SIRVA este mi primer trabajo desde
el Sur para enviar un saludo cordialísimo a todos mis amigos y lectores.
(Saludo que ha de encerrar especial afecto para ti, amigo Armesto, periodista
de la pluma tajante. Y para ti, Manuel. María, poeta de mi querida Tierra
Llana).
Transitando yo, norteño, por los
caminos del aceite esperaréis, sin duda, que inicie un canto a los olivos
–olivos ancianos, olivos jóvenes, olivos adolescentes, olivos niños- que crecen
a millares, a millones sobre esta tierra de Jaén, provincia hasta ahora la Cenicienta de España. O
confiaréis en que escriba un párrafo de prosa poética en honor a la belleza
purísima de los almendros en flor que destacan su pincelada blanca en medio del
oscuro olivar interminable. O bien os gustaría leer una descripción de Baeza,
la monumental; de Úbeda, la de los cerros famosos; de Martos, la de la trágica
leyenda; de Bailén, la memorable. O aún que os hablase de Cambil –paisaje de
Nacimiento-; de La Guardia , allá arriba, haciendo honor a su nombre; de Linares, la minera; de
Mancha Real, construida en paralelas –geometría ferrolana-. Y no. Quiero
presentaros a Ibros, un pueblo pequeño y sencillo; pero notable; muy notable.
Ibros –mi residencia momentánea- ya
os he dicho que es pueblo pequeño y sencillo. Como todos los pueblos tiene su
tonto, su listo, sus medianías y sus conatos de cacique. Sus ricos y sus
pobres. Su pasado y su porvenir. Está situado en los caminos del aceite. Ahí,
cerca, están Baeza, Úbeda y Linares. Pero nada de esto es importante; no muy
importante. El mérito de Ibros estriba en que es el único pueblo de España
–prescindamos de Tarragona- que conserva, y en bastante buen estado, restos de
aquellas sólidas construcciones –murallas ciclópeas- que construían los iberos.
Aquí hubo un castillo o fortaleza
ibérica que ocupaba una extensión superficial de ciento once metros cuadrados.
A este castillo se refiere el P. Francisco Naval Ayerve en su “Curso Breve de
Arqueología y Bellas Artes”. Cito esta obra por si alguno siente la curiosidad
de investigar –acerca de la verdad de mis afirmaciones. Habiendo estado Ibros
dividido en dos partes “Ibros del Rey” e “Ibros del Señorío”-, los restos que
actualmente se conservan de aquélla formidable construcción, se encuentran
situados en la parte que, aún hoy día, los ibreños denominan “el Señorío” y que
pertenecía al Conde de Santisteban. He aquí el motivo de que yo haya preferido
escribir, antes que nada, acerca de Ibros, un pueblo pequeño y sencillo.
¿Qué lugar de España no habrán
pisado los romanos? También llegaron a Ibros. Vencieron, vivieron y murieron.
El doctor Joaquín Padilla Vicioso –de este pueblo- conserva en su domicilio una
lápida funeraria en la que puede leerse, en caracteres latinos: “D. M. S.,-
Graphie Rhodopis Lib- AMN XXXXIIX. Hic S:E: -STTL.- Maritus Piedati-“. Posee
además un silbato de barro y una moneda del tiempo de Trajano; y no es el
único. Monedas romanas se encuentran en Ibros a cada momento; al demoler una
casa; al hacer una excavación. La “paz romana” ha dejado sus recuerdos sin
destruir lo ya existente: el castillo ibérico famoso cuyos restos gigantes
desafían al tiempo, todavía, y a los elementos.
Podría achacarse presunción a mi
trabajo. Quiero dejar sentado que escribo solamente para dar noticia a los
profanos. Y termino habiendo llenado ya mis tres habituales cuartillas.