Datos históricos y otras noticias sobre el castillo de Villalba



               El ASEDIO DE VILLALBA –Leyenda Histórica  -Por Manuel Mato y Vizoso (Biblioteca de “El Eco de Villalba” –Mondoñedo  -Imprenta de César G. Seco Romero -1909), fue escrita en verso por su autor, tal como él mismo dice:

Al pié del alto muro
de la Torre almenada
         del que, un tiempo Castillo
de gran señor feudal,
fue valla que detuvo
a bravos campeones
durante muchos días
sin poderla asaltar…

            “El Eco de Villalba” en el que se inicia la publicación de la citada leyenda corresponde al número 21 del referido quincenario villalbés de fecha 1 de enero de 1909.
            Manuel Mato y Vizoso –historiador, poeta, arqueólogo, periodista, músico, dibujante, pintor, académico numerario de la Real Academia Gallega –fallecía el día 9 de febrero de ese mismo año 1909, pero “El Eco de Villalba” que él había fundado y dirigido- continúa, como es natural, la publicación de la leyenda hasta darle fin en mayo del mencionado año. Y como Mato Vizoso no era hombre dado a escribir “de oído”, como hacen muchos, sino que gustaba a fuer de escritor honrado, de citar a las fuentes a las que acudía para basar sus escritos, añade un “apéndice” a la leyenda versificada por él y, después de decirnos que la esencia de la anterior leyenda está basada en los datos históricos, escribe los datos y noticias de altísimo interés que voy a continuación a transcribir. La publicación de esos datos comienza en el número 31 de “El Eco de Villalba”, correspondiente al día 3 de junio de 1909, y continúa en los siguientes hasta su terminación, bajo el título que encabeza este trabajo.
            ¿Y con qué derecho, señor García Mato, estampa usted descaradamente su firma después de la de su antepasado Manuel Mato? –dirá el incordiante de turno. Es muy simple: en el sentido en que la investigación y subsiguiente hallazgo del trabajo de Manuel Mato se me deben a mí, en que la transcripción la hago yo y no el vecino de enfrente y en que EL PROGRESO es a mí a quien ofrece sus páginas como colaborador que vengo siendo del periódico desde hace cerca de treinta años, me considero hasta cierto punto coautor del escrito que voy inmediatamente a transcribir para que tirios y troyanos sepan fundadamente a qué atenerse sobre el origen del Castillo de Villalba cuya fundación erróneamente, como vamos a ver, todo el mundo atribuye a los Andrade.
            Creo que las antecedentes razones me autorizan a unir mi firma a la de mi tío-abuelo. Y vamos ya a leer a Manuel Mato:
            “En la crónica del Rey Fernando IV, capítulo X, se dice que el infante D. Felipe, tenía cercada la villa de Monforte (año de 1304 ó 1305) y que vino a socorrerla “con muy grande gente”, don Fernán Ruiz de Castro, el cual murió en este cerco; y que el ayo del infante dijo a los caballeros que estaban con él, que “estando D. Felipe en Villalba, una puebla que es Galicia, sin gente, y no se guardando de este Fernand Rodríguez, nin tenía por qué, lo uno porque había debdo con él, que estaba casado con su hermana, que fuera hija del rey don Sancho, de Doña María de Ucero, é lo otro porque nunca lo desafiara, é vino allí a Villalba sin sospecha por lo matar é non pudo, é cercolo. E seyendo él quan mano que vos vedes que és tóvolo y cercado tanto tiempo fata que le fiso y comer las carnes de las vestias, e non había agua en guisa que legó a peligro de muerte é non vvo otro acorro sinon el de Dios que lo quiso guardar…”
            El rey Sancho IV de su esposa Doña María de Molina, tuvo cinco hijos varones y dos hijas. Fernando que le sucedió en el trono, Alfonso, Enrique, Pedro y Felipe. Fuera de matrimonio tuvo a Alfonso, Violante y Teresa.
Doña Violante, estuvo casada con D. Fernán Ruiz de Castro, señor de los Estados de Lemos, el cual queriendo romper el cerco que tenía puesto a Monforte el Infante D. Felipe, encontró la muerte en la reñida batalla que se empeñó. Su hijo D. Pedro Fernández de Castro, llamado el de la Guerra, que estuvo casado con Doña Isabel Ponce de León, fue padre de la infortunada cuanto hermosa Doña Juana de Castro la abandonada esposa de D. Pedro I el “Cruel” Rey de Castilla.
            En el asedio de Villalba, es indudable que D. Fernán Ruíz de Castro se apoderó del Castillo, cuya torre del homenaje reconstruyó su hijo D. Pedro y es la misma que se conserva en la actualidad.
            Hemos encontrado esta noticia en una hoja manuscrita, de principios del siglo XVIII, en que por incidencia se consignaba, entre varios particulares referentes a cuestiones sobre un tributo de cebadas que se pagaba a los condes de Lemos –que Pedro Fernández había hecho la torre de Villalba y terminara su fábrica en 1330,  circunstancia que se confirma por el hecho de haberse juntado el Cabildo de Mondoñedo en 30 de diciembre de 1327 a tomar providencias para remedio del lastimoso estado a que le tenían reducido las violencias de D. Pedro Fernández de Castro y otros perseguidores (España Sagrada, tom. 18, pág. 173) lo cual indica que este personaje no se encontraba lejos de dicha ciudad episcopal por ese tiempo.
            Si bien es cierto que el Castillo de Villalba fue una de las muchas fortalezas que, después de mediados del siglo XV derribaron los hermandinos, capitaneados por Alonso de Lanzós, no cabe duda que, respecto al Castillo de Villalba, no se extendió ese derribo a la torre del homenaje, que sólo fue incendiada por ellos, sin que los muros hubiesen sufrido daños notables: en cambio demolieron las murallas que cercaban el reducto y los demás edificios de la fortaleza, que fue la que reconstruyeron, variando la forma antigua, Diego de Andrade y su esposa doña María de las Mariñas en 1485, según la inscripción que expresaba dicho año, sobre el escudo de armas de los Andrades en uno de cuyos cuarteles figuraba la estrella que era insignia de la casa de las Mariñas. Este escudo estaba colocado encima de la puerta que daba acceso al recinto por la Plaza de la Constitución.
            Las excavaciones hechas recientemente con el fin de extraer tierra vegetal para llevar a otros terrenos, dieron por resultado, en el interior de la torre del homenaje que, a la proximidad del pavimento se encontraron envueltas entre gran cantidad de ceniza y carbón, algunas balas de piedra que eran las que se usaban en la segunda mitad del siglo XV, restos de maderos carbonizados, ropas quemadas, fragmentos de vajilla, hierros, piedras y aún monedas de cobre de reinados anteriores al de los Reyes Católicos, todo lo cual constituye prueba indudable de que el incendio que acusan estos vestigios es el que verificaron los Hermandinos. Se advierte, además, que la elevada ventana única que perfora el muro del S.O. conserva en todos los sillares de granito, el color de haber sufrido la acción del fuego y se comprende que sea esta sola ventana la que presenta esas señales, por ser el N.E. el viento reinante en este país en tiempo seco.
            Por la figura del jabalí, que ostenta la torre en su parte alta, se supone generalmente que, lo mismo que las murallas, torreones y otros edificios que tenía el recinto fortificado, la torre del homenaje es obra debida a los Andrades, pero a poco que uno se fije, reconócese que la piedra en que, está esculpida dicha figura, fue colocada allí con posterioridad a la fábrica de la torre, por lo que se nota en la disposición de los sillares inmediatos y en la falta de homogeneidad con el resto de la edificación, y aún porque dicha piedra hubo que asegurarla con garfios de hierro que aún se conservan.
            Y para mayor confirmación, al practicar las referidas al exterior de la torre, se encontró parte de una de las ménsulas que forman la matacanería que corona este edificio, cuya pieza debió romperse al levantarla de su sitio cuando se colocó dicha piedra esculpida, habiendo sido entonces sustituida dicha ménsula por otra nueva, como así resulta del que no aparezca aún ahora la falta de ninguna de estas piezas en toda la coronación de la torre.
            La torre del homenaje que existía cuando tuvo lugar el cerco a que se refiere nuestra leyenda o sea a principios del siglo XIV, era un donjón octógono sobre cuya base se elevó el edificio actual y, por lo tanto, el grueso de los muros y la capacidad interior eran los mismos en una y otra torre.
            Sobre una gran porción conservada de los muros más antiguos continuó, por la parte de N.E: la reedificación que atribuimos a D. Pedro Fernández de Castro, y por lo que indica dicha porción, utilizada en la nueva obra, se observa que la fábrica de la torre que sufrió el asedio, era toda ella de piedra pizarra, asentada en mortero, compuesto de arena de río, cal y ceniza y sin ninguna sillería; las luces que perforaban sus gruesos muros consistían en sencillos y uniformes tragaluces aspillerados, de 1 metro y 20 centímetros de alto por 0.20 de ancho al exterior y amplia extensión abovedada por el interior, colocados a diferente altura, pero siempre al centro de cada lado del polígono del edificio; mientras que en la nueva fábrica todas las luces son de diferente forma y dimensiones, habiéndose empleado en ellas y en las esquinas de la torre la sillería de granito exclusivamente.
            La muralla antigua que cerraba el recinto de la fortaleza, a juzgar por los restos de su base, descubiertos al hacer las mencionadas excavaciones, cercaba un espacio algo más reducido que la reedificada por los Andrades en 1485, y, lo mismo que ésta tenía torreones, de parte de uno de los cuales eran algunos de esos vestigios.
            De la concisión de la crónica que da noticia del asedio de Villalba, no resulta que éste se verificase contra el Castillo precisamente; pero si bien la villa también estaba antiguamente cercada de sólidas murallas, de las que se conservan algunos restos y se han descubierto otros en distintos sitios del pueblo; de lo que se refiere al peligro de muerte de los situados por falta de agua y de la poca gente que debía acompañar al infante D. Felipe, -porque “sin gente”, como dice la crónica, no hubiera resistido el cerco tanto tiempo- se deduce sin género de duda, que el Infante se refugió en el Castillo y que allí fue sitiado por el de Castro.
            La expresión “sin gente” no puede tomarse en el sentido literal, sino en el de que no le acompañaban sus tropas; y que con los escuderos, sirvientes y hombres de este pueblo, aptos para las armas, se apercibió a sostener la defensa.
            Dentro de los muros de la villa , no era posible la falta de agua, porque en la parte baja se encuentran manantiales a muy poca profundidad y tampoco encontramos posible la defensa de la villa a pesar de sus murallas, no contando el Infante con tropas para oponerse al cercó y todo se ajusta perfectamente a que el asedio se verificó contra el Castillo, cuya fortaleza les ofrecía a los sitiados más facilidad para defenderse y en ella la falta de agua se explica por la reducida extensión de su recinto, casi cubierto de edificios, y por su situación en la parte alta del pueblo”.
            Hasta aquí Manuel Mato. Los comentarios los pondrá el lector, villalbés o no, que sienta afición a los estudios históricos. En cuanto a mi incordiante particular, supongo que, como siempre, cuando me vea pasar por la calle, me gritará: “Error … onde dís digo tes que poñer Diego”. Mi incordiante particular, además de eso es casi poeta.