Este título se ha paseado largo tiempo, intranquilo, por una estrecha
celda de mi cerebro hasta cumplir esa inevitable condena de reclusión mental a
que deba someterse toda idea recién nacida. Se me ha ocurrido leyendo “El
Génesis” (I-26) y maduró el pensamiento al tropezar mis ojos con unos verso de
Rudyard Kipling que vienen a determinar concretamente toda la inmensa grandeza
de esa sublime profesión que Dios, desde el principio, impuso a los nacidos en
la persona desnuda de Adán: ser hombre. Aunque luego, con el devenir de los
tiempos, llegase a suceder que ni él –Adán- ni la mayoría de los humanos
supiesen desempeñar el oficio maravilloso.
Cuenta Cicerón que
Pitágoras, respondiendo a una pregunta de Leonte, rey de los Flacos, contestó
que él no sabía ejercer arte u oficio alguno, sino que era filósofo, es decir,
aspirante al saber. “Este no es nada” pensará –imagino- Leonte. Y una sonrisa
compasiva florecería en los labios de aquél rey, aun cuando diga Cicerón que el
soberano admiró el ingenio y buen decir del filósofo.
Con frecuencia –eso es
corriente en nuestro país- se me ha preguntado que soy. Gente que ha leído
alguno de mis trabajos y, por casualidad, llegó a tropezarme en su camino. ¿Y
usted qué es? –interrogan mansamente esperando una respuesta ampulosa-. La
contestación: “Hombre; solamente hombre”, les deja perplejos, suspensos tal si
un enorme martillo invisible golpease, de repente sus cabezas. Únicamente
algunos reaccionan lo suficiente para poder decir: “Extraña profesión”. Y en
todos –se les lee en las niñas de los ojos- nace como una gran desilusión al
comprobar estupefactos que no se les arroja a la cara el guante de un título
cualquiera. Al fin –pensará- un título es algo concreto:”siempre viste bien”-
me ha dicho más de un titulado. Como si el título o el diploma que acreditan
ser esto o lo otro garantizasen por sí solos, en el ser que los ostenta, la posesión
de imaginación, ingenio, sentido común, recto pensar, genio incluso,
concatenación de ideas, ordenada construcción de juicios. Pero así se piensa en
nuestra tierra. En estos casos acude siempre a mi memoria aquella fábula de
Fedro “Una zorra a una máscara” y repito mentalmente las palabras del astuto
animal: “O quanta species- dijo la zorra-, cerebrum non habet”.
Mi contestación, en
esencia, coincide con la citada de Pitágoras. Ser hombre, profundamente hombre,
es ser ente pensante, es decir, filósofo, amante del saber, perseguidor de la
verdad. Y quien se reconoce ignorante vislumbró el camino a seguir; lo que no
es dado a todo bípedo.
Oficio del
hombre es pensar y serlo es el título supremo. Lo afirmo porque fui a la Biblia y leí. “Y dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen conforme a nuestra semejanza; y señores en
los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda
la tierra, y en todo animal que anda arrastrándose sobre la tierra”. Pero se
entiende que ha de reinar por el imperio de su inteligencia, de su mente, de su
alma, donde radica su semejanza con el Ser. Ha de reinar cuando sepa ejercer el
gran oficio, ser hombre, rey de sí mismo. Y dejará de ser señor cuando solo
escuche la voz del instinto, el alarido del cuerpo: esa bestia sucia.
Tú, ser humano, en potencia
eres hombre, pero solo habrás logrado ejercer dignamente la gran profesión si
llegas a comprender exactamente la tremenda responsabilidad que te impone el
Mandato. Lee tú, lee la interpretación de Kipling:
“Si vuelves al comienzo de la obra perdida
aunque esta obra sea la de toda tu vida”
“Si llenas el minuto inexorable y rápido
con sesenta
segundos de valor y trabajo…”
Entonces:
“Todo lo de esta Tierra será de tu dominio
y mucho más aún: Serás hombre,
hijo mío.”
Entonces habrás cumplido la Orden , aunque carezcas de
todo otro título que los nacidos pueden dar. Entonces serás precisamente
aquello para lo cual Dios te puso aquí; sabrás desempeñar la suprema profesión.
A aquellos que indaguen acerca de la mujer, respóndeles que la facultad de
pensar carece en absoluto de sexo. Y ahora ya sabes por qué uno puede contestar
tranquilamente: ¿De profesión?: “Hombre, solamente hombre”.