Carta a Luis José Quintela


       QUERIDO amigo filósofo, otrora compañero de andanzas en los felices años niños idos: Con cierto retraso, en gran parte imputable a la distancia en kilómetros que media entre nuestro Lugo y esta población en que, temporalmente, resido, ha llegado a mis manos tú, supongo, de momento último ensayo titulado “La joven generación lucense”. Trabajo ponderado, diáfano, valiente, sinceramente honrado, en el que encuadras dentro del ámbito provincial –reflejo y espejo del nacional- a aquellos jóvenes intelectuales, artistas pensadores, que después de la postrera convulsión sufrida por el país en el año1936, y acaso debido a ella, encarnan en la actualidad posturas, estilos, interpretaciones, preocupaciones, tendencias, formas propias de entender y de reaccionar ante los problemas vitales que plantea la hora presente. Prescindiendo de la lista de nombres en la cual posiblemente sobre alguno y, quizás, falten otros con tantos o más méritos que los citados para figurar en ella, entiendo que tu trabajo ha sido perfectamente logrado y encierra motivos de profundo interés y dignos de más amplio estudio, sobre todo en cuanto te lanzas a bucear en las honduras del proceloso y agitado y confuso mar de la realidad humana que vivimos acerca de las causas productoras del  actual desequilibrio social. Considero oportuno felicitarte, públicamente, por ello, haciendo constar que un punto ha llamado poderosamente mi atención. Aquel en que dices: “... el pecado tiene dos fuertes aliados: la ignorancia y la miseria. Es indudable. Y claro está que miseria, ignorancia y pecado, de tal modo están ligados entre sí que, en la ruleta de la vida alternativamente tocan en suerte pudiendo afirmarse se verifica en ellos la monstruosidad de ser al mismo tiempo padres e hijos, causa y efecto, antecedente y consecuente, principio y fin. Ignorancia y miseria son origen de todo pecado. De los pecados contra la Humanidad, contra la Sociedad, contra la Patria, contra la comunidad pública y privada, contra la especie, contra el derecho de nacer, contra el derecho de vivir, contra la propia conciencia incluso. Tales pecados, a su vez, producen la degeneración moral y física de los individuos, células del gran cuerpo social, con la consiguiente corrupción de éste. La solución que nosotros aportamos es única y doble, como tú bien señalas: Cultura y Pan. A este respecto recuerdo que, en uno de mis artículos. –“Más luz”- escribía: “Poned libros en todas las manos”. Y en otra parte del mismo: “Pero hay un alto peldaño que no se puede remontar sin ayuda; es necesario alargar el brazo y tender la mano a los suplicantes que intentan subir”. Me faltó añadir: Llevad alimento a todas las bocas. A la vista de tu trabajo con gusto amplio lo que entonces dije.

            Destacas, fundadamente, el problema de tipo económico que late como una herida infectada en las capas menos dotadas de nuestra sociedad. Urge una quirúrgica operación urgente. Solucionado éste, estaremos en condiciones de superar aquel que indicas como existente y producto de la diversidad regional de cultura y el cual tiene sus raíces en diferencias geográficas, así como aquel otro de las distintas concepciones del mundo y de la vida incrustadas diferencialmente en las mentes de nuestra nueva generación. Es necesario llegar a una unidad de criterio en el orden vital. Logrado esto habremos conseguido una conciencia nacional unificada que –verificada la de orden interno- ¡servirá de base para el establecimiento de esa pacífica y feliz convivencia internacional tan deseada y que parece imposible de alcanzar por cuanto, hasta el presente, son contados los que, sea cual sea su “generación”, adoptan ante la vida una actitud profundamente humana sin la cual jamás será posible llegar a un entendimiento ni levantar construcciones ideológicas sobre un cimiento común. Esa postura ejemplar de interés hacia el hombre en particular y hacia todo problema, ya sea individual ya colectivo, de la que son maravilloso exponente –cito los más representativos- dos de los nuestros en especial: nuestro entrañablemente querido periodista Armesto y nuestro no menos apreciado poeta Manuel María, el “xograr da Terra Chá”.

            Y ahora ya, querido filosofo, solo me resta añadir que has acertado plenamente, también, al reclamar atención hacia esta juventud que irrumpe en la vida mundial –nuestra vigorosa proyección desconocerá toda frontera- propugnando soluciones que, al fin, no son más que un regreso al Evangelio: cultura, pan, mutuo respeto, mutua comprensión y la necesidad de inyectar en cada corazón una carga mínima de amor hacia nuestros semejantes, seres que, en definitiva, tienen el mismo origen en la carne –Adán- y el mismo fin espiritual –Dios en la eternidad.

 

Con un abrazo de tu afmo.
JOSE LUIS GARCIA MATO
V. y Geltrú, octubre de 1955.