Un siglo después


No podría precisar, con sinceridad, si es en mi egoísmo o atávica tendencia este impulso irreflexivo y frecuente que siento de recordar públicamente, airearlo, hacerlo flamear arrogantemente, cual desafiante bandera, el recuerdo de aquellos que un día tuvieron cabida en cualesquiera palacios del Arte –ya sean hijos de mi tierra, ya sean gentes a ella extraña- y hoy se hallan sumidos en el abismo insondable del olvido; esa tremenda muerte de la muerte. Egoísmo sería la pretensión de que se me recordase –al morir- sin llegar, en verdad, a la posteridad, obra alguna de mérito; aunque afirmo que este oscuro e infundamentado deseo flota como una capa de aceite sobre el agua del lago de las almas de todos. Atavismo podrá ser. O, acaso, será verdad lo que imaginaba la mente calenturienta de aquel Febrer, protagonista de “Los muertos mandan” que Blasco Ibáñez escribió. El que haya leído esa obra podrá penetrar al instante el sentido de lo que quiero decir. Es curioso, a este respecto, que fuera precisamente un 30 de septiembre la fecha en que se publicó mi trabajo “Poetas sin pueblo” (1), en el que hacía referencia a Chao Ledo, sacerdote-poeta, nacido en Villalba de Lugo otro día 30 de septiembre; pero corriendo el año de 1844. Y no fue mi intención, en modo alguno, el buscar coincidencia cronológicas.

     Cuando se acerca Navidad inevitablemente acude a mí el recuerdo del autor de “A Noite Boa de 1871 cantada por un peilao” y “Os zonchos de Navidá ou a Noite Boa de 1893”, dos muy buenos poemas navideños compuestos por este cura-poeta –cura, poeta villalbés- acerca de quien escribió Lence Santar-Guitián: “Namoriscado d´aldeya e do esprito observador, Chao Ledo conocía as costumes d´os labregos y-as falas d´iles, de tal xeito, que a “ Noite Boa”, poño por caso, mesmo pares estar escrita por un brañego d´a enxebre montaña de Mondañedo e Villalba…”. Es esta una de las razones por las cuales, otra vez, he querido recordar a este ignorado vate. Por otra parte, ha pasado un siglo y algo más, desde la fecha de su nacimiento y nadie –ni propios ni extraños- en esta época tan predispuesta a conmemorar hechos de absoluta intrascendencia, recordó que, por lo menos uno, en esta Villalba, la de la Torre singular, hubo alguien que hizo poesía, Y es este el motivo segundo que me obliga escribir sobre Chao Ledo, aquel curioso don José María, tan amante de los hombres de su tierra y de la tierra y de la lengua de sus hombres entre los cuales, él, ejercía el más sublime de los ministerios: cura de almas.

     “Aquel curioso Don José María” Así lo dejo definido en este año 1954, un siglo y algo más después de su arribada a la vida. Y os preguntaréis por qué. Hay un prólogo de Antonio García Hermida al libro de poesías de Chao Ledo que editó el centro Villalbés de Buenos Aires en 1931. En él puede leerse: “…d´un poeta enxebre, d´un home todo corazón e sentemento que, a maneira de Virgilio, temprand´o seu esprito n-a serenidá bucólica d´os campos feiticeiros d´a vella Suevia, ouservou atento, o comprir co-a santa misión de cura d´almas, xa n-os autos d- a igresa, xa n-as longas noites d´inverno, ou n-os rueiros en días de troula e de festa, os modos e maneiras d´os nosos peisanos, recelosos, socarrós, qu´usan n-a sua parola dísa filosofía especial d´as cousas e d´a vida, que non s´adeprenden en ningún libro”. He aquí el por qué de que yo piense en Chao Ledo como en un curioso y admirable personaje; lo que él –al fin artista- no podía dejar de ser en modo alguno.

     Un siglo y un decenio después del nacimiento de Chao Ledo, como una conmemoración retardada del centenario de su nacimiento, algo me impulsa a dedicarle el humilde y público homenaje de este mi pobre trabajo. He escrito acerca de una  estrella apagada, de un muerto; pero aún, transcribiendo a mi fallecido padre, ese García Hermida que os cité, habré de añadir: (2).

 

 Ysa estrel´apagouse; mais antes

 d´a sua lus recollere moi lexos,

 alumeou a concencea d´o pobo

 c´o claror do seus meigos refrexos.

 E n-o ceo da nosa Galicia

 o perders´entr´as neboas espesas

 outras luces deixou, briladoras.

 Nós seus rayos fulxentes accesas.

 

     Es este el consuelo que resta a los vivos cuando han desaparecido los mejores. Que siga alumbrándonos su luz.

 

 

(1)   “POETAS SIN PUEBLO”.- EL PROGRESO, 30 DE septiembre de 1950.

(2)   Antonio García Hermida: “Rimas Sinxelas”. a mamoria de Lois Porteiro Garea.