A nadie puede extrañar el título de
este trabajo, puesto que malo es eso de
hablarte en catalán sin saber si tú lo entiendes, Sitges, Blanco Refugio, Villa
Blanca, Blanca Subur –que por todos estos nombres se la conoce, por lo menos en
Cataluña- es mundialmente conocida y temporalmente frecuentada por destacadas
personalidades afectas al mundo de la política, de las finanzas del arte, de la
industria, del deporte.
Sitges, a la que
casi todos conocéis a través del noticiario cinematográfico NO-DO, es una villa
de eso; de película. Hace poco tiempo, muy poco, estaba aquí Hollywood
representado por Errol Flyn, Anna Neagle y Patrice Vimore, además de Hervet
Wilcox, director filmando “King´s Rapsody”, inspirada en la vida del ex rey
Carol, uno de tantos ex-reyes a los que Sitges ha venido hospedando. Ignoro si
los citados artistas –“astros” y “estrellas” rectificará alguno- continúan
todavía por ahí exhibiendo su desfachatez “made in USA”. Si se han ido ya es
lástima porque su presencia iba bien a tono con el ambiente que se respira en
la villa; ambiente de novela rosa, de
cuento de hadas, de sueño de muchacha a la que no gusta el trabajo ni el pan
que se gana con el sudor de la frente. Para hacer películas, y para soñarlas
también, Sitges, desde luego, se presta a maravilla. El que por primera vez
llega a este pueblo recuerda inmediatamente, por asociación de ideas, a “Alicia
en el país de las maravillas”, aunque luego la vista de otras muchas posibles
Alicias no tan candorosas e inocentes como la del cuento le vuelva bruscamente
a la realidad y piense: “Por aquí se hace propaganda a la carne. Un Eros
impúdico es el dios de esta zona- ¿Por qué se consiente la práctica del amor en
público? ¿Podrán enrojecer las mejillas de ese montón de carne fofa?” ¡Hombre!
–me grita un diablillo en el cerebro -¿no sabes que son turistas? ¡Ah!
–respondo yo-. Todo se justifica.
Sí; Sitges es una
villa internacional. Es verdad; aquí todos son turistas y todo está preparado
para ellos; de forma que no hay que extrañarse ni llamarles al orden, aunque se
aparten y alejen muchas millas de la playa de las buenas costumbres. (Fíjese el
lector en que, según nosotros lo entendemos, decir turista, es decir
extranjero; en este sentido aplico yo la palabra).
“Bueno, pero... en Sitges hay
suburenses ¿no? “-me dice el diablillo del cerebro-. Sí; hay suburenses
atendiendo a su negocio, que es vivir de los turistas. Se venden toreros, majas
desnudas, “cantores” flamencos, etc.; ya os dais una idea de lo que quiero
decir. Luego, hay sus cines, sus restaurantes, sus bares, su “Hotel Terramar”,
su pista de baile, su Paseo de las Palmeras sus preciosas vistas, su etc.,
etc., otra vez, y venga juerga y vengan turistas a juerguear, que son los que
dejan el dinero.
Blanca Subur está
a cinco minutos de tren, desde Villanueva y Geltrú, donde yo resido. Por 1,80
pesetas voy allá. Por otras 1,80 pesetas vengo. Es decir, que me sale
baratísimo cansarme de ver turistas y de que ellos me vean a mi. Yo soy un
espectáculo, a su parecer. Ellos son un gran espectáculo, al mío. Yo voy metido
dentro de un traje serio, de hombre, y llevo corbata. Ellos usan un taparrabos
mínimo o sí acaso un pantaloncito de niño. Ellas... vale más callarlo. Lo que
no acabo de comprender es por qué todas son tan feas y todos tan desgarbados;
no me lo explico, y lo malo es que tampoco sabe la razón el diablillo ese del
cerebro.
“Salida. –Sortie - –Exit. –Ausgang.
–Al apearse del tren es difícil no encontrar la salida porque es difícil que
uno no sepa español, francés, inglés, alemán. Hay un indicador de dirección en
cuatro idiomas además de una flecha descomunal. Tampoco vacilará uno en
penetrar en los establecimientos por temor a no ser entendido, siempre que sea
francés, inglés, italiano o catalán. Si es español –quiero decir español no
catalán- se verá en aprietos, puesto que los rótulos exteriores solo dicen: “Si
parla italiano. –English Spoken. –On parle francais”. Lo cual da a entender que
no se habla lo demás, siendo lo demás el castellano; pero no, digo, si, se
habla. En cuanto uno dice que no entiende el catalán le hablan en más o menos
correcto castellano, y vamos tirando, que diría otro a quien conozco; no hay
que extrañarse de nada en una villa internacional. Ya, claro; pero es la costumbre de toda Cataluña; hasta los
sacerdotes, desde el púlpito, predican en el dialecto de Verdaguer y tú que
eres tan religioso como el que más, no té enteras de lo que dice y murmuras
“sotto voce” alguna bellaquería, porque te encuentras molesto y sabes que no
debieras de estarlo dentro de las fronteras de tu país. Bueno. El caso es que
ya dejé aclarado por qué Sitges –Siches, pronuncian los catalanes- tiene
derecho a titularse como yo lo he hecho, la internacional.