, a través de los siglos.

     Perdido en la opaca niebla de los tiempos idos el origen de este constante culto y notable privilegio, debido a las sucesivas devastaciones que la catedral de Lugo hubo de sufrir; devastaciones que llegaron al próximo en la invasión –también sufrida por Lugo- de Galicia por los árabes, implacables destructores de todo lo cristiano, sábese que es en el año 1636 cuando comienza a darse verdadera solemnidad a este culto y es el primero de marzo de 1669 la fecha en que el antiguo Reino De  Galicia otorga escritura obligándose a contribuir con la suma de 1.500 ducados anuales destinados para alumbrado del Santísimo Sacramento. Estos 1.500 ducados debían presentarse el domingo de infraoctava del Corpus al celebrante de la Misa, en el ofertorio, por el más antiguo Regidor de las siete ciudades del Reino y, si faltase correspondiente presentador, por el decano de los regidores de Lugo. De aquí que, aun hoy día esta gran estimación con que el que fue Reino de Galicia honraba al Sacramento, se recuerda con la celebración de la solemne ceremonia llamada de la Ofrenda.

      Dispensado el título de basílica a nuestra catedral por el Papa León XIII, de grata memoria; lo ostenta desde el año 1896, en que tuvo lugar en esta ciudad el importante Segundo Congreso Eucarístico Español.

      Parece como si uno hubiera dicho poco o nada; yo creo que es lo suficiente. ¿Queréis mayor gloria para una ciudad que la que le da el ser antorcha constante que arde con resplandores de divinidad en honor de Jesús Sacramentado? Esta gloria pertenece a Lugo, la gran privilegiada de Cristo; la, por excelencia, Ciudad Eucarística de España; la Ciudad del Sacramento; la bendita entre las benditas de Dios.

      Está aquí. Aquí, en una vieja catedral-basílica –alguna de cuyas piedras con fundamento se supone milenaria- os espera el Rey de Reyes, el Señor de los Señores. Os espera, en su festividad de Corpus CristI, Cristo Sacramentado. Nos espera a todos. A todos nos ama y nos lo demuestra así: esperando la visita de los hombres por quienes quiso quedarse en el Altar, por quienes quiso velar, constantemente expuesto, en una antigua basílica gallega. ¡Venid adoradores!

      Venid. La antigua Lucus ha crecido un poco y se ha hermoseado un poco más. Las viejas murallas han sido incapaces de contener el avance arrollador del núcleo urbano y los muros ciclópeos que abrazaban se ven, a su vez, rodeados por largos tentáculos de nuevas, innúmeras, grandes construcciones huecas que sirven a la vida de los hombres. Pero esto no es algo permanente. Todo pasará y volverá al polvo. El Universo regresará al Principio. Todo se desvanecerá como si nunca hubiera existido. Las cosa de los hombres y de los cuerpos de estos, serán disgregados hasta el último átomo. Volverá todo a la nada original; pero vosotros, adoradores del Santísimo, seréis inmortales. Vosotros no moriréis eternamente si adoráis al Sacramento hasta haber cruzado las barreras obscuras de la muerte.

      Venid. Formad parte de esta antorcha constante que forman las almas de todos los lucenses, ahora más llameantes que nunca, inflamadas de amor al Sacramento y seréis –como escribió el P. Seguín allá por el año 1747: “honrados y ennoblecidos en el cielo con una hermosísima divisa, que en figura de hostia cercada de un círculo de rayos, se les forme en el pecho, ilustrado de la lucidísima claridad con que eterna e incesantemente los está bañando y glorificando desde su trono Jesucristo Sacramentado”.

      Venid. Esta es Lugo en la ruta eucarística de España.