Ibros, esa muchacha linda


            Cuando llegan las fiestas patronales de un pueblo suele editarse siempre, con o sin ambiciones, según los casos, un programa como éste que ha llegado a vuestras manos. Unos articulillos, unos anuncios, unas fotografías y ya está. Ocurre casi siempre también, que esos articulillos se refieren únicamente al notable repique de campanas, al estampido de cohetes, al juego de luces que se instala, al buen sonido de las bandas de música y a la enorme cantidad de guirnaldas, banderitas, etc. que adornan las plazas y las calles. Eso está muy bien, desde luego, pero cansa. Tratemos, hoy, de ser originales. Ibros se lo merece. Ibros que, un año más, va a celebrar, bullicioso, sus fiestas; o ferias, según queráis.

            Yo soy el programa de festejos de Ibros, es decir, soy el alma de la villa que, como las fiestas, solamente una vez al año, puedo mostrarte desnuda. Y te hablo a ti, ibreño, hijo de mi tierra, de mis piedras, de mis edificios, de mi cielo. Y te hablo a ti, forastero, cualquiera que sea el azul bajo el cual hayas nacido. Porque ninguno de vosotros me conocéis bien.

            Vivís en mi –vosotros los ibreños-. Pasáis por mí –los forasteros- alguna vez. Y, hasta ahora, solo se os ha ocurrido pensar: “He ahí a Ibros, un pueblo nada interesante”. Como si yo, desde que era niña con muchos churretes en la cara, no hubiera visto nacer cinco mil soles diferentes; uno cada año. ¿Qué sabéis vosotros de mí, ibreños, forasteros? Bien quisiera que hubierais visto lo que yo. Y que pasara por vosotros, como pasó por mí, la historia de cien pueblos diferentes. Recuerdo, de mi niñez, el galope de los iberos formidables, jinetes sobre raudos corceles; cabelleras, como de mujer, flotando al viento.

            Eran aquellos que tenían el alma y la espada de mejor temple del mundo. ¡Y que rudo dolor me causaron en el pecho las pisadas de la dura tropa romana! Y antes Aníbal, con sus elefantes, pasó sobre mí, creaislo o no. Y habíais de ver como brillaba el alfanje ensangrentado del árabe moreno y feroz. Yo fui tierra de nadie y tierra de conquista. Y ahora soy tierra de pan llevar. ¡Y aún decís que no soy interesante! Pero entonces era solo una niña con muchos churretes en la cara. Y ahora soy Ibros, una villa de la que tendréis que decir –miradme desde lo alto de aquel cerro:- “Ahí está Ibros, esa muchacha linda”.

            Os he hablado algo de mí; no mucho; no todo, no bastante. Tengo más que decir pero no quiero cansaros con historias pasadas de cosas que fueron y no son. Quiero hablaros de como soy ahora; ahora soy una muchacha linda.

            Soy una villa joven, de tez fresca y bonita. Tengo dentro hombres, mujeres, niños, jóvenes y muchachas. Muchachas que tienen los ojos más hermosos del mundo y la tez morena por el buen viento y el sol. Soy una villa alegre, limpia, blanca. Mis casas tienen rejas y las rejas tienen flores. Y entre las flores están mis muchachas; esas flores de carne y de sangre. Y las muchachas son lo que más vale de mí y por lo que yo, también muchacha, me creo más interesante.

            Mírame bien entonces, ibreño, forastero. Trata de conocerme. Tu premio será un beso en los ojos de mi sol; el eco de un cantar en tus oídos; el recuerdo de unas pupilas negras que ya no podrás olvidar.

            Y ahora –debiera haber sido al principio- te presentaré al que ha sido mi instrumento para hablarte. Es uno del Norte que escribe.