Ibros, huella ibérica


            ENTRARON por el Sur. Eran morenos, fuertes, valientes, aguerridos, nobles, resistentes y –paradoja aparente- pacíficos. Vinieron a vivir de la agricultura, pero vivir es guerrear y por ello sabían combatir. Además sabían morir, lo que es la ciencia de la vida. Fueron aquellos que nos enseñaron a conocer del bronce y del cobre. Los mismos que, al decir de los griegos, fundaron el mítico imperio de la Atlántida. Aquellos a quienes quiero imaginar, soñar, cabalgando a pelo en la paz y en el combate, flamígeras las espadas al sol; sueltas al viento largas crines de caballos y largas cabelleras de jinetes. Eran un pueblo grande porque sabían fundar, construir, permanecer y luchar. La prueba está en Ibros, huella en la piedra y en el nombre.

            Los pueblos acostumbran a enorgullecerse de su historia. Sea válido, aun cuando la Historia, siendo pasado en todo caso, es algo relativamente reciente, es decir presente relativo. Ibros tiene más que historia. Tiene también prehistoria conocida, lo que no pueden decir todas las villas de España. Y es que Ibros, huella ibérica, era ya fortaleza, castillo, asilo y refugio cuando España aún no sabía escribir.

            La prehistoria de Ibros está ahí –cerca de mí ahora- en ese callejón que el pueblo llama “de los Peñones”. Prehistoria hecha en piedra. Restos gigantes del que fue gigante, ibérico baluarte. De ahí salían hombres a luchar y a vencer o a morir cabalgando.

            Pueblos de ayer exhiben, inmodestos, sus fortalezas de anteayer. Ibros ha callado hasta el momento. Si acaso, una fotografía de la notable construcción ciclópea en cualesquiera libros, rudimentos de Historia, que llegan sólo a las manos –siquiera fuera a los ojos- de estudiantes imberbes que ascienden cansinamente por la escalera del Bachillerato. U otra fotografía y somera noticia en algún tratado, sin sal ni pimienta, de Arqueología y Bellas Artes, como aquel del P. Ayerve que os cité en mi trabajo “Por los caminos del aceite”. Y no pasa de ahí. Permitidme por eso que os diga, a los que lo ignoráis: “En España es Ibros, famosa huella ibérica.”

            Alguno pensara: “Bueno ¿Y que más? No es poco, digo yo, haber sido una de las cunas primeras del país. Y mucho significa el tener la prehistoria a la vista cuando otros pueblos tienen historia solamente y acaso muerta ya, sin posible proyección futura. Ibros tiene un valor definido en ambos casos. Lástima que el marxismo haya entregado a fuego cuantos legajos podrían servir para basar un trabajo amplio y bien fundado. Pero algo más podemos añadir. ¿Por ventura los iberos, es decir, los ibreños, no se hicieron famosos en todo el mundo antiguo? Escuchad el estrépito, el estruendo, el rumor, el clamor. Son los iberos combatiendo en Siracusa  contra Dionisio el Antiguo, contra Timoleón, contra Agatocíes. Cartago no era bastante fuerte y recurrió a ellos para luego venderlos. Atended a ese golpeteo de cascos contra el suelo. Sobre Roma avanza un huracán. Iberos –ibreños- a caballo. Oíd esos gritos de victoria. Son los iberos que ganaron para Aníbal las batallas de Trasimeno y de Cannas. Asdrúbal y Magón dirigen, admirados, la carga incontenible. Roma tiembla por primera vez. Allá lejos, en Ibros, mujeres solitarias esperan la vuelta de los centauros asombrosos. Y así fue llegando a la actualidad esta villa que os presento y que, quizás no conocéis muy bien o, lo que es peor, no conocéis bien ni mal. Es defecto del hombre de hoy admirar lo extraño y desconocer lo propio. Por ello, escuchad este ruego: “Venid a Ibros. Sabed. Ved. Admirad. Recordad. Esta es una de las cunas de España.”