Miguel Angel, dibujante de ovnis


Los periódicos empezaron la función, hace años, llamándoles platillos volantes y anunciando su aparición como si se tratase de algo nunca visto cuando la realidad es que desde que el hombre supo trabajar el barro -¡e vaiche boa!- y descubrió la placidez de la vida conyugal, la existencia de los platillos volantes fue una realidad cotidiana y bien comprobada por los maridos recalcitrantes. Luego la cosa fue perfeccionándose y ya nos encontramos en la fase de los llamados  ovnis, o sea, objetos volantes no identificados, fase que trajo como resultado el que los papanatas de todo el mundo anden doblados hacia atrás, con la vista fija en el cielo y pegándose cada tropezón sobre la tierra que hace temblar al misterio, y todo únicamente con el fin –loable, desde luego- de hacerse célebres y salir fotografiados en las revistas, héroes de un día, como descubridores de un ovni, como Colones de la Ovnigrafía. Y son tantos, que ellos justifican por sí solos ese mi axioma tristemente célebre- célebre entre mis amigos- que resume en escasas palabras una verdad piramidal. A saber: El número de imbéciles es infinito y a él hay que agregar ingentes cantidades de cretinos. Pero dejándonos de bromas que no tienen otro objeto que atraer la atención del lector, aunque haya algo de cierto en ellas, vamos a tratar seriamente el asunto que dio motivo al título de este trabajo.Nadie ignora que el hombre Miguel Ángel, el fenómeno Miguel Ángel, fue un polifacético artista sin par. Arquitecto, extraordinario poeta, formidable escultor, pintor sublime, Miguel Ángel figura en las historias del arte como uno de los más grandes artistas de todos los tiempos. El mayor, sin duda, en el terreno pictórico puesto que nadie hasta el presente ha pintado otra Capilla Sixtina o su equivalente y nadie, probablemente, la pintará en el futuro. Eso, todo el mundo lo sabe, pero lo que ignora la mayor parte de la gente es que Miguel Ángel, en 1513, vio un ovni, es decir, vio un objeto volante no identificado. Y no sólo lo vio sino que también lo dibujó. Para convencernos de ello no tenemos más que leer el capítulo LXVIII, titulado “La estrella de tres puntas”, de la VIDA DE MIGUEL ANGEL EN LA VIDA DE SU TIEMPO escrita por aquel otro gran artista, aquel otro gigantesco florentino, aquel monstruo de las Letras que se llamó Giovanni Papini. Hagámonos, pues, a un lado, respetuosamente, y dejemos que el mismo Papini nos relate la extraña visión de Miguel Ángel a través de mi transcripción, que omitirá solamente aquello de lo que fácilmente se pueda prescindir.
“En el primer año del pontificado de León X, y precisamente en el verano de 1513, Miguel Ángel, hombre nocturno, tuvo una aparición celestial y reprodujo con sus manos una estrella”
La única noticia de esta aparición y de este dibujo la encontramos en la voluminosa obra de un savonaroliano fanático, en el VULNERA DILIGENTIS, de       Benedetto Luschino, orfebre primero y luego fraile dominico.
En el capítulo XXII del libro segundo se lee un diálogo de Agrícola y Serpe que empieza con un gran elogio de Miguel Ángel “que en el arte de la escultura y de la pintura tiene hoy la primacía entre todos los mortales” y al que ambos interlocutores aseguran conocer bien.
Agrícola, entonces, refiere que Miguel Ángel, encontrándose por aquella época en Roma “y estando una noche al sereno, en un huerto de su casa, haciendo oración y elevando los ojos al cielo, vio de repente aparecer en el cielo un admirable signo triangular y grandísimo, fuera del orden y semejanza de todo cometa ordinario. El cual signo era semejante a una grandísima estrella con tres rayos o colas, una de las cuales se extendía hacia Oriente, y era de cierto color espléndido y reluciente, como de plata pulidísima, al igual que una espada bruñida que en su extremidad se torciera formando gancho. El otro rayo o cola de este signo se extendía hacia la ciudad de Roma y era de color bermejo, esto es, sanguinolento. El tercer rayo se extendía hacia la ciudad de Florencia, es decir, entre Aquilón y Poniente, y era todo de color de fuego y bifurcado en la punta…”
“Y dicho Miguel Ángel- sigue Agrícola-. Cuando lo hubo visto y contemplado un poco, se le ocurrió representar y colorear en una hoja este signo, y sin demora entrose en casa para buscar papel, pluma y color, volvió a salir  y reprodujo la cosa tal como estaba y, en cuanto la hubo acabado de copiar, le desapareció de la vista dicho signo”.
No se trata de una invención. Es más, Agrícola dice a su interlocutor que puede ver aquel dibujo en cuanto quiera: “Ve a ver a dicho escultor, que ahora se encuentra y trabaja en Florencia, y él benignamente te mostrará la cosa y humildemente te dirá la verdad de todo, y así quedarás satisfecho de que no te he dicho mentira alguna”.
Esta apelación al testimonio del mismo Miguel Ángel demuestra que el hecho puede tener algún fundamento real.
Del extraño dibujo de la misteriosa estrella no hay rastro alguno, ni nadie lo ha visto. Los biógrafos de Miguel Ángel no aluden a este episodio singular. Y, sin embargo, no es un suceso de todo punto imposible. Miguel Ángel era un solitario y un visionario, un místico, o, como diríamos hoy, un “metafísico”, esta clase de espectáculos  celestes más fácilmente podía verlos él que otros. El que procurase conservar su recuerdo en forma visible no es de extrañar en un artista como él, amante de todo lo que se salía de lo ordinario y corriente. ¡Cómo nos gustaría poder  contemplar aquel fantástico dibujo astral realizado a la luz de las estrellas, aquel fabuloso triángulo con sus rayos aguzados como espadas: uno, color de plata, otro, color de sangre, otro, color de fuego! ¿Fue un sueño de Miguel Ángel adormecido al fresco de la noche? ¿Se trataba de un cometa o de una de las estrellas “novae” que resplandecen de improviso en el firmamento? ¿O era uno de  esos repentinos y fugaces meteoros luminosos que son quizá efecto de las radiaciones cósmicas?”
Ahí termino de transcribir a Papini y le dejo, perplejo. Duda, vacila, teme decidirse por una respuesta. Y es que Papini era un hombre honrado, además de un gran artista. Hoy podemos contestar tranquilamente con esta lengua de nuestro tiempo que tanto sirve para un roto como para un descosido, que dice y no dice, que define sin definir, lengua astuta y engañosa como la de la serpiente del Paraíso, que lo que Miguel Ángel vio y dibujó era “un objeto volante no identificado”. Así quedamos bien  y no nos comprometemos nada. También podríamos decir que era un “presunto cometa crinito”. Y visto que estamos en la era de los presuntos- presunto autor, presunto asesino, presunto ladrón, se escribe por ahí- diré que en mi título quise decir, y no dije: Miguel Ángel, presunto dibujante de ovnis. Por si acaso.