El "gran lengua" Premio Nobel


Hace pocos días, un amigo mío me hablaba, admirado y asombrado, de Miguel Ángel Asturias y, concretamente, de su libro EL SEÑOR PRESIDENTE. Corté su admiración, su asombro y su elogioso comentario, diciéndole que después de haber leído TIRANO BANDERAS, de Valle Inclán, no admito más historias sobre dictadores ni hay libro, en mi opinión, que trate el tema, capaz de superar al de ese maravilloso orfebre de las Letras que fue nuestro inconmensurable don Ramón. Mi amigo cerró el pico- yo también- y seguí paseando de punta a punta del bar sin darle más importancia a la cuestión. Ahora pienso que no estará mal el traducir para mis lectores la pequeña biografía que del reciente Premio Nobel de Literatura escribió  para L´AURORE de París, Philippe Bernet. Y pienso que no estará mal por tratarse de un hombre que, como Albert Camus, lleva sangre española en sus venas y también por ser lo mejor y más completo, no obstante su relativa brevedad, que he leído sobre ese “Gran Lengua”, Premio Nobel.

Veamos, sin más preámbulos, lo que nos dice al respecto Philippe Bernet.

“Una máscara hierática de estatua maya, ojos de cobre, opacos, por los que se filtra de cuando en cuando un resplandor de otro mundo, párpados pesados, un rostro impasible en el que ni un músculo se estremece. Es el nuevo Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, 68 años, embajador de Guatemala en París”.

Este premio –dijo él – se lo dedico a todo mi pueblo. Al pueblo indio…”

Pues por las venas de Asturias corre un poco de esa sangre maya que es su orgullo y que alimentó toda su obra, español por su padre, cuyos antepasados han emigrado  desde Asturias hacia el Nuevo Mundo, hace dos siglos, es indio por parte de madre. Confluencia de dos razas y de dos universos.

Un día, en París, Paúl Valéry le dijo: “Regrese a su país. Retorne a sus fuentes”. Asturias ha pasado su vida remontándose en el tiempo, tratando de reunirse con sus antepasados mayas que edificaron una de las más bellas civilizaciones del mundo, tres mil años antes de Jesucristo. Esta búsqueda obstinada explica todo el destino de Asturias.

Hijo de un comerciante acomodado de Guatemala, Asturias hace estudios de Derecho y se inscribe en el Colegio de Abogados de su ciudad natal. Su tesis doctoral la consagra, a los veintitrés años, al “problema social de los indios”.Ya está obsesionado por ese pueblo abrumado, desposeído, iletrado, y lo defiende con todas sus fuerzas. De ahí las primeras dificultades con las autoridades y los grandes terratenientes que reinan sobre el país. Primer exilio también.

Asturias llega a París en 1924, se instala en un hotelito para estudiantes, en la plaza de la Sorbona, y sigue los cursos de Georges Raynaud sobre las religiones y las culturas de América Central. Descifra y estudia los libros sagrados de los mayas el POPOHL VUH y el LIBRO DE CHILAM BALAM.

Todo un mundo sobrenatural lo invade. Los recuerdos remontan.

Vuelve a verse, niño, en la propiedad de sus padres. Por la tarde, en el fondo del gran corral, los muleros indios encendían sus hogueras, preparaban su comida.Llegada la noche, cantando dulcemente, referían al pequeño Asturias las viejas leyendas de su pueblo.

Ahora que se encuentra lejos de su país, esos cuentos invaden su memoria hasta la obsesión, como si exigiesen ser revelados.

“En las viejas civilizaciones indias –cuenta Asturias- existía un dignatario que se llamaba “el Gran Lengua”. El gran relator, o el gran testigo, encargado de referir la vida de la Tribu y de transmitir sus tradiciones a las generaciones futuras. Fue como si yo hubiese sido investido misteriosamente de una misión de ese género. Yo había devenido un “Gran Lengua”, que sentía la necesidad de contar los sufrimientos y las esperanzas del pueblo indio…”

Así nace su primer libro. “LEYENDAS DE GUATEMALA”, publicado en París en 1932, y que atrae sobre él la atención de Paúl Valery y del mundo literario francés, deslumbrados por esta extraordinaria cabalgata de divinidades de incesantes metamorfosis, dioses de los temblores de tierra, dioses de las tempestades del cielo “que arañan los volcanes y le mondan el cráter con sus uñas”.

En 1933, Asturias regresa a Guatemala con la intención bien determinada de batirse por la culpa de los indios. Lleva en su equipaje una novela. “EL SEÑOR PRESIDENTE”, historia feroz de una dictadura que siembra el terror, la miseria y el odio. El libro es prohibido. No aparecerá hasta 1946, en Francia, en donde recibirá el premio a la mejor novela extranjera, de1952.

Durante algunos años, Asturias abandona la literatura. En los alrededores de la ciudad de Guatemala dirige una explotación de madera. Luego retorna al periodismo y a la política, es elegido diputado en 1942, inicia su carrera de diplomático, bajo el Gobierno liberal de Juan José Arévalo, en 1946, y después sostiene con pasión el régimen progresista del coronel Arbenz. Es la época en que volvemos a encontrarle en París como ministro consejero de la embajada de Guatemala y a continuación es embajador de su país en San Salvador.

Sus opiniones políticas son claras. Sin ser comunista militante es un hombre muy izquierdista- “trés á gauche”, dice Bernet, y… ¡Tate!, digo yo, ¡ya se le vio el plumero! A él y a la Academia sueca. Arbenz –explica Asturias- es el primer que ha pensado en los indios. Ha distribuido tierras a las cien mil familias indígenas del país. Se ha opuesto al imperialismo económico de los Estados Unidos y de la “United Fruit”, la gran compañía platanera. Pero Arbenz es derribado en junio de 1954. Los indios son de nuevo desposeídos. Asturias reemprende el camino del exilio. Primero Argentina, después París. Su combate por la liberación de los indios lo prosigue en sus novelas. Cada libro es un grito de alarma y de cólera. En “HOMBRES DE MAIZ” cuenta la destrucción implacable por los blancos de la vieja selva india llena de tradiciones y leyendas. En su lugar se extenderán hasta perderse de vista inmensas plantaciones de maíz organizadas industrialmente.

EL PAPA VERDE es un Americano del Norte, Geo  Maker Thompson, filibustero ambicioso que organiza el imperio del plátano. Es, transportada, la historia de la “United Fruit Company”, poderosa firma U.S. que, si es preciso moviliza ejércitos de mercenarios para aplastar las resistencias.

Para los indios, rechazados, incapaces de integrarse en la civilización moderna, en el progreso, es como si se les destruyese por segunda vez. Después de la invasión española es, nos dice Asturias, la irrupción yanqui. Sin embargo, en sus novelas, los blancos no triunfan siempre. En “LA TORMENTA”, Asturias llama a lo sobrenatural en socorro de los oprimidos.

Allí se asiste a un ciclón que los técnicos no habían previsto y que durante tres días “cada vez más fuerte, cada vez más raso” aniquila la potencia de los financieros y de los capitanes de industria, destruyendo sus plantaciones de plátanos, matando hombres y bestias, abatiendo los poblados como castillos de naipes. Entonces, la vieja tierra india puede renacer. Para castigar a los yanquis, Asturias ha despertado a los viejos dioses mayas de su infancia.

Sin embargo, él enseña igualmente a los indios que no es necesario siempre acudir a las divinidades. En LOS OJOS DE LOS ENTERRADOS, los indios sublevados triunfan de sus opresores. Solamente entonces los ojos de los muertos consentirán en cerrarse. Pues el alba de la justicia se ha levantado para la raza perseguida.

Después de muchas vicisitudes políticas, Asturias ha podido reconciliarse con el Gobierno de su país hace dos años y en agosto de 1966 presentó sus cartas credenciales al general De Gaulle. Guatemala había hecho de ese temible panfletario su embajador en París. Este exiliado permanente – cuarenta años de su vida  pasados en el extranjero- volvía a ser un personaje oficial cargado de honores.

Dos premios, recibidos con un año de intervalo, muestran el carácter un tanto paradójico de su destino. En 1966 los rusos le han concedido el Premio Lenin de la Paz. Querían así rendir homenaje al adversario  feroz del capitalismo americano, el escritor que, más que ningún otro ha criticado la civilización U.S.

El premio Nobel, por el contrario, que él ha recibido el día de su 68 cumpleaños, no está destinado al revolucionario sino al hombre que, mejor que nadie, ha sabido defender la causa de los indios, sus hermanos. La grave Academia sueca ha escogido, a su manera, la entrada en la corriente histórica. Está América latina al orden del día, tiene desde ahora también su Premio Nobel.

¡Ben Bernert! ¡Muy bien, Philippe!-diré para terminar. Pero aún no sabemos si Asturias es un demagogo, un mesianista, un soñador o un aprovechado. Estos héroes en el exilio, estos rebeldes en el extranjero, estos valientes tras las fronteras de un país extraño que les asegura la inmunidad, “non van no meu carro á misa”. Ni con Premio Nobel ni sin él.