Lugo, ejemplo y voz


            HECHAS están la historia y la leyenda lucenses. Nada podré añadir ya, pues, al hecho histórico o al hecho legendario. Todo está registrado –todo pasado, digo, ficticio o real- en los libros escritos por los hombres; aunque sea verdad que millares de seres ( a pesar de lo escrito) a lo largo y a lo ancho del largo y ancho del mundo, ignoran la existencia de Lugo, ciudad más divina que humana porque el amor de Jesús lo quiso así. Pero Lugo está ahí –aquí, en una punta del país. Ella, la gran adoradora, la ejemplar, la Ciudad de la Vida, está viva y está de rodillas y tiene los brazos abiertos –y los ojos- y reza por el mundo aunque el mundo la ignore. Y esto no resulta nada extraño porque también es cierto que el mundo –el nuestro- ignora a Dios. Pero Lugo está, permanece, vive, vela, reza, ante Jesús constantemente expuesto, por singular privilegio, aún a tu pesar ¡oh mundo necio e incrédulo!, para supervivirte por la Fe, esa desconocida que ocultas tras la gran estatua que has levantado en honor de tu diosa, la Ciencia. Lugo, ejemplo y voz, está, permanece, vive, vela, reza, para implorar tu redención a Aquel que es el Camino, la Vida y la Verdad. Tu redención, ¡oh mundo prisionero en la telaraña viscosa del Placer!

            No podéis negármelo a mí, que soy uno de vosotros. No podéis desmentirlo. Hemos construido grandes estadios –las catedrales del Deporte- para congregar a la masa fanática que gesticula y vocifera ante los deportistas, nuestros semidioses. Hemos inventado la radio y el motor, es decir, el estruendo. Nuestros cerebros han concebido y puesto en práctica la idea de las bombas terribles que desintegran el átomo; esto es hemos superado inmensamente a los anticuados productores de la ruina y de la muerte, antiguos asesinos recientes: el fusil y el cañón... Nuestra ambición es vivir sobre los muertos –a costa de ellos- siendo los más fuertes. La caridad es un mito. La velocidad otra diosa. La violencia ley. La fuerza razón. Tenemos diosas a montones. Y todo ello a espaldas –a pesar, pensamos- del verdadero Dios. ¿Hemos dejado de ser hombres? Acaso. Más bien puede decirse que somos diablos orgullosos en nuestra pequeñez. Dios está quieto, como siempre, y espera. El no necesita correr para estar al mismo tiempo en todas partes. Espera –sin castigar- silencioso y magnánimo, porque en alguna ciudad del planeta –Lugo es una- existen por lo menos diez justos.

            Este es el siglo –creemos- de los insuperables. ¡Ah, la Ciencia! ¡Ah, nosotros los superdotados! ¿Quién fue ese pobre Cristo que no conoció el automóvil, el avión, el submarino? Después de nosotros, otra vez, ¡el Diluvio! ¡Nosotros somos los invencibles! Pretendemos aturdirnos con nuestros pensamientos, con nuestra bulla, con nuestras invenciones. Algo queremos olvidar. Tratamos de ahogar el sonido de la Voz y de cerrar los ojos al Ejemplo. Es un imposible. La voz –Lugo- se deja oír. Y el ejemplo –Lugo- se nos mete, sin desearlo, por los ojos. Y día llegará en que podremos seguir, imitar, el ejemplo porque la voz, en nombre de Jesús, dirá a la Humanidad, nuevo Lázaro muerto y putrefacto: “Lazare veni foras”. El ejemplo de Lugo enseñará al mundo a arrodillarse y su voz le enseñará a rezar. Entonces los hombres todos sabrán de la existencia de este altar inmenso que es la Ciudad del Sacramento, Lugo, la bien amada de Jesús. Entonces, sabiendo de Lugo, los hombres sabrán de Cristo. Y Lugo, la adoratriz inasequible al desaliento, dejará de ser “una voz que clama en el desierto”.

            Os estaréis preguntando por qué razones he llamado a Lugo “ejemplo y voz” o si, por ventura, pretendo erigirme en profeta, siendo así que ello tiene fácil explicación.

            Hablo de Lugo. Una ciudad sencilla, modesta, creyente, cristiana, mansa, humilde. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón –dijo el Maestro-. Y Lugo aprendió y por eso es así: una ciudad con alma de niña que ama a Cristo-Jesús con un amor antiguo no desmentido nunca, y que por eso mereció la gracia, el privilegio sin par, de ser la única en cuya Catedral Basílica está el Sacramento constantemente expuesto, los días y las noches, siendo esto posible también porque en ella existen adoradores constantes, almas que son lámparas votivas en las que no faltan nunca el fuego y la llama de un acendrado y fuerte amor hacia aquel que es el Amor. Y en esto consiste el Ejemplo que Lugo da al mundo alejado y olvidado de El; el que se ha quedado entre nosotros por amor. Y es éste un ejemplo siempre nuevo que data de lejanas fechas. Dicen, con fundamento, que era ya en el año 569, cuando Teodomiro. Ejemplo que, en el año 1896 –el 21 de agosto- en vísperas de celebrarse el Segundo Congreso Eucarístico español hacía escribir al cardenal Vaughan, obispo de Westminster, lo siguiente: “La gloriosa historia de la devoción del Clero y fieles de Lugo hacia Nuestro Señor Sacramentado ha causado una profunda impresión en mi alma. Es para mí un poderoso estímulo para seguir en Londres el ejemplo que nos ofrece la antigua ciudad de Lugo. Deseo que la Capilla del Santísimo que se ha de erigir en la Catedral de Westminster, la primera Catedral que se dedica a la Preciosísima Sangre, sea afiliada a la Grande Iglesia del Santísimo Sacramento de Lugo. Cuando llegue el tiempo solicitaré este favor del señor Obispo de la Diócesis”.

            Y en esto, repito, consiste el ejemplo que da Lugo. En ser un Congreso Eucarístico permanente, ya que innegable es que aquí se congrega diariamente multitud de fieles, para adorar al Santísimo, desde una fecha tan lejana que no hay hombre, ni libro, que pueda precisar exactamente cuál fue.

            ¿Y la voz? He aquí que Lugo ora y canta ante el Sacramento desde hace casi 1.400 años por todos aquellos que no saben o no quieren hacerlo. He aquí que Lugo, la adoradora milenaria de Cristo Sacramentado, no cesa de exhortar en alta voz a todos los pueblos de la Tierra. Y la voz llega hasta el último confín, convertida en poderoso clamor. Y hay millones de ecos que repiten: “Venite adoremus”. Y el estruendo de la radio, de la máquina, del motor, deja de oírse. Y la nube, y la noche y el rayo y el río y el árbol y el hombre escuchan la gran voz, la voz de Lugo, que repite incansable el gran grito: “Venite adoremus”, “Venite adoremus”. Y todo, menos el hombre canta: “Adoro te devote latens Deitas”. Pero también el hombre ha de rendirse al Amor.

            Y esto, no otra cosa, es que lo que Lugo pretende con su voz, con su ejemplo, con su apostolado. Que el mundo todo adore al Sacramento. Por eso, cada año, renueva la solemne y antigua ceremonia de la Ofrenda a Jesús Sacramentado, para hacer más potente su voz; más vigoroso su ejemplo. En la festividad de Corpus Christi, Lugo, ejemplo y voz, una vez más os repite: “Venite adoremus”. Aprended, pues, hombres, lo que significan el ejemplo y la voz de esta ciudad añosa, con alma de niña, que es así porque aprendió del Maestro. Y porque “Hos hic mysterium fidei firmiter profitemur”.